Susana Álvarez y Paco Novo: construyendo un puente entre lo rural y lo urbano — Omnivoraz

Susana Álvarez y Paco Novo: construyendo un puente entre lo rural y lo urbano

Un reportaje con Susana Álvarez y Paco Novo, olivareros gallegos.

Que nadie viva en un lugar no significa que sea un territorio vacío. Ser agricultor no implica vivir pegado a la tierra. Residir en la ciudad no impide ser un profesional del campo. Y un empleo urbano a tiempo completo en una empresa de servicios no está reñido con gestionar una explotación agrícola. Estas afirmaciones pueden sonar arriesgadas, pero el matrimonio compuesto por Paco y Susana las verifica una a una. Estas y alguna más inverosímil.

Si desde Omnivoraz trabajamos para tender puentes entre la ciudad y el campo a través de la comunicación, esta pareja los tiende de forma real mediante su experiencia vital y laboral. Llevan una «doble vida», urbanita y rural, que demuestra que ambos espacios no están tan lejos y que pueden ser complementarios. De forma clara y eficaz, ellos han roto el mantra de que «los hijos se marchan a la ciudad y las tierras quedan abandonadas».

Como tantas otras parejas, Francisco Novo Diéguez —Chantada, Lugo, 1977— y Susana Álvarez Becerra —Ribeira, A Coruña, 1980— cursaron sus estudios en Santiago de Compostela, encontraron empleos en el sector financiero, para el que se habían formado, se casaron, compraron una vivienda en la ciudad y tuvieron dos hijos. El entorno rural en el que se habían criado quedó para hacer visitas los fines de semana. Lo normal… hasta que Paco sintió la llamada de la tierra que había pagado sus estudios.

Susana, Paco y sus dos hijos viven en Bertamiráns, al lado de Santiago. Ella trabaja en Arzúa, a treinta y cinco minutos de la capital gallega, y él en la propia ciudad compostelana. Chantada está a poco más de una hora de trayecto. Este batiburrillo de horarios y lugares haría que cualquier otra familia pensase en deshacerse cuanto antes de las fincas, pero ellos, en lugar de vender o arrendar los terrenos, o incluso dejarlos a monte, buscaron la fórmula para hacerlos útiles. Ojalá cunda el ejemplo.

Susana Álvarez y Paco Novo: construyendo un puente entre lo rural y lo urbano — Omnivoraz

«Como llevaba tiempo pensando en hacer algo verdaderamente útil con las fincas de mis padres, me puse a ello en serio. Tomé la decisión de hacer lo que quería hacer».

La decisión y los inicios

Paco nos cuenta cómo llegó a plantearse lo que implicaría un gran cambio en su vida: «Estuve casi diez años trabajando en una entidad bancaria. En ese tiempo, mis padres se jubilaron y los terrenos quedaron parcialmente abandonados. Alquilamos su nave de cría de cerdos y cedimos algunas parcelas para que un ganadero las aprovechase. Nunca me gustó ver los terrenos así, pero era lo que había. Las famosas preferentes, la presión comercial y un entorno laboral que no me gustaba me ayudaron a decidir dejar el banco. No podía más. Y, como llevaba tiempo pensando en hacer algo verdaderamente útil con las fincas de mis padres, me puse a ello en serio. Tomé la decisión de hacer lo que quería hacer».

Primero estudió opciones minoritarias y, en teoría, altamente rentables, como el lúpulo o los arándanos. Por las altas inversiones necesarias, por la cantidad de mano de obra que requerían esos cultivos y por la volatilidad de los precios, fueron descartados. También quedaba descartado cualquier proyecto ganadero —a pesar de disponer de varias naves ya habilitadas—, porque implican una presencia diaria en las instalaciones, razón por la cual ni se plantearon retomar la cría de cerdos y la granja de sus padres sigue arrendada: «Fue mi cuñada la primera que habló de los olivos como una posibilidad, después de leer un artículo sobre su cultivo en Galicia. Me gustó la idea y empecé a informarme. Percibí que había, y hay, un creciente interés por recuperar variedades, por extender el cultivo e incluso por elaborar aceites. Digamos que es un sector emergente. Esa situación de efervescencia, y las posibilidades de compaginar el olivar con otro empleo, fueron lo que me acabó de convencer». Paco también pensó que, si la producción de aceituna no salía como esperaba, siempre podría vender los olivos como elementos ornamentales de jardinería.

