Espiñarcao: cuando nadie te escucha — Omnivoraz

Espiñarcao: cuando nadie te escucha

Un reportaje con los vecinos de Espiñarcao —Abadín, Lugo—, desesperados por los ataques del lobo.

La convivencia entre lobos y ganaderos es siempre difícil, a veces conflictiva y en ocasiones imposible. Les corresponde a las Administraciones públicas regular esa convivencia de forma que la presencia del lobo sea compatible con la actividad ganadera. Esta es la teoría. Pero en el ayuntamiento de Abadín —Lugo— los conceptos de convivencia y regulación han sido sustituidos por los de anarquía y desentendimiento.

Hasta el día en que se decretó el confinamiento por el coronavirus, todas las semanas de 2020 se produjo algún ataque mortal de los lobos a vacas, ovejas o caballos. Algunos se denunciaron ante Medio Ambiente, otros salieron en la prensa y muchos quedaron silenciados por la convicción de los dueños de los animales de que de nada sirven las denuncias. Después del confinamiento continuaron los ataques, pero ya sin eco mediático. Cuando las Administraciones te ignoran, cuando en las ciudades desconocen tu problema, cuando el lobo se come tus recursos, cuando tienes miedo a levantar la voz por si te señalan los que nunca pisaron un prado… cuando nadie te escucha. Así se sintieron y así nos lo contaron.

Desde Omnivoraz apostamos por los modelos agroganaderos más sostenibles y respetuosos con la naturaleza y el medio ambiente, que por sus técnicas extensivas son, precisamente, los más expuestos a los ataques de la fauna salvaje. La reciente y polémica votación en la que se decidió prohibir totalmente la caza del lobo en el Estado español ha puesto de moda un debate que, como todos los que afectan al campo, dejará de estar de moda y sus consecuencias —positivas o negativas— serán ignoradas por los medios y por la opinión pública.

Es sabido que esta medida aportará numerosas ventajas en el nivel emocional a los adeptos a la prohibición de la caza del lobo: sensación de victoria, sentimiento de comunión con la naturaleza, creencia de que se trata de un logro social… Aspectos anímicos diferentes y múltiples que no nos compete valorar. Económicamente, la presencia del lobo no se traduce en la recepción de subvenciones por tenerlo en un territorio, y el llamado «turismo de lobo» es menos que anecdótico. En el plano biológico, la alimentación del lobo a base de ganado produce un inevitable desequilibrio en el ecosistema.

Nosotros hemos querido conocer la experiencia y, en menor medida, la opinión de una pequeña comunidad de ganaderos que se ha visto fuertemente sacudida por los ataques del lobo a todo tipo de reses. Desde el impacto económico en las explotaciones hasta las sensaciones que experimentan cada vez que encuentran una res muerta. Esta es su historia.

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El lugar

Espiñarcao es una de las unidades mínimas de población que hay en España: un lugar de una parroquia de un ayuntamiento. Apenas cuarenta personas residen en esta zona, que hace uso del monte comunal de Romariz, al borde de la Serra do Xistral. Como en tantos otros lugares, las exigencias de productividad y la emigración masiva han convertido en forraje, eucaliptos y aerogeneradores lo que antes era trigo, castaño, hierba, frutales y otros cultivos a pequeña escala.

La tierra se ha transformado en un instrumento de producción a optimizar y ya no se puede contemplar de otro modo. Electricidad, alimento para el ganado y materia prima para la industria forestal es ahora la realidad de esta parte de Galicia. Con todo, los comuneros apostaron por la ganadería y convirtieron ciento sesenta hectáreas de monte bajo en pastizales para las vacas de producción cárnica. Once ganaderos se beneficiaron inicialmente del proyecto. Un modelo que fue considerado ejemplar hasta que el lobo lo puso en jaque.

Hermes, uno de los más veteranos del lugar, recuerda cuando los vecinos le pagaban por cazar al lobo: «Salíamos dos o tres veces al año y cazábamos un lobo, como mucho. En aquella época el ganado tenía mucho más valor que ahora y su protección era prioritaria. Cuando se producía un ataque, se salía a localizar al lobo, porque la supervivencia de las familias dependía del ganado. Nunca hubo problema por eso, ni siquiera era necesario pedir autorización, era puro sentido común. Bien es verdad que entonces apenas había lobos o, si los había, rara vez los veíamos».

