El lobo. Un conflicto con el que hay que convivir — Omnivoraz

El lobo. Un conflicto con el que hay que convivir

Un reportaje con Joan Alibés Biosca, presidente de la Sociedade Galega de Pastos e Forraxes y ganadero ovino.

En los conflictos sociales no hay soluciones definitivas. Nunca hay remedio a corto plazo que ponga fin a la situación. Ni siquiera a medio plazo. Lo que se puede hacer es gestionar ese conflicto en busca del máximo consenso, aunque no resolverlo. Eso es lo que pasa también en el caso de la convivencia entre ganaderos, lobos y colectivos animalistas. Se puede entrar en la espiral de qué figura legal se usa para proteger al lobo o de qué tipo de caza se autoriza y cuál se prohíbe, pero eso solo prolonga la discusión hasta el infinito, no resuelve el problema, y las posturas se enquistan. Por eso hay que partir de la base de que en la sociedad actual, y en la que venga, la convivencia será obligatoria.

Bajo estas premisas encara el debate sobre el lobo Joan Alibés Biosca, ganadero extensivo y presidente de la Sociedade Galega de Pastos e Forraxes —SGPF—. Lejos de situarse en uno de los dos extremos que polarizan la polémica en los últimos tiempos, Alibés propone para el caso gallego soluciones para la convivencia basadas en la investigación científica, la inversión pública y la profesionalización de todos los actores. Esta es su visión.

Situación de partida

Ante todo, hay que valorar que Galicia está en una situación privilegiada para afrontar la gestión del lobo de forma mucho más efectiva que otras regiones e incluso Estados europeos. Por un lado, tenemos un sector ganadero que, a diferencia de Castilla y León o Asturias, no está en pie de guerra contra el lobo. Aquí aún no se ven pintadas en zonas rurales o lobos ahorcados colgados de una señal de tráfico ni manifestaciones multitudinarias. No es que no haya ataques, es que estamos menos acostumbrados a desatar conflictos. Por otro lado, los rebaños gallegos son más pequeños, sobre todo, que los castellanos y más fáciles de defender de los ataques; estadísticamente es más fácil que ataquen a un rebaño de cinco mil ovejas que a uno de cincuenta. También ayudan los terrenos en los que está el ganado: aquí no trabajamos en zonas inaccesibles como son los Picos de Europa o los Alpes, donde hay que dejar solos a los animales durante meses.

Sin embargo, la resiliencia ganadera, el tamaño reducido de las explotaciones y los terrenos poco escabrosos no evitan que haya ataques. Son constantes, y muchos se quedan sin denunciar, lo cual es otro problema. Los datos oficiales de ataques no reflejan la realidad de los daños. A veces no denuncias porque tienes pocas bajas o porque —en el caso de los rebaños más grandes— no te das cuenta hasta que pasan unos días o semanas y haces recuento. Luego está el proceso laberíntico de la denuncia, con una serie de llamadas y trámites que no compensan en tiempo y dinero.

El lobo. Un conflicto con el que hay que convivir — Omnivoraz

«En Galicia aún no se ven pintadas en zonas rurales o lobos ahorcados colgados de una señal de tráfico ni manifestaciones multitudinarias. No es que no haya ataques, es que estamos menos acostumbrados a desatar conflictos».

Estamos en la realidad del siglo xxi. Si queremos que la gente joven se quede o se incorpore al campo, no podemos condenarlos a doce horas diarias de pastoreo para proteger su ganado; es preciso que puedan tener una vida más allá del trabajo. Si no es así, no habrá relevo generacional. Tenemos que desarrollar medidas de protección adecuadas, modernas y efectivas, a la vez que fomentar los sistemas de pastoreo. Para eso debemos aprovechar las ventajas de Galicia, donde una persona puede tener un sueldo decente con trescientas cincuenta ovejas, mientras que en Castilla necesitaría entre seiscientas cincuenta y mil, porque aquí la tierra es más productiva y el manejo más sencillo.

