Desarrollo rural: colapsos y consecuencias — Edelmiro López Iglesias — Omnivoraz

Desarrollo rural: colapsos y consecuencias. El análisis de Edelmiro López Iglesias

Un reportaje realizado con la colaboración y aportaciones de Edelmiro López Iglesias (Profesor de Economía) y Eduardo Corbelle (Laboratorio do Territorio da Escola Politécnica Superior de Enxeñaría de Lugo).

El territorio ha cambiado profundamente en los últimos años. La realidad refleja que el cese de la actividad rural ha traído como consecuencia el abandono en sentido amplio de la supervivencia de las personas, de los medios de vida, del territorio y, en suma, de un sistema social y ambiental que definitivamente ha cambiado y no tiene vuelta atrás. En Omnivoraz recogemos, en sendos reportajes, la voz de Xosé Constenla y Edelmiro López Iglesias, dos especialistas en la materia que nos hablan del territorio, de sus experiencias y de posibles alternativas.


«El territorio es producto de la actividad humana»

Edelmiro López Iglesias

Profesor de Economía en la Universidad de Santiago de Compostela. Asesor en la comisión de estudio de los incendios forestales creada por el Gobierno Portugués. Director General de Desarrollo Rural en el Gobierno de la Xunta de Galicia en el período 2005-2009. Combina labores de investigación sobre la propiedad de la tierra y aspectos de desarrollo.

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Tres grandes áreas a contemplar: rural urbanizado y forestado, rural activo y rural abandonado

«El territorio es producto de la actividad humana», afirma Edelmiro López como punto de partida. «Hasta mediados del siglo XX, todo el territorio gallego estaba humanizado y gestionado de forma razonable —desde el punto de vista ambiental—. En el medio rural de entonces habitaban más de ochocientas mil personas que lo trabajaban y lo mantenían a cambio de unos niveles de vida totalmente inaceptables, no solo comparado con la actualidad, sino con la propia Europa de entonces». En cuanto las circunstancias fueron propicias, la mayoría de estas personas dejaron el campo y el resultado fue la desaparición de las actividades que mantenían el territorio humanizado y, en cierto modo, ordenado. «Se fueron configurando muchos territorios distintos dentro de nuestra geografía, aunque en la actualidad podría dividirse el territorio en tres grandes áreas: una que mantiene actividad agraria, una abandonada y una que está urbanizada y forestada», según han demostrado Eduardo Corbelle y Rafael Crecente, apoyados en una gran base cartográfica.1 Por lo tanto no se puede hablar de abandono en general, sino de una diferenciación en las tres áreas descritas —ver Figura 1—:

  • Rural urbanizado y forestado: Incluiría áreas costeras, franja atlántica y entornos periurbanos con un crecimiento brutal de la masa arbolada, al tiempo que se expande la superficie urbana. El choque entre los dos usos da lugar a la interfaz urbana forestal.2
  • Rural activo: Interiores de las provincias de Lugo y A Coruña, comarca del Deza —Pontevedra— y alguna zona de Ourense con uso agrario del territorio mucho más intenso, en los que el territorio agrario no retrocede, sino que ha avanzado.
  • Rural abandonado: Aquel que acoge el tercio oriental de Lugo y la mayor parte de la provincia de Ourense. Desaparecen los usos tradicionales, retrocede el espacio de cultivo y pasto, y avanza el matorral y algunas zonas frondosas, pero no de forma ordenada.
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Figura 1Mapa de usos de la tierra
Este mapa muestra las diferentes zonas del territorio gallego, clasificadas según sus usos actuales en seis grupos que ilustran la realidad contemporánea en cuanto a ocupación. Los datos, de Rafael Crecente y Eduardo Corbelle —Universidade de Santiago de Compostela—, son extraídos a nivel parroquial y, sobre ellos, se superponen los límites de los ayuntamientos para mayor claridad geográfica.

Los problemas del contacto entre lo urbano y lo forestal

López Iglesias se detiene en la problemática de las zonas de interfaz urbano-forestal en el territorio gallego: «La superficie de contacto entre áreas urbanizadas y superficies forestales es cada vez más amplia y genera un problema desde el punto de vista del riesgo de incendios. El abandono y forestación de antiguas tierras agrarias sin ningún tipo de ordenación ha llevado a los árboles hacia las casas. Al mismo tiempo, en las zonas de expansión urbana —el entorno de Vigo es muy significativo—, ha situado casas e instalaciones en medio de las áreas de monte, creando un problema de seguridad ciudadana».