Es un jueves por la tarde y, a pesar del frío, la lluvia y las ocupaciones, somos recibidos por, al menos, un vecino de cada casa. Tienen ganas de contar lo que están padeciendo. Han estado meses conteniéndose o desahogándose entre ellos. Se consideran víctimas de una injusticia y quieren darla a conocer y proponer sus soluciones. Saben que sus ideas pueden ser blanco de críticas y desprecios, pero el hartazgo pesa más que el qué dirán.

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Los ataques

Marcelino, el presidente de la comunidad de montes, ejerce de anfitrión. Lleva semanas siendo la cara visible en la prensa ante cada ataque: «Esto no es solo cosa nuestra. Aquí nos ha tocado a todos, pero también hubo ataques en Moncelos, en Corvite, en Baroncelle… Por esta zona ningún lugar está libre de los lobos. Aquí siempre los hubo. Siempre. Pasaban por el monte y, una o dos veces al año, se llevaban un ternero. Era algo asumido, pero ahora está desatado. No hay semana en la que no caiga muerta o herida una res y cada vez sucede más cerca de las casas y a plena luz del día. Llevamos así más de dos años. Hasta parece que conocen nuestros métodos de trabajo y que saben cómo actuar. Los potros son sus víctimas preferidas, porque los caballos no se defienden como las vacas rubias. Así, en la época de partos de las yeguas se concentran en los potros y, cuando no los hay, atacan a los terneros y a las ovejas».

Tampoco las vacas lecheras que viven estabuladas escapan a los ataques y se han registrado muertes de novillas o vacas fuera de producción que estaban en prados próximos a las viviendas: «También hay que reconocer que tenemos cierta responsabilidad en lo que pasa: como sabemos que el lobo anda rondando, procuramos tener el ganado cada vez más cerca de casa, con lo que “obligamos” al lobo a acercarse. Cuando una vaca está próxima al parto tratamos de tenerla siempre a la vista y la sacamos del monte, pero ni así evitamos los ataques. Esto es un problema doble, porque nos acarrea más trabajo y nos hace sacar a las vacas de su hábitat natural, que es el monte».

En este punto afloran diferentes percepciones entre los vecinos: hay los que se apuntan a la teoría —muy extendida en Galicia— de que la Xunta realiza sueltas periódicas de lobos en la Serra do Xistral y en otras zonas de monte, y hay quien cree que eso son leyendas. Lo cierto es que nadie asegura ser testigo presencial ni de una opción ni de la contraria. «¿Para qué vamos a discutir si nadie vio nada? El problema no es ese», sentencia un veterano.

Otro debate es el de la raza de lobo. Los mayores dicen que los actuales ejemplares no son los que había antes: «Estos son de otro color, de otra morfología y parecen más inteligentes. Los de antes atacaban muy de vez en cuando, pero no tenían miedo. Los de ahora nunca se enfrentan a un rebaño y buscan siempre animales que estén aislados y, como las recién paridas o los recién nacidos, que tengan poca capacidad de defensa». Esa actitud medrosa con los rebaños contrasta con el hecho de que los ataques se produzcan a plena luz del día y al lado de viviendas y granjas.

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«Los días siguientes al ataque estás muy tenso. En casa se nota el cabreo… Pasan mil cosas por la cabeza, y ninguna buena».

Dado que nos enseñan fotos y vídeos y nos dicen exactamente en qué lugar y en qué fecha y hora fueron vistos los lobos, no tenemos por qué dudar de la palabra de estos ganaderos. Más que nada porque también nos enseñan los restos de las reses muertas, los animales heridos y las hojas de registro de los agentes medioambientales que dan fe de los ataques. De los vecinos presentes, solo uno dice no haber visto al lobo por el momento, aunque sí que ha padecido los ataques en su explotación.