Así, dieron comienzo a su nueva actividad laboral: «El 5 de marzo de 2017 plantamos los olivos, con la confianza de que la primavera los haría crecer rápidamente. Bueno, pues en abril vino la peor helada que se recuerda y frenó todo, seguida de una primavera extremadamente seca. Si la media de mortandad de olivos recién plantados es de un 5%, nosotros tuvimos zonas de un 15%. Una locura, pero aquí seguimos».

«De Madrid para abajo hay másteres de olivicultura y puedes aprender de todo, pero aquí no hay casi nada».

Financiación y formación

La forma jurídica de la explotación ha cambiado durante los cuatro años que llevan de proyecto. Pensaron en crear una cooperativa o una sociedad civil, pero las circunstancias llevaron a que finalmente optasen por que Paco se hiciese autónomo agrario. Ahora ha dejado esa condición porque vuelve a trabajar por cuenta ajena en el sector informático, aunque puede recuperarla en el futuro, ya que en el olivar existe la posibilidad de darse de alta por cuenta propia solo en el período de cosecha. Por otro lado, no descartan retomar la fórmula cooperativa más adelante, si deciden dar el paso de elaborar y comercializar aceite: «A día de hoy la aceituna gallega está muy bien pagada, pero irá bajando de precio con el tiempo, porque aumentan las plantaciones. Por eso es importante crear valor añadido, y elaborar aceite es la mejor manera. Existen varias posibilidades: juntarnos entre varios productores y vender a granel o crear una marca propia, comercializar el aceite de forma conjunta con el vino de esta zona, etc. Cuando hayamos llegado a un nivel óptimo de aceituna cosechada, valoraremos qué hacer, porque no hay que olvidar que para elaborar aceite es necesaria una almazara y requiere una fuerte inversión. Ya iremos viendo». Lo que no contemplan es producir aceituna de mesa, ya que las variedades que se dan en Galicia no son aptas para esos usos, no porque no sirvan para comer, sino porque su aspecto no es el idóneo y por eso la pagan muy poco.

La financiación para poner en marcha el proyecto también fue de las habituales: «La inversión se reduce mucho al tener ya los terrenos en propiedad, aunque no tanto como pueda parecer. Al final invertimos aquí la indemnización que me dieron al dejar el banco y parte de lo que cobré de paro. Mis padres también pusieron algo de dinero y, por supuesto, se lo estamos devolviendo puntualmente». Así, no fue preciso acudir a una entidad de crédito para comenzar la explotación. En el caso de Susana y Paco, con dos hijos de seis y cuatro años, y una hipoteca por compra de vivienda, a la palabra «emprendedores» habría que añadirle la de «valientes».

En Galicia suele suceder que no existen posibilidades de formación para agricultores y ganaderos que deciden hacer algo alternativo o, al menos, poco habitual. También fue este el caso: «De Madrid para abajo hay másteres de olivicultura y puedes aprender de todo, pero aquí no hay casi nada. Cuando empecé tenía menos de cuarenta años y podía recibir una subvención por inicio de actividad. Me exigían el curso de incorporación de doscientas horas y pico y tuve que hacer el del sector frutícola, que, aunque nada tiene que ver con esto, era lo más parecido». La única actividad formativa y de asesoramiento la lleva a cabo la Asociación de Productores de Aceite y Aceituna de Galicia —APAAG—, que engloba a 160 pequeños olivicultores, sobre todo de las provincias de Ourense y Pontevedra, que cultivan unas 130 hectáreas y 140 000 olivos: «En internet hay mucha información sobre el cultivo del olivo, pero está muy enfocada al sur de España. La composición de la tierra, el clima y las plagas que hay en esas zonas son muy diferentes, así que tampoco nos resulta demasiado útil». Para lo que sí que consultaron con colegas andaluces fue para decidir el tipo de seguro agrario, y para conocer más a fondo la gestión de las ayudas de la Política Agraria Común —PAC— en estos cultivos.

Susana Álvarez y Paco Novo: construyendo un puente entre lo rural y lo urbano — Omnivoraz

La plantación requirió de un análisis detallado antes de empezar. Aunque la composición de la tierra, su grado de inclinación y la presencia de agua eran idóneos, el clima siempre fue un condicionante.