La presencia de estas zonas de contacto, cada vez más acusada, nos lleva a la necesidad de recurrir a medidas de carácter urgente, como en su día lo fue «el establecimiento de bandas de protección alrededor de los núcleos»3 y que todavía ahora están empezando a aplicarse. El profesor argumenta que el problema de los incendios ya demandaba estas medidas hace años, «aunque no son una solución a largo plazo». La interfaz urbano-forestal «no se va a solucionar con desbroce», ya que el clima, el suelo y el crecimiento de la vegetación en Galicia lo hacen inabordable: «La forma de evitar que esto se convierta en un polvorín es recuperar usos agrícolas y ganaderos teniendo, entre otras, superficies de pasto con animales que las cuiden, o implantar cultivos leñosos, por ejemplo».

En el rural urbanizado y forestado, el problema es «la ordenación, la intervención pública en el manejo de esta superficie». En estas zonas cabría «una intervención pública decidida para evitar que crezcan pinos y eucaliptos en las parroquias urbanas, pero también para limitar que la gente construya un chalet donde le dé la gana».

«En el pasado, el territorio se gestionaba a costa de tener unas condiciones de vida muy precarias. En la actualidad esto se ha acabado».

¿Quién gestiona el territorio y con qué objetivos?

En las zonas rurales donde se mantiene una mayor actividad, las explotaciones ganaderas gestionan el 21% de la superficie, a la que habría que añadir un 8% de dedicación forestal. «¿Quién gestiona el resto y con qué objetivos? —se pregunta el entrevistado—. Porque o bien realizamos actividades sostenibles económicamente, que generen una renta que permita vivir dignamente, o bien actividades que cumplan funciones ambientales, que tendremos que pagar entre todos». López cree que «no somos conscientes de que, en el pasado, el territorio era gestionado por cientos de miles de personas que vivían de la actividad agraria y, por ello, estaban ocupadas todas las aldeas». Sin embargo, aquello no era «un mundo paradisíaco», dado que el territorio se gestionaba «a costa de tener unas condiciones de vida muy precarias. En la actualidad esto se ha acabado, porque no vamos a tener a cientos de miles de personas de vuelta al territorio».

Por una parte, disponemos de explotaciones que gestionan una parte del territorio de forma más o menos profesional e intensiva, «y es aquí donde tiene sentido el banco de tierras, para otorgar más superficie a las explotaciones que quedan, ya que podrían gestionarla e impulsar la sostenibilidad propia desde un punto de vista ambiental y económico».

Por otra parte, habrá una porción del territorio que acabará dedicándose a la producción forestal. Tenemos 1,2 millones de hectáreas de monte que todavía no cuentan con ningún tipo de plan de gestión, y aquí surgen dos problemas destacables: «El primero, ¿qué se hace con las superficies de las comunidades de montes que ya no cuentan con personas para gestionarlas? Y el segundo, quizás mayor: ¿qué se hace con las superficies de monte particular, en las que la estructura parcelaria y la pequeña dimensión dificultan la gestión?». En este punto el profesor se pregunta quién lo va a gestionar —sin gente—, y cómo lo hacemos viable. Hasta ahora el problema ha sido esquivado y, en sus palabras, «se ha gestionado como los avestruces, escondiendo la cabeza», pero ha de afrontarse en algún momento.

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«Diseñar un futuro para el medio rural, sobre todo para aquel que está en abandono, exige ver qué demanda la sociedad y qué puede ser rentable».

Diseñar un futuro para el medio rural abandonado

Edelmiro López sostiene que la gestión del medio rural abandonado «habría que resolverla apoyando las iniciativas que salgan de los gestores del territorio, impulsando aquellas que tengan un mínimo de sentido». Las superficies de pasto implantadas en Ancares ha sido un buen ejemplo,4 aun así, habrá que complementarlo con una gestión pública. En esta línea, cabría «no ponerse exquisitos a la hora de apoyar ciertas iniciativas en zonas donde el abandono es grande, sino ofrecer ciertas pautas a quien las trabaja para que, por ejemplo, no plante pinos en la Serra do Xurés. También darle una retribución adecuada como parte de su función ambiental, y explicarle a la población que el hecho de que este señor plante y mantenga especies autóctonas tiene cierto costo para él, así que se lo vamos a pagar entre todos. Este es el sentido de las ayudas ambientales y de otras que, hasta ahora, no se han empleado aquí».