Sin embargo, los ataques de lobo no solo perjudican a los ganaderos; para los jubilados puede ser incluso peor: «Quien más quien menos tiene una o dos vacas para tener con qué llenar el arcón. Las pensiones de jubilación aquí son bajas y siempre hay hijos y nietos que viven fuera y les viene bien la carne. Un ganadero puede seguir con su explotación, pero si al jubilado le matan una vaca, le provocan un daño enorme, porque ese animal es una parte importante de su dieta y le sale gratis. Además de que ayuda a mantener limpias las fincas, a lo cual están obligados para evitar incendios».

Al margen de la pérdida económica, está algo que afecta a todos: el impacto psicológico. «Los días siguientes al ataque estás muy tenso. En casa se nota el cabreo. Piensas en el dinero que pierdes, en cómo quedan los animales que sobreviven, en las vueltas que tendrás que dar para pedir la indemnización, en cómo cumplir con el cliente para el que era ese ejemplar, en que tuviste mala suerte porque acababas de estar en esa finca… Pasan mil cosas por la cabeza, y ninguna buena. Y si solo fuese una vez, lo olvidas, pero son muchas al cabo de los años. Eso deja un poso en la mente, una mezcla de cabreo y de desesperación, porque sabes que va a volver a pasar». Todo esto se ve agudizado, dicen, cuando tienes que acompañar a un animal en su agonía, que puede durar varios días.

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«Las vacas, las ovejas y los caballos que presencian un ataque ya no lo olvidan. Algunas mueren por el estrés, otras dejan de dar leche y la mayoría no come ni descansa lo suficiente».

Para las estadísticas oficiales solo cuentan las reses muertas durante los ataques de lobo, pero ¿qué pasa con las que resultan heridas?: «El 90 % mueren a los pocos días, después de haber gastado en antibióticos, desinfectantes y veterinarios un dinero que necesitamos para otras cosas. Y las que sobreviven quedan muy tocadas; muchas ya no son capaces de parir o no se alimentan como deberían, porque su organismo está alterado». Además, los ataques afectan también al ganado que no resulta dañado directamente: «Las vacas, las ovejas y los caballos que presencian un ataque ya no lo olvidan. Algunas mueren por el estrés, otras dejan de dar leche y la mayoría no come ni descansa lo suficiente».

En lo que todos están de acuerdo es en que la población local de corzos se ha visto muy reducida, algo que achacan a la presencia del lobo: «Antes los veíamos todos los días y ahora vemos más al lobo que al corzo, es decir, hay tantos lobos que están acabando con el corzo, pero ni así les llega y por eso atacan tanto al ganado».

Medidas de protección

Una respuesta recurrente desde los ámbitos urbanos es la de que para combatir al lobo es suficiente con cerrar las fincas y, donde eso no sea posible, utilizar perros mastines. O combinar ambas medidas. Sin embargo, en la práctica no es tan simple: «Yo no puedo utilizar mastines porque mis fincas lindan con el Camino de Santiago y los peregrinos protestan por la supuesta peligrosidad de los perros. Tampoco puedo permitirme cerrar las fincas porque son cincuenta y cuatro hectáreas y no tengo dinero para pagar el modelo de cierre que resulta efectivo. Es cierto que hay líneas de subvención para levantar cierres, pero son insuficientes para el tipo de materiales que exigen y para el número de ganaderos que tendríamos que acogernos a ellas. Por otro lado, están pensadas para fincas de ganaderos particulares, sin tener en cuenta el modelo de comunidad de montes, que en zonas como esta es mayoritario y que implicaría cerrar cientos de hectáreas con consecuencias de todo tipo para el ecosistema».

Abundando en los mastines, la mayoría de vecinos apuntan que la capacidad de esos animales es limitada y que no pueden defender las hasta doscientas cincuenta cabezas de ganado que hay en estos montes en determinadas épocas. Particularmente, algunos de los afectados desconfían de las aptitudes del perro mastín ante una manada de lobos hambrienta. «Y, además, hay que dar de comer a esos perros, que no comen precisamente poco». En Espiñarcao casi todos los ganaderos tienen algún ejemplar de mastín, incluso uno de los de mayor dimensión cuenta con cinco, pero los datos indican que ni así se detienen los ataques. Por eso, todos señalan que los mastines no son una solución fiable.