La plantación: terreno, manejo del suelo y ayudas

La plantación de Susana y Paco requirió de un análisis detallado antes de empezar. Ella nos explica que, aunque la composición de la tierra, su grado de inclinación y la presencia de agua eran idóneos, el clima siempre fue un condicionante: «Plantar en Chantada, y más en esta ladera de la Serra do Faro, era un riesgo por las heladas, por el frío y también por el viento, que puede dañar los olivos en la fase inicial al doblarlos, arrancarlos o dejarlos sin hoja». Para tener todas las garantías de que el terreno era apto, encargaron un doble análisis de tierras y hojas a una empresa especializada y a un organismo público.

Su olivar, situado en la parroquia de San Xillao do Mato —Chantada—, ocupa 7 hectáreas, de las que 0,5 corresponden a los caminos y espacios que hay que dejar entre los olivos para poder trabajar en ellos con maquinaria. La plantación es muy diferente de las que vemos en Andalucía, pues cada planta está a 1,40 metros de la siguiente dentro de cada hilera, pero estas están convenientemente separadas entre sí, precisamente para poder usar máquinas de forma efectiva. Se trata de que el olivo dé la mayor producción posible en el menor espacio: «Ahora vamos a comprar un atomizador, que nos permitirá aplicar fitosanitarios de forma mecánica desde el tractor. Imagínate el tiempo que nos lleva hacerlo manualmente con los 11 200 olivos que tenemos…». Para la recogida de la aceituna también se emplearía una máquina cabalgante acoplada al tractor, por lo que no veremos aquí la tradicional escena de los mozos vareando el olivo. Además, la explotación tiene reservadas otras tres hectáreas, situadas a cuatro kilómetros del olivar, por si es necesario ampliar la producción. Aunque estas están a más altitud, reúnen los requisitos de agua, calidad de tierra y resguardo del clima para plantar olivos. Está previsto que cada planta llegue a producir un máximo de cinco kilos de aceituna, es decir, cincuenta y seis toneladas en total, con un rendimiento de diez mil kilos por hectárea.

El manejo del suelo es otro rasgo diferencial. Si en Andalucía vemos tierra entre los olivos, aquí lo que hay es hierba: «La cubierta vegetal es recomendable porque retiene la humedad en terrenos en pendiente como este. La hierba también evita la erosión que causaría la lluvia si este suelo estuviera solo con tierra, sin olvidar que, además, en ella es donde anidan los insectos que se comen a esos otros que afectan al olivo. Da trabajo, pues hay que cortarla cuatro o cinco veces al año con una máquina interfilas de disco lateral». Si bien la cubierta vegetal idónea es la que forman los guisantes o el centeno —porque fijan más nitrógeno en el suelo—, el trabajo que darían esos cultivos hace más recomendable la hierba, aunque en la finca pudimos comprobar que los olivos que tienen algo de huerta debajo están más crecidos que los otros.

La explotación cobra una pequeña ayuda de la PAC que ya se venía recibiendo cuando estaba en pradería. Por la nueva actividad debería ser más elevada, pero, para que puedan percibir lo que realmente les correspondería, tendrán que esperar a la adquisición de nuevos derechos, al establecimiento de una forma jurídica más estable y a ver cómo queda esta ayuda europea que se está negociando en Bruselas. Igualmente, no fue preciso modificar las condiciones legales preexistentes por tratarse de un cultivo en seto —no van a ser árboles de gran tamaño—. El método de cultivo formando un seto solo es posible porque el cuerpo del olivo es como un espejo, es decir, el ancho de las ramas será el mismo que tendrán las raíces. De esta forma, las plantas no compiten entre sí y, en el caso de que algún árbol se quede más pequeño por competencia de otros, se puede corregir fácilmente con un buen abonado. Pero, ojo, solo se pueden utilizar abonos en seco, ya que los húmedos o líquidos se filtran con facilidad.

El proyecto lleva un año de retraso respecto al planteamiento inicial, debido a que el padre de Paco enfermó y sus cuidados requirieron varios meses, lo que dejó el olivar parcialmente parado. Como consecuencia, hubo una demora en labores de poda y abonado, aunque no afecta al futuro de la plantación.

Los olivos empiezan a producir a nivel óptimo a partir de cinco años, pero todo lo que se haga antes decidirá su futura capacidad.