Tenemos, además, un problema de falta de preparación. Los agentes medioambientales no han recibido formación específica para asesorar en métodos de prevención o en cómo actuar una vez que se detecta la presencia del lobo. En cambio, en cualquier red social podemos ver a los animalistas explicándonos a los profesionales de la ganadería cómo tenemos que proteger a nuestros animales. Por ejemplo, es habitual oírles decir que no se puede dejar que las vacas paran en el prado… Eso nos lleva a mediados del siglo xx, cuando se estabularon los partos y se multiplicaron las diarreas y neumonías en las crías. Cualquier técnico sabe que el hábitat adecuado para partos de vaca u oveja es el prado y que tener el ganado en extensivo ayuda al medio ambiente y, por tanto, a esa fauna que los animalistas dicen defender.

La información es fundamental. Hasta ahora hay muy poca y no está todo lo disponible que sería necesario. Por ejemplo, hay una encuesta sobre medidas de protección realizada por la Xunta de Galicia entre ganaderos de las zonas más afectadas por el lobo cuyo resultado fue que más del 90 % de los encuestados —propietarios de vacas— no trabajan con ningún método de protección. Con ninguno. Y en el sector ovino y caprino sería alrededor de un 60 %. Esto es algo que hay que corregir, porque la convivencia con el lobo solo es posible con medidas de protección. No queda otra.

Daños y medidas en Galicia

¿Qué estamos haciendo en Galicia? De media gastamos 650 000 euros en la gestión del lobo, 300 000 en prevención y 350 000 en pago de daños. Un dinero que se paga tarde y mal, sobre todo tarde. Indemnizar dos años después del ataque no vale de nada, porque la explotación y su situación financiera han cambiado. Aparte de que, a veces, hay que presentar la misma documentación hasta en tres ocasiones, lo que es una pérdida de tiempo.

Los importes son bajos y están mal calculados —ya ha habido sentencias judiciales que obligaban a subirlos—, porque solo se tasa el valor de mercado del animal, sin tener en cuenta el estadio productivo en el que se encontraba, el coste de llevarlo hasta ese estadio y el coste de reposición de esa unidad de producción; porque reponer no es solo comprar otro animal, sino ponerlo al mismo nivel que el resto del rebaño.

Hay que destacar que no hay estadísticas oficiales sobre importes y demoras. La Xunta o no los tiene o no los facilita. Por casos que conocemos, podríamos cifrar la media de espera, como mínimo, en un año. Al final, como hay cientos de casos que no se denuncian, los importes son bajos y las indemnizaciones se demoran; así, el coste para la Administración es asumible, de momento. Lo que sería caro es la prevención.

Bien, pues a comienzos de 2019 los comisarios de Agricultura y de Medio Ambiente de la Unión Europea —UE— enviaron una carta a todos los Estados miembros en la que recomendaban que el 100 % de los gastos de convivencia entre lobos y ganaderos se pagasen con fondos europeos, a través de los Planes de Desarrollo Rural. Ojo, el 100 %, de forma que los Gobiernos estatales y regionales no tendrían que poner nada de dinero. Esos fondos serían para cierres, mastines, gastos administrativos, estudios o indemnizaciones.

«Indemnizar dos años después del ataque no vale de nada, porque la explotación y su situación financiera han cambiado».

En Galicia se han desoído esas recomendaciones y se está gestionando con fondos propios que, obviamente, están limitados. Las prioridades de esta y otras comunidades autónomas no van por ahí, tanto para los recursos que llegan de la UE como para los propios de la región. Pero hay que ser consciente, y así lo se lo transmitimos a los ganaderos, que el lobo siempre ha estado y siempre estará ahí. Por eso urge articular cuanto antes la convivencia con medidas que generen un retorno efectivo y eficaz.

Un problema constante es la falta de investigación sobre la eficiencia de los cierres: cuáles funcionan y cuáles no, cuáles se adaptan a los diferentes sistemas de manejo y cuáles son los costes económicos de cada uno. No hay uniformidad; lo que vale para cincuenta vacas no sirve para cinco mil ovejas. La Xunta subvenciona la colocación de dos tipos concretos de cierre, pero, aparte de que no hay ninguna evidencia de que ninguno de los dos funcione correctamente, se financia menos del 50 % de su coste, lo que hace que, al ser tan caros, muchos ganaderos desistan de pedirlos. Esto lleva a que veamos somieres cerrando fincas, alambres oxidados y otros elementos, digamos, de fuerte impacto visual y escasa eficacia. Claro, de los 350 000 euros que la Xunta dedica a prevención, 65 000 son para cierres. Eso no llega. Si cada ganadero solicita 3000 euros en cierres, da para 21 ganaderos… y, además, se financian hasta 500 metros lineales, que dan para cerrar una hectárea. ¿Qué ganadero maneja una sola hectárea?