Por toda Galicia era habitual, hasta no hace mucho, dejar animales muertos en las zonas más alejadas para que sirvieran de alimento a los lobos y, así, mantener alejado al depredador. Hoy nadie se atreve a hacer algo semejante, porque las multas que imponen el Servicio de Protección de la Naturaleza —Seprona— o Medio Ambiente son elevadamente disuasorias. «Nos queda la opción del “petón”, un simulador de disparos de escopeta, que funciona durante una semana o algo menos. Al final el lobo se acostumbra a la frecuencia de disparo y acaba por ignorarlo».

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«No se trata de exterminar al lobo, sino de que no haya tantos, para poder seguir con nuestra actividad».

Marcelino nos cuenta que, a raíz de los primeros ataques, se desplazó dos veces a la sede de la Xunta en Lugo, una de ellas acompañado del alcalde de Abadín: «Fuimos a pedir una batida o cualquier otra medida que ellos pudieran poner en marcha. Nos dijeron, literalmente, que no podían hacer nada porque se producirían denuncias de grupos ecologistas y animalistas». En ese caso, prosigue Marcelino, tendrán que ser ellos los que denuncien a la Administración por dejarlos indefensos.

«Tampoco creo que las batidas esporádicas sean efectivas. Yo propongo, y es una opinión personal, que elaboren un censo de lobos, como se hace con los gamos, y que nos entreguen un número de precintos igual al número de lobos que se permite capturar». En esta zona hay sobrepoblación de gamos, porque se introdujeron en una finca experimental y acabaron por huir y colonizar el monte. No causan grandes problemas, pero tampoco conviene que se descontrolen. Por eso, cada año se autoriza un número de capturas; una solución que podría aplicarse al lobo, según estos ganaderos, al menos hasta que la población se controle: “No se trata de exterminarlo, sino de que no haya tantos, para poder seguir con nuestra actividad».

La medida que propone Marcelino prescinde de las batidas específicas de lobo: «Si el cazador está en el monte y se encuentra al lobo, podría cazarlo mientras haya cupo para eso. Así también se pondría fin a las muertes accidentales y el furtivismo». El problema es que desde la Xunta les dicen que no hay suficientes lobos como para aplicar el sistema de precintos, pero tampoco saben decirles cuántos lobos hay.

¿Y qué hay de las indemnizaciones? En esta parroquia los plazos, los importes e incluso los conceptos varían enormemente de unos casos a otros, sin que haya una explicación clara: «Puedes tardar en cobrar dos años o una semana. O puede que te paguen la mitad del valor o el importe íntegro. Incluso puedes llegar a cobrar por los animales que padecen secuelas o mueren por estrés, o no cobrar nada por los muertos en el ataque. Es un poco una lotería que nadie nos acaba de explicar. Lo cierto es que casi la mitad de los ataques no se denuncian, porque nos lleva a un laberinto burocrático que no todos estamos dispuestos a aguantar». Nos ponen el ejemplo de una ternera de cinco meses, que es una de las víctimas más habituales; tiene un valor de mercado de unos seiscientos euros, pero el ganadero acaba cobrando doscientos cincuenta euros con una media de espera de un año.

Los caballos que se tienen como afición, no como ganado, quedan fuera de las indemnizaciones. Aunque hay que decir que con un precio medio de doscientos euros por potro es inviable como recurso ganadero. También quedan fuera los perros caseros, que ya han muerto varios, y que no tienen valor económico, pero si un valor emocional incalculable.

El debate

La entrevista se realizó antes de la polémica propuesta del Ministerio para la Transición Ecológica de prohibir totalmente la caza del lobo en España. Sin embargo, en Espiñarcao ya tenían clara una de las claves del debate: «Si dividimos el número de lobos estimados que hay en España por la superficie total del Estado, por supuesto que hay pocos lobos, muy pocos. Eso no está en duda y por ese motivo estamos a favor de su conservación. La cuestión es que las poblaciones están muy concentradas. En algunas zonas de Galicia, ya no digo de España, está desaparecido, mientras que aquí tenemos más del que podemos asumir».