«Debemos tener claro que el rural que podamos construir de ahora en adelante no va a ser igual al que dejamos atrás. Desde ciertos sectores, en las últimas décadas nos enfrentamos a la problemática derivada de una melancolía por lo que pudo ser y no fue con el medio rural. Y, a mayores, padecemos una especie de mala conciencia por haberlo dejado caer. Por todo ello, algunas políticas públicas se destinaron a paliar la mala conciencia o a frenar la melancolía y, así, en lugar de diseñar lo que podríamos hacer con lo que tenemos, se gasta cierta cantidad de fondos públicos en intentar conseguir que vuelva a ser como era».

Dar una solución a todo este entramado de problemas es muy complejo: «Diseñar un futuro para el medio rural, sobre todo para aquel que está en abandono, exige observar qué demanda la sociedad y qué puede ser rentable. Esta rentabilidad puede venir en forma de bienes para el mercado o con funciones no mercantiles, como servicios ambientales y otros de carácter social. Finalmente, deberían establecerse políticas públicas para impulsar que ocurra aquello que necesitamos». Entre ellas, Edelmiro López considera necesarias las siguientes:

  • Medidas que afronten la movilidad de la tierra: «Trasladar a la sociedad que es necesario cambiar el equilibrio entre usuarios y propietarios de las tierras, es decir, o bien ceder la tierra o bien establecer algún camino que permita su uso para evitar el abandono. Esta medida se podría poner en marcha sin emplear grandes sumas, aunque requiere de cierta “ingeniería social” para cambiar mentalidades».
  • Apoyos públicos «para orientar el rural a actividades que ya existen en el territorio, pero que se deben desarrollar, tales como la extensificación, el uso de superficies en zonas de abandono, etc.».
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«La sociedad debe asumir que, si queremos alimentos en buenas condiciones, un medio rural vivo y condiciones de vida dignas, la alimentación será un poco más cara».

Comercialización y control de los mercados: claves para desarrollar proyectos agropecuarios

López Iglesias considera que «en el desarrollo de proyectos agropecuarios nos centramos más en la oferta y no nos paramos a pensar en la demanda de algunos productos. Desde este punto de vista se han invertido muchos esfuerzos en acometer grandes proyectos, obras y mejoras para las explotaciones, pero no siempre depende de que tengas productos, sino de dedicar algo de dinero y esfuerzo a su comercialización. En las épocas de ganancia deberían haberse afrontado proyectos de comercialización, algo a lo que no se han dedicado iniciativas suficientes».

Ligados al problema de la comercialización, aparecen los excesos de oferta de productos procedentes de mercados ajenos, que desvirtúan los propios. Edelmiro López sostiene que «ideológicamente se asume que el mercado liberalizado es el mejor de los mundos posibles. Esto provoca una brutal presión en precios de productos importados de lugares con condiciones socioeconómicas muy distintas y, al mismo tiempo, que en el mercado interno impere la ley de la selva, en tanto que el grande se come al pequeño. Todo ello, además, en una sociedad que asume que los alimentos forman parte del low-cost». Una sociedad que da por buena esta suposición explica, en parte, los bajos salarios y las malas condiciones de trabajo de las personas vinculadas al medio rural. En Galicia, cuyas explotaciones tienen menor dimensión, «cobra protagonismo la autoexplotación del titular de la explotación, aunque también, en menor medida, la explotación del asalariado».

El cambio de situación pasaría por «asumir desde el ámbito público que los mercados necesitan cierto control, desde los puntos de vista interno y externo». Para ello debería recuperarse, sobre todo a nivel europeo, una mayor capacidad de regulación, y que esta sea más clara entre los elementos de la cadena de producción. Todo ello depende de un factor adicional, el precio: «La sociedad debe asumir que, si queremos buenos alimentos, un medio rural vivo y condiciones de vida dignas, la alimentación será un poco más cara, en torno a un 5% más».

Para el profesor, lo ideal sería una cierta regulación del mercado internacional de productos agrarios. Mientras no se consiga, se trata de saber cómo jugar lo mejor posible en estos mercados, lo que puede hacerse de dos formas: «yendo a costos o a diferenciación». Lo que ha sucedido con la leche, rebajando las ganancias por litro a costa de producir muchos litros, no es repetible en todos los sectores. Entonces habría que optar por presentar las opciones de mercado «jugando con la diferenciación, que puede otorgar un mayor valor añadido a los productos propios, al estilo de lo sucedido con el vino o con la carne de vacuno».

«Deberíamos plantearnos cómo acometer el proceso de desintensificación de las explotaciones para hacerlas más sostenibles ambientalmente».