En cuanto a los mastines, en Galicia ochenta ejemplares anualmente; la Xunta aprueba cuarenta solicitudes y se acaban entregando diecisiete animales, porque no hay suficientes criaderos y porque los requisitos de acceso están mal planteados. Aquí te dan un mes para encontrar un cachorro de determinadas características; en Francia tienes un año para entregar la documentación y recibir la ayuda, porque lo más importante es entregar al mastín. Esos diecisiete gallegos no llegan ni para reponer las bajas de cada año. Además, la mayoría de esos perros acaban convertidos en mascotas caseras, porque los ganaderos no saben manejarlos y no hay quien les enseñe.

Una prevención seria tiene que abarcar a toda la cabaña que sale al prado a pastar. El lobo está presente en el 94 % de las zonas ganaderas gallegas. Salvo en ayuntamientos del suroeste de Pontevedra cercanos a Vigo, está por todas partes. Visto de este modo, es lógico que pueda asustar pensar en proteger a toda esa cabaña en todo ese territorio, pero en otros países lo hacen, así que no hay excusa.

Ejemplos de gestión europeos

Francia es el país más implicado en la política de protección al ganado y la convivencia con el lobo. En territorio francés hay unos quinientos ochenta lobos, que se concentran en la parte oriental, especialmente en los Alpes y algo menos en los Pirineos y la frontera alemana. En España tenemos más lobos concentrados en menos espacio. Pues bien, lo primero que hizo el Gobierno francés fue declarar que el coste de convivencia no podía recaer sobre el ganadero. El Estado utiliza treinta y dos millones de euros al año de fondos europeos para pagar todas las medidas de protección. ¡Treinta y dos millones!

Primero los mastines, con ayudas para la compra de ejemplares y cheques de trescientos cincuenta euros anuales para su manutención y sanidad, obviamente con un límite por explotación. También se subvenciona la formación de los ganaderos para el trabajo con estos perros, algo esencial, porque el mastín no es una mascota, sino una herramienta que tiene que funcionar con precisión. Hay cursos para su manejo, visitas técnicas, evaluaciones de rendimiento, etc.

Respecto a los cierres de las fincas, el Gobierno francés usa fondos públicos para sufragarlos. En ese caso solo hasta el 80 % del coste real, para que haya corresponsabilidad e implicación por parte del ganadero.

«Lo primero que hizo el Gobierno francés fue declarar que el coste de convivencia con el lobo no podía recaer sobre el ganadero. El Estado utiliza treinta y dos millones de euros al año de fondos europeos para pagar todas las medidas de protección».

El Estado francés financia también la contratación de pastores profesionales para que acompañen al ganado en las zonas de alta montaña. No solo pagan hasta el 80 % del sueldo de esos pastores, sino que ponen los recursos para la construcción de cabañas e incluso el traslado de estas en helicóptero para que los pastores tengan donde dormir.

En Alemania, donde tienen alrededor de mil lobos concentrados, sobre todo, en el noreste —fronteras polaca y checa—, el gasto anual en pago de daños ronda los cuatrocientos mil euros. Y se destinan ocho millones a medidas preventivas, que es mucho menos que en Francia, pero sigue multiplicando por veinte la inversión gallega. Otro caso: Suiza, con entre ochenta y cien lobos, invierte tres millones de euros al año en medidas de prevención, de los cuales el 50 % se destina a asesoramiento y formación de los ganaderos.

Es importante aclarar que no estamos comparando Estados con regiones, sino poblaciones de lobo: el terreno que ocupan, los daños que causan y las inversiones que se realizan.