Para completar la biodiversidad de fauna salvaje en esta zona, a jabalís y lobos hay que añadirles los buitres, de reciente aparición y que, al menos, no suponen ningún tipo de problema por ahora.

El debate en torno al lobo, o, más bien, lo que consideran un excesivo proteccionismo, es algo que les parece injusto en relación con otras especies: «Aquí antes había truchas, perdices, liebres y conejos de monte. Todo eso desapareció y nadie dijo nada, no hubo una sola protesta, pero, en cuanto se habla del lobo, los animalistas salen en tromba a defenderlo. ¿Qué clase de defensores de los animales son esos?».

Nos llama la atención la desaparición de las truchas y preguntamos al respecto: «En otras zonas de Galicia han desaparecido por culpa de los purines, pero aquí no, porque se utiliza muy poco y muy repartido. El problema está en que no se permite limpiar las márgenes de los ríos y se crean zonas de mucha sombra donde los peces no pueden criar. Ya dice el refrán que nadie crece a la sombra de otro…». Un caso más en el que las Administraciones desoyen a la experiencia.

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«Si dividimos el número de lobos estimados que hay en España por la superficie total del Estado, por supuesto que hay pocos lobos, muy pocos. Eso no está en duda y por ese motivo estamos a favor de su conservación».

Los vecinos reconocen que la mano del hombre también ha ayudado a la expansión del lobo. Hace cincuenta años aquí no se conocía la palabra «eucalipto» y ahora son casi omnipresentes. El hecho de destinar terrenos muy amplios a ese cultivo genera refugios para el lobo y hace que desaparezcan especies como la perdiz o la liebre, que se alimentaban de los cereales y los pastos que antes ocupaban la tierra y que servían de alimento al lobo. También contribuye el hecho de que hayan estado años sin poder sembrar patatas por culpa de la plaga de pulga guatemalteca.

«Antes esto era una agricultura de subsistencia. Llegábamos a cambiar dos docenas de huevos por un litro de aceite, o unos conejos por un bacalao. Recuerdo que vendíamos jamones y comprábamos la “Marañona”, unos tacos de carne de cerdo salada que traían de Salamanca. Todo el terreno tenía que producir, todos los recursos naturales eran necesarios y había gente en todas las casas para trabajar. Ahora somos pequeños empresarios ganaderos o jubilados y el terreno se emplea de forma muy diferente, con mucha menos variedad de usos». Este es un buen ejemplo de que la «España vaciada» no solo se vació de personas, sino también de elementos etnográficos y de biodiversidad.

A nuestra pregunta de si creen que el problema que están padeciendo con los lobos se va a solucionar, Marcelino contesta con rotundidad: «Yo estoy convencido de que si. La situación es cada vez peor y no pueden mirar hacia otro lado. Más pronto que tarde, la Administración tendrá que tomar medidas, incluso para defender al propio lobo, porque, si siguen los ataques y las pérdidas económicas, llegará el momento en que la gente empiece a defender el ganado por su cuenta. Y no creo que eso le interese a la Administración. Si no fuese por la presión de grupos ecologistas y animalistas, esto ya se habría arreglado. Hay voluntad política, pero de momento pesa más el miedo a esos colectivos. Son individuos que hacen mucho ruido en las redes sociales y aparentan movilizar a mucha gente, y quizá nosotros estamos demasiado callados».

Marcelino indica que, siempre que hay problemas con los lobos o jabalís, son los cazadores los que toman la iniciativa: «Y no debería ser así. Los ganaderos y las comunidades de montes somos las víctimas de la fauna salvaje y los que deberíamos estar más unidos en defensa de nuestro medio de vida. La mayoría de los cazadores solo buscan pasarlo bien, no ayudarnos a nosotros. Entonces, ¿por qué ellos pueden solicitar las monterías y los comuneros no? Cuando pedimos una batida de fauna salvaje, siempre nos dicen que tenemos que hablar con el presidente del coto de caza. Aparte de que en esta parroquia no hay cazadores».