Plan de trabajo, variedades y amenazas potenciales

Los primeros años son los de más trabajo. En esos momentos es cuando más se aplican fitosanitarios para combatir plagas, como la mariposa Glyphodes, que se come los brotes y hojas, o algunas razas de araña: «En cuanto al trabajo del día a día, es verdad que desde mediados de noviembre, en que se acaba la recogida, hasta el mes de abril, no tenemos que hacer prácticamente nada porque las plantas entran en parada vegetativa. Eso sí, a mediados de diciembre se aplica un tratamiento de cobre para que resista las heladas, y otro en junio de forma preventiva, para que no les afecte el repilo, un hongo que daña las hojas». Recordemos que, hasta que llegue el atomizador, este tratamiento se aplica de forma manual y planta por planta, es decir, supone recorrer siete hectáreas con una mochila de veinte litros a la espalda.

Los olivos empiezan a producir a nivel óptimo a partir de cinco años, pero todo lo que se haga antes decidirá su futura capacidad: «Nuestra intención es pasarnos a la producción ecológica a partir del sexto año. Ahora no podemos hacerlo porque las técnicas autorizadas por el Consello Regulador da Agricultura Ecolóxica de Galicia —CRAEGA— no garantizan la supervivencia de los olivos».

En cuanto a la poda: «Hasta que la planta tenga diez años es preciso realizar una poda de formación cada dos años, es decir, cortar las ramas para que el olivo tenga la forma más adecuada para producir al máximo. Pasada una década, se hacen podas de mantenimiento cada cinco años para que no crezca demasiado». La poda de formación se puede hacer con una máquina, ya que, en esencia, consiste en impedir que la planta crezca hacia los lados. Como por ahora Susana y Paco no disponen de ella, tienen que hacerlo a mano.

El riego es igualmente importante, aunque no lo parezca, y mecanizarlo es algo que también está previsto en este olivar a medio plazo: «El olivo no necesita mucha agua, pero tampoco puede estar más de un mes sin ella. La tierra en Galicia es muy pedregosa y el agua se filtra, de modo que, si no hay suficiente agua, al olivo no le pasará nada, pero las aceitunas perderán calidad y tamaño».

Las variedades con las que trabajan son la arbequina, mayoritariamente —aunque no es autóctona de Galicia—, y la cobrançosa —oriunda de Portugal—, de la que cuentan con unas cincuenta plantas. Se decidieron por estas debido a su resistencia al frío y a la sequía, y porque son las más aptas en esta Comunidad Autónoma para trabajar en el sistema de seto: «No es posible adquirir 11 200 plantas de las variedades mansa y brava gallegas y, aunque lo fuese, no serían aptas para nuestro proyecto de modelo mecanizado». Varias visitas a las plantaciones experimentales de la Universidad de Vigo les sirvieron para ratificarse en su elección: «La arbequina puede aguantar hasta 10 ºC bajo cero, y aquí en muy rara ocasión se baja de 0 ºC. La picual también es resistente al frío, pero la arbequina nos ofrecía más garantía por el tipo de terreno».

En los meses de floración del olivo —abril, mayo y junio—, la flor se convierte en un reclamo para los corzos. Por este motivo, colocar vallas de protección supuso otra inversión imprevista, pero imprescindible. Más difícil es evitar la entrada del tejón, que se cuela por debajo pero, al menos, no daña los olivos. El gran enemigo del olivo es la bacteria Xylella fastidiosa, que, si ataca, obliga a arrancar el árbol de cuajo. Por ahora están a salvo porque el clima no favorece su aparición, y porque las plantaciones gallegas están tan separadas entre sí que la propagación se vuelve imposible.

«El aceite ya no solo se ve como algo para freír patatas. Se está creando una cultura de calidad y de exigencia de consumo, que abre la puerta a una mayor profesionalización y a hacerse con mercados de alto valor».

Unión sectorial y búsqueda de valor

La falta de unión es un tema que sale a la luz recurrentemente cuando hablamos con agricultores y ganaderos. Al parecer, el sector olivarero tampoco es la excepción: «Los productores de Quiroga, que son los más conocidos, van un poco por libre. Tanto a nivel de legislación como de trabajo y comercialización, tienen su grupo cerrado y sus propios criterios. Nada que objetar. En cuanto a los demás, sí que se perciben pasos. Se está empezando a trabajar en la creación de una Indicación Geográfica Protegida —IGP— para la aceituna gallega, algo que creemos que es imprescindible, porque hay quien trae aceituna de otras zonas de España a muy bajo precio y elabora aquí un aceite que, después, vende como gallego, sin nada que lo certifique. No hay cultura del aceite, no existen catas, por ejemplo. Así es fácil que te presenten una botella muy bonita con un aceite un poco oscuro y ya cuela por gallego… a veinte o veinticinco euros. Eso no puede ser. Desde APAAG se está trabajando en varias vías, y la IGP es una de ellas. Tampoco hay que caer en psicosis: hay a quien le falta una rama porque se la arrancan para el Domingo de Ramos y dice que es para clonar variedades…».