Propuestas para el caso gallego

La clave de la protección es: mastines, cierres y manejo, por este orden. Ahora bien, el coste de esas medidas recae íntegramente sobre el ganadero: es quien compra el mastín y le da de comer todo el año, quien paga el alambre y su colocación o quien se arriesga a cambiar su manejo del rebaño. El 100 % del coste sale de su bolsillo. Quien padece al lobo es quien lo está manteniendo casi gratis. Eso no puede ser. La Administración pública tiene que asumir el coste de proteger al lobo. Yo utilizo seis mastines para trabajar y cada uno de ellos consume unos cuatrocientos cincuenta euros en piensos al año. Nada pagan ni los que nos exigen medidas en las redes sociales ni la Administración que debe velar por el sector ganadero. Lo pagamos nosotros.

En base a los análisis que he realizado, calculo que en Galicia serían necesarios unos nueve millones de euros anuales para garantizar una convivencia lo menos conflictiva posible entre lobos y ganadería. Quizá una cantidad algo menor, pero, en cualquier caso, siempre millones de euros y no cientos de miles.

Con ese presupuesto, lo primero sería realizar una investigación seria sobre la eficacia de las medidas preventivas, porque no hay estudios fiables al respecto, ni siquiera en Francia o Alemania. Aquí se optó por medidas que nos vendieron los ecologistas como panacea, pero la realidad es que no son eficaces al 100 % y que hay que adaptarlas a cada sistema ganadero. No es igual proteger mil ovejas en A Terra Chá que ocho vacas junto a una casa de O Courel. La protección irá en función del valor de lo protegido. Nos corresponde a nosotros analizar qué es lo que sirve y lo que no en nuestro territorio y con las características de nuestras explotaciones.

«Cuando hay incendios nos llenamos la boca diciendo que hacen falta cabras y ovejas para evitarlos, pero ¿quién tiene esos animales y vive de ellos? Cuatro o cinco ganaderos, cuando deberían ser cuatro mil».

Lo segundo sería formar e informar a los técnicos de la Administración para que después ellos puedan asesorar a los ganaderos. Aparte de que los diecisiete mastines anuales son insuficientes, lo peor es que no hay formación para trabajar con ellos. No hay un solo trabajador de Medio Rural o de Medio Ambiente que haya recibido formación en manejo de mastines y que pueda asesorar a los ganaderos. Ni uno. Tendría que haber docenas de personas especializadas, pero la realidad es que solo somos tres y los tres en el ámbito privado.

El mastín no es un animal de compañía. Es una herramienta incansable que trabaja veinticuatro horas todos los días del año y en cualquier condición. Hay que prepararlo para que se sienta parte del rebaño que protege. Cuando es así, veremos que nunca se aleja más de cien metros del ganado, y que si lo separamos sufre estrés, porque su socialización se hace a través del rebaño. Por eso, cuando entregamos un mastín, lo primero es decirle al dueño que no recibe un perro, sino una oveja o una vaca con capacidad de defensa.

Al ganado no se le rascan las orejas, no se le hacen carantoñas y no se le habla con mimos; pues al mastín tampoco, ya que, de hacerlo, perderá su utilidad. En esto hay que insistir mucho, porque a todo el mundo le gusta jugar con los mastines. Un ejemplo: el mastín que vale es el que, aun estando el rebaño al lado de las casas, prefiere quedarse con el ganado que ir a que los vecinos lo rasquen y le den comida. Cuanto menos interactúe el dueño con el mastín, mejor.

El can de palleiro no sirve como medida de protección; es un perro pastor, para guiar al ganado, como el border collie. Por ser obediente, estará con el ganado. Podría llegar a enfrentarse al lobo, pero no es lo habitual, y saldría perdiendo. Lo mismo sucede con la mayoría de razas caninas. Solo las diferentes variedades de mastín están capacitadas para acompañar, vigilar y defender eficazmente al rebaño.

«El mastín no es un animal de compañía. Es una herramienta incansable que trabaja veinticuatro horas todos los días del año y en cualquier condición. Hay que prepararlo para que se sienta parte del rebaño que protege».

Lo tercero pasaría por valorar a partir de qué dimensión de ganadería se aplica la protección. No es lo mismo un ganadero profesional que un vecino que tiene tres ovejas para limpiar un prado, pero tampoco se puede dejar fuera a quien tiene ganado como complemento de rentas y lo combina con otra actividad. Es algo para lo que también habrá que sentarse a negociar, porque la negociación es parte de la gestión.