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«Los ganaderos y las comunidades de montes somos las víctimas de la fauna salvaje y los que deberíamos estar más unidos en defensa de nuestro medio de vida».

Víctimas de tópicos e invisibilidad

La diferencia de trato es algo que indigna a estos comuneros. Consideran que, pagando los mismos impuestos que el resto de ciudadanos, no reciben los mismos servicios ni la misma atención: «Si en el centro de Lugo hay una plaga de ratas o se rompe una tubería, no tardan ni un día en arreglarlo. Aquí, en cambio, ante un problema que afecta a todos los vecinos, no se toma ni una sola medida, se actúa como si el problema no existiera».

También les molesta que se les eche en cara el cobro de las subvenciones de la Política Agraria Común —PAC— y de otras ayudas al sector ganadero: «Pocas o ninguna empresa habrá que no reciban subvenciones públicas, y las nuestras están condicionadas a hacer que el territorio produzca y se conserve en buen estado, al mantenimiento de razas autóctonas o a las buenas prácticas medioambientales. Hay quien dice que el cobro de la PAC hace que no tengamos derecho a protestar, pero eso no es así. La PAC es la que permite que sigamos produciendo alimentos asequibles para la economía de las ciudades, es la que impide que los precios finales se disparen, y es también el reconocimiento a nuestro cuidado del suelo europeo».

Estos vecinos aseveran que, a pesar de haber sido noticia en repetidas ocasiones por los ataques, no han recibido ningún apoyo de los sindicatos agrarios, partidos políticos o asociaciones ganaderas. Nadie los ha llamado y mucho menos se ha acercado a hablar con ellos.

Aun así, se resisten a creer que haya un plan preconcebido para deshacerse de ellos, de manera que todo este territorio quede a disposición de los parques eólicos y las plantaciones de eucalipto: «Se habla mucho del valor de lo ecológico y de recuperar el rural. Eso pasa por que haya explotaciones como las nuestras con el ganado libre en el pasto. ¿Si no, de dónde va a salir la carne? Porque esta no es como la de los cebaderos industriales, no tiene nada que ver, es un producto de alta calidad». Aunque sí que aseguran que hay más preocupación por que se extinga el lobo que por que se extingan los ganaderos extensivos. «Ahora bien, si nosotros cerramos, el lobo no tarda un día en irse de aquí. Eso también deberían tenerlo en cuenta los que mandan».

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«No puede ser que todo el coste recaiga sobre nosotros para que gente que nunca vio ni verá al lobo se sienta satisfecha en su ciudad».

Por supuesto, no podríamos terminar este reportaje sin preguntarles qué le dirían a toda esa gente que se opone a la caza del lobo y que exige que los ganaderos paguen de su bolsillo cierres, mastines y demás medidas, a pesar de su elevado coste y de que existan medidas alternativas: «Les diríamos que vinieran a trabajar aquí un par de años, con nuestras rentas y nuestros condicionantes. Saliendo a los prados nieve o truene; atendiendo partos de madrugada; con el lobo atacando cada semana su medio de vida, y viendo cómo raro es el mes en el que no se te va un 15 o un 20 % de tu dinero entre sus fauces. Seguro que, pasado ese tiempo, como mínimo serían capaces de entendernos, cosa que ahora no hacen, porque ni siquiera escuchan». Uno de los veteranos añade: «Y que entiendan que, si quieren lobos, tienen que poner dinero de su bolsillo a través de los impuestos. No puede ser que todo el coste recaiga sobre nosotros para que gente que nunca vio ni verá al lobo se sienta satisfecha en su ciudad».

Para finalizar, nos dejan una reflexión: «Ninguno de nosotros, y creemos que hablamos en nombre de todos los ganaderos de Galicia, quiere que el lobo desaparezca. Ninguno. Queremos que siga presente en el territorio gallego. En cambio, los animalistas, los ecologistas y los grupos afines a ellos están deseando que nosotros desaparezcamos por completo. Sin embargo, parece que los malos somos nosotros. Sin duda, no hemos sabido explicarnos. O no nos han dejado…».


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