«Igual que ocurre en muchos otros sectores del campo, el mercado nos lleva a un cierto individualismo que no parece beneficioso. Si los productores colaborásemos, podríamos compartir información sobre plagas, tratamientos, técnicas, precios, etc. O también hacer compras conjuntas de maquinaria e insumos. Además, como somos pocos, se aplican generalizaciones que son negativas. Por ejemplo, las empresas ponen una fecha límite de entrega para toda Galicia, sin tener en cuenta que la aceituna madura de forma diferente según la zona».

Conviene, pues, que los productores se vayan organizando: «De cara al futuro, hay que tener en cuenta que nos están pagando por peso, no por rendimiento, algo que va a cambiar porque perjudica a las empresas. Me explico: hasta ahora nos pagan exclusivamente por la cantidad en kilos de aceituna que entregamos, pero más adelante, igual que en Andalucía, nos pagarán midiendo también el rendimiento, es decir, la cantidad de aceite que produzca nuestra oliva. Y a largo plazo empezarán a medir la calidad del aceite que da nuestro fruto, un poco como pasa cuando a la leche se le analiza la grasa o la proteína, aparte de que debemos considerar el hecho de que el aceite ya no solo se ve como algo para freír patatas. Se está creando una cultura de calidad y de exigencia de consumo, que abre la puerta a una mayor profesionalización y a hacerse con mercados de alto valor. Concretando ya, en esta zona —Ribeira Sacra— hay propuestas para que en las diferentes ferias del vino se incluyan también muestras de aceite o, al menos, de productos de la zona entre los que el aceite tenga cabida, porque cada vez percibimos más interés en apostar por el cultivo de la aceituna».

Susana Álvarez y Paco Novo: construyendo un puente entre lo rural y lo urbano — Omnivoraz

«Elaborar aceite será posible si en la zona hay más productores dispuestos a hacer una inversión conjunta para adquirir las máquinas necesarias y, probablemente, también a ir a una comercialización colectiva».

Mercado, comercialización y perspectivas

El 2020 está siendo un mal año para el sector olivarero, ya que los precios de la aceituna han bajado mucho en las zonas de más producción. ¿Preocupa esta situación en Galicia?: «Preocupa porque las informaciones que llegan del sector son bastante negativas, aunque, de momento, no podemos quejarnos. En esta última campaña la aceituna gallega se ha pagado a 1,40 euros/kilo, mientras que en Andalucía estaba a 0,40 euros. Y eso que aquí cada productor va por libre y no hay negociaciones colectivas, que nos darían más fuerza. También hay que ser conscientes de que esos altos precios no van a ser eternos. Si lo fuesen, no dudaríamos en dedicarnos solo a esto». Y los beneficios podrían ser aún mayores si no fuese porque la aceituna gallega se recoge durante el envero, cuando aún no ha alcanzado su máximo desarrollo y, por tanto, peso y calidad.

A diferencia de plantaciones gallegas anteriores, sujetas a contratos de integración, Susana y Paco disponen de cierta libertad para producir y comercializar: «Hemos llegado a acuerdos —que no contratos— con diferentes empresas del sector, de manera que nos asesoran gratuitamente y podemos negociar con ellas una futura venta de la aceituna. También podemos comprarles plantas o productos fitosanitarios y fertilizantes, pero no hay nada firmado, así que, llegado el momento, somos libres de hacer lo que consideremos más oportuno con nuestras olivas. Los operadores gallegos buscan que haya cada vez más producción, por lo que facilitan las cosas a los olivicultores, lo cual es una ventaja». Por tratarse de una explotación de más de cinco hectáreas, es obligatorio llevar un registro de todos los movimientos de plantas y productos que se realizan. Ellos cuentan con asesores externos que les están haciendo esa labor, precisamente por el interés que hay en facilitar las cosas a los nuevos productores.