La viabilidad de las pequeñas explotaciones

Preguntado por la viabilidad de las explotaciones de pequeña dimensión, Edelmiro López profundiza en lo que entendemos por este concepto: «A veces, cuando hablamos de “pequeña explotación” nos referimos en realidad a una “microexplotación”, que cuenta con dos características fundamentales: se trata de una actividad complementaria y se asocia a un cierto virtuosismo ambiental». Para él no existe una relación directa entre tamaño y sostenibilidad, «porque que una explotación sea pequeña no implica directamente sostenibilidad ambiental», al igual que duda de que las que consideramos “grandes explotaciones” lo sean realmente. En este sentido, considera un error las etiquetas, pues ni una explotación de cien o ciento cincuenta vacas gestionada por dos o tres familias «se ha vendido al capital», ni una microexplotación es un ejemplo de sostenibilidad.

En todo caso, y comparándonos con Europa, lo que llamamos explotaciones de gran dimensión serían explotaciones medias. Ahora bien, todo ello no debe apartarnos de los problemas vinculados a su carácter más intensivo, ni del hecho de que «deberíamos plantearnos cómo acometer su proceso de desintensificación para hacerlas más sostenibles ambientalmente. La realidad refleja que hay sitio para tipos de explotaciones muy distintos y, dentro de ellos, podríamos tener algunas explotaciones hortícolas de pequeña dimensión que se refieren a los mercados de proximidad y que pueden jugar un papel en la agricultura de Galicia —limitado, pues la mayor parte de la población compra en las grandes áreas de distribución—. Luego tenemos explotaciones familiares modernizadas, en las que el gran reto sería reducir esos aspectos perniciosos que las hacen menos sostenibles ambientalmente».

López Iglesias considera que el futuro de las explotaciones de microdimensión «depende de que haya miles de voluntarios que estén dispuestos a realizar este trabajo en el territorio», con el escaso margen de ganancias que obtienen. Si son muy pequeñas, «o bien la renta es muy baja, o venden sus productos a precios tan altos que solo se dirigen a un nicho de mercado muy concreto, tipo gourmet, algo que está muy bien, aunque cabría preguntarse cuánto mercado hay para esto».

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«No es racional que tengamos cientos de miles de hectáreas abandonadas mientras que, al mismo tiempo, entran por los puertos grandes cantidades de alimentos para suplir lo que se podría producir aquí».

Trabajo futuro: ampliación de la base territorial y reeducación de los ganaderos

En relación a lo acontecido entre el crecimiento de las explotaciones y la disponibilidad de superficie para mantenerlas, el profesor opina que «no es racional que tengamos cientos de miles de hectáreas abandonadas que le suponen un costo a la sociedad —con los incendios forestales, por ejemplo—, mientras que, al mismo tiempo, entran por los puertos grandes cantidades de alimentos para suplir lo que se podría producir aquí».

Definir todo esto pasa por explicar el contexto que nos ha llevado hasta aquí: «La ausencia de una visión en las políticas públicas que tuviese conciencia del problema de la tierra, ya desde antes de la entrada en la CEE —Comunidad Económica Europea—. Los ganaderos no tuvieron la culpa de los problemas derivados de la estructura de propiedad, y optaron por dimensionarse en la medida que el contexto se lo permitió: cargas ganaderas elevadas, grandes instalaciones, alimentación a base de concentrados, etc. Al no existir ninguna orientación pública sobre cómo dimensionarse, ni que guiase o contribuyese a solventar los problemas de la tierra, los ganaderos optaron por asesorarse por las personas que, interesadamente, acudían a su explotación, acometiendo grandes inversiones para adaptarse al modelo productivo que se les puso delante».

Como conclusión, apunta que el trabajo a partir de ahora implicará «ampliar la base territorial y una cierta reeducación de los ganaderos, que tenga por objetivo volver a manejar la tierra y los cultivos. Sería mucho más importante reorientar los sistemas ganaderos hacia modelos más extensivos y sostenibles que seguir en uno en el que tengamos explotaciones muy intensivas y con poca base territorial».

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NOTAS

1 Corbelle Rico, Eduardo; Crecente Maseda, Rafael; «Urbanización, forestación y abandono. Cambios recientes en el paisaje de Galicia, 1985-2005», Revista Galega de Economía, vol. 23, núm. 1, enero-junio, 2014, pp. 35-51, Universidade de Santiago de Compostela.
2 Chas-Amil, María L.; Touza, Julia; García Martínez, Eduardo; Delimitación de la interfaz urbano forestal en Galicia, 6 Congreso Forestal Español, Universidade de Santiago de Compostela, Universidade de Vigo.
3 Ley 3/2007 de prevención y defensa contra los incendios forestales en Galicia, DOG 17 de abril de 2007.
4 Brocos, Gonzalo; «Me gusta la ganadería, vivir en Ancares y la gente de aquí», Campogalego.com


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