Por supuesto, la negociación estará condicionada por las limitaciones presupuestarias y por la estrategia del sector, ya que hay que establecer qué tipo de ganadería y con qué dimensión queremos potenciar. ¿Fijamos el límite de protección en cincuenta cabezas, en diez, en veinte? No lo sé. En Galicia hay solo cincuenta y siete explotaciones de ovino con más de doscientas cincuenta cabezas. No podemos dejar al resto fuera porque esas ovejas son clave en la limpieza del monte, más aún ahora que el censo de cabras y ovejas está bajando de forma alarmante hasta un 10 % anual. ¿Por qué? Por el abandono sin relevo. Luego, cuando hay incendios, nos llenamos la boca diciendo que hacen falta cabras y ovejas para evitarlos, pero ¿quién tiene esos animales y vive de ellos? Cuatro o cinco ganaderos, cuando deberían ser cuatro mil.

Una vez que se fijen esos criterios, hagamos cosas. En Galicia hay 33 000 unidades de población, pero al año se promueven solo 20 aldeas modelo. Esto es totalmente insuficiente y supone un fallo de gestión por parte de la Xunta demostrado con datos. Esas acciones transmiten la idea de que se hace algo, pero no es así. Por ejemplo, en 2018 no se convocó ninguna ayuda porque no hubo voluntad política de hacerlo. O en 2017, cuando nos dejaron seis días hábiles para justificar las ayudas por mastín y encontrar ejemplares válidos…

Estamos en un ecosistema humanizado, no en la sabana de África. Cada árbol, cada mata o cada desnivel están ahí porque alguien ha decidido que estén, por acción o por omisión. Tenemos ejemplares de lobo por todas partes, siempre los ha habido y siempre hemos convivido con ellos, pero hay que desmitificarlo: no es el depredador perfecto y esencial que dicen los animalistas; tampoco es estático, no vive en un mismo sitio y se desplaza miles de kilómetros durante su vida; puede comer carroña, basura, ganado, corzo…; y siempre irá donde haya alimento y donde menos peligroso le resulte conseguirlo. Por tanto, un ganado desprotegido siempre será una presa más segura que un corzo corriendo monte arriba o un jabalí que puede revolverse y degollar al lobo. Por eso el ganadero debe ponérselo lo más difícil posible.

«Cuantas más vacas y ovejas haya en el monte, menos habrá que gastar en helicópteros, aviones y carrocetas para apagar fuegos forestales, o en drones carísimos para vigilar».

Llevamos desde 2015 reuniéndonos con la Consellería de Medio Ambiente para presentar nuestras propuestas de medidas de protección y de inversiones públicas en ese sentido, pero hasta ahora no ha servido para nada. Y, mientras, nos perdemos en debates sobre caza, cierres o modelos de explotación.

Sean nueve millones, o sea el dinero que sea, implicará inicialmente una reducción en partidas destinadas a otros sectores agroganaderos, y puede haber quejas. Ahora bien, el vacuno de carne y la cabaña ovina y caprina son las que gestionan el territorio y las que impiden la propagación de incendios. Por eso, cuantas más vacas y ovejas haya en el monte, menos habrá que gastar en helicópteros, aviones y carrocetas para apagar fuegos forestales, o en drones carísimos para vigilar. Ese dinero se podrá emplear para otras cosas.

El debate sobre la caza

El actual modelo de caza no está siendo eficaz. No reduce los daños y crea un conflicto. Si se quieren reducir daños, habría que capturar a la mitad de lobos que hay en Galicia. No sería legal y hay una presión social enorme para que eso no pase, aparte de que solo aplazaría el problema. El último lobo cazado legalmente en Galicia data de 2013. ¿Merece la pena desatar una polémica para algo tan inútil como cazar un único lobo? Las batidas disuasorias —sin muerte— tampoco sirven, ya que lo único que hacen es trasladar el problema unos cuantos kilómetros y por tiempo limitado.