Dentro de cinco años el olivar estará a pleno rendimiento, y se espera que certificado como ecológico. Será el momento de plantearse en serio la producción de aceite: «Sabemos que para entonces el precio de la aceituna habrá bajado al incrementarse la oferta, por lo que tendremos que apostar por el valor añadido. Elaborar aceite será posible si en la zona hay más productores dispuestos a hacer una inversión conjunta para adquirir las máquinas necesarias y, probablemente, también a ir a una comercialización colectiva. Lo que descartamos es ir a una producción a granel, porque no lo vemos rentable. La idea sería vender un producto de calidad en formatos reducidos». Como es algo a largo plazo, aún no han pensado qué harían con los orujos que resultan de triturar la aceituna, y que se usan para piensos o para hacer pellets.

«Desde las Administraciones se vende una imagen del rural que no se corresponde con la realidad. Parece que basta con abandonar la ciudad, irse al campo, sembrar una finca o criar unos animales, y dedicarse a vivir. No es así».

El futuro: ¿la plantación como un medio de vida?

Pese a todo el esfuerzo realizado hasta ahora, tanto Paco como Susana tienen claro que el olivar no va a ser —por ahora— su medio de vida: «Llegando a la máxima producción, tendríamos algo más de 50 000 kilos. Pongamos que, cobrando a euro el kilo, nos quedarían unos 25 000 euros de beneficio, porque hay que descontar la amortización de las inversiones, los gastos en maquinaria, mantenimiento o cuidados de las plantas, etc. Y luego pagar impuestos o enfrentarse a imprevistos. No da para vivir dos adultos con dos menores».

Susana matiza que sí sería posible vivir del olivar si se trasladasen a Chantada, recuperasen la cría de cerdos y utilizasen el espacio entre los olivos para cultivos como cebollas, zanahorias u otras hortícolas: «Pero eso significaría dejar nuestros trabajos, nuestra casa… no es algo que tengamos previsto». Por otro lado, Paco asegura que hacer tantos kilómetros entre su trabajo, su casa y el olivar acaba pasando factura. De ahí que descarte integrar en el proyecto la pequeña bodega familiar que, por el momento, destinan a vender uva y hacer vino para casa. Además, la trabaja su padre, con todo el esmero que solo las personas mayores ponen en el cuidado de la tierra.

La evolución del precio de la aceituna, dar el paso a la elaboración de aceites o el grado de mecanización que se alcance serán los condicionantes que determinen si el olivar se convierte en su único medio de vida, o si sigue siendo un complemento de rentas que permite evitar el abandono de la tierra y vivir una enriquecedora experiencia.

La pareja hace una reflexión conjunta después de estos años inmersos en el proyecto: «Desde las Administraciones se vende una imagen del rural que no se corresponde con la realidad. Parece que basta con abandonar la ciudad, irse al campo, sembrar una finca o criar unos animales, y dedicarse a vivir. No es así. Hay muchas dificultades. Los procesos burocráticos son complicados, el trato con clientes y proveedores puede ser una batalla constante, muchas cosas que se dan por ciertas resultan ser falsas, y siempre aparece algo nuevo que te hace replantearte tus métodos. Además, las inversiones son elevadas. Para nosotros está siendo una buena experiencia, porque vemos que nuestro trabajo da su fruto y aprendemos muchas cosas, pero también hay que tener suerte, ser muy constantes y saber que va a haber momentos de mucho apuro. La agricultura y la ganadería no son nada fáciles. Nada».

Ambos afirman que con los precios en origen que se están pagando en el campo es imposible sacar adelante una familia. Sin embargo, también reconocen que la capacidad de sacrificio de su generación es menor que la de las anteriores: «Nos hemos acostumbrado a una serie de servicios y necesidades que antes no había, pero no podemos volver atrás. No podemos renunciar a un hospital cerca, a una buena cobertura de teléfono e internet o a un cierto tiempo libre para poder vivir del campo y en el campo, porque hacerlo sería un retroceso y llevaría al total abandono del rural. No solo hay que buscar la viabilidad económica, sino también la social».

Lo que parece garantizado en este olivar es el relevo generacional. Los dos hijos de la pareja ya tienen asignada cada uno su fila de olivos, de la que son «responsables». Nos dicen que para los niños es un placer venir a la plantación, e incluso estaban deseando salir en el reportaje.

Susana y Paco han dado un paso que muchos otros estarían en condiciones de dar. No ha sido fácil y aún les queda un largo camino pero, de momento, ya han servido para demostrar con hechos que es posible vivir y trabajar en la ciudad y, al mismo tiempo, ser agricultor. Son pequeños pasos y proyectos como este los que reconcilian lo rural con lo urbano, y los que merece la pena conocer. Enhorabuena y ánimo.