En casos excepcionales, cuando el lobo castiga un territorio muy pequeño y unas ganaderías concretas, la caza de un ejemplar sí que tiene sentido, aunque como último recurso. El debate sobre la prohibición de la caza del lobo es artificial, una cortina de humo creada por gente que no sabe nada del tema y ni se ha leído el proyecto del Ministerio para la Transición Ecológica. Animalistas y cazadores poco informados están creando un clima de división que no tiene sentido. Se va a seguir cazando lobo en circunstancias semejantes a las actuales, como última opción; la diferencia es que lo cazarán técnicos de la Administración y no peñas de caza.

El caso francés es digno de análisis: los agentes medioambientales capturan cada año un 19 % del censo total de lobos, es decir, que este año se cazarán de forma legal cien lobos en Francia. Bien, es parte de su política de prevención de daños, que ya hemos visto que abarca muchos otros aspectos y cuenta con treinta y dos millones de euros. Parte de la formación de los agentes es la de cazar al lobo con el menor impacto posible en las manadas. Obviamente, ese porcentaje no se fija porque sí y donde sea, sino que se aplica en zonas muy castigadas y donde el resto de medidas de protección no han funcionado. Pues aun con ese 19 % de capturas todos los años, la población de lobo en Francia crece anualmente un 10 %. Y los daños no se reducen, porque, para que se redujesen, tendría que eliminarse a más del 50 % de los lobos. Algo impensable.

«El debate sobre la prohibición de la caza del lobo es artificial, una cortina de humo creada por gente que no sabe nada del tema y ni se ha leído el proyecto del Ministerio para la Transición Ecológica».

La Consellería de Medio Ambiente no puede presentarse como víctima de la prohibición de la caza del lobo, porque ya se ve que la caza actual no soluciona los daños y porque la ley le permite crear mecanismos de caza a cargo de la Administración. Se recurre a la caza cuando el resto de medidas han fallado, así lo ordena la UE, pero, como aquí apenas hay medidas, tampoco se pueden usar fondos europeos para que los agentes ambientales puedan cazar.

Autorizar una batida de caza es muy sencillo. Gestionar e implementar medidas de protección es más complejo. Pero en Galicia no se hace ni una cosa ni la otra; no se caza por miedo al lobby animalista y no se destinan recursos a protección porque no se ve prioritaria la ganadería extensiva. Para salir de este bucle, la única vía es sentarse a dialogar. Un diálogo de todos los colectivos implicados; no vale reunirse un día con sindicatos agrarios, otro con ecologistas y otro con la Federación de Caza. No. Se necesita una mesa donde todos estemos representados, se ofrezcan datos y se trabaje con criterios científicos. De esa mesa tienen que salir compromisos públicos firmados por todos o, al menos, por una mayoría. Luce mucho decir que se aumenta el presupuesto para prevención, sí, pero pasamos de 300 000 a 350 000 euros, así que es pasar de miga a miga y media. Se necesita la barra entera.

Conclusiones

La ganadería extensiva mantiene limpio el monte, reduce biomasa, reduce la contaminación mediante el secuestro de carbono, crea empleo, fija población y produce alimentos de alta calidad. ¿Acaso no merece la pena invertir en protección para ese sector? En Europa lo tienen claro. Aquí, en cambio, las ayudas a medidas preventivas se reparten sin tener esto en cuenta. Por eso puede recibir antes la subvención un rebaño de cuatrocientas vacas de leche que no salen del establo que uno de cincuenta ovejas que no salen del prado.

A los vecinos de Espiñarcao —Abadín, Lugo—, desesperados por los ataques del lobo, no los ha visitado ningún técnico, nadie les ha hablado de las medidas que se pueden tomar y de cómo financiarlas. No se les asesora en el uso de mastines o de cierres. Por eso es lógico que estén hartos e indignados y que reclamen batidas de caza.

En resumen, los pasos a seguir son: investigación, análisis de experiencias en otros países, dotación de recursos técnicos y materiales, gestión y diálogo multilateral. Todos estos pasos dependen de las Consellerías de Medio Rural y de Medio Ambiente, que son las que tienen el presupuesto y, sobre todo, las competencias exclusivas. Si no se hace así, seguirán los debates e insultos estériles en las redes sociales, se perderá la buena situación de partida que tiene Galicia y el conflicto se envenenará.


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