Centro Veterinario Tineo — Omnivoraz

Centro Veterinario Tineo: «La instalación de macroexplotaciones es una amenaza real a la ganadería familiar»

Una entrevista a José Agüera Menéndez y José Manuel Fernández Rodríguez, socios del Centro Veterinario Tineo (Tinéu, Asturias).

José Agüera y José Manuel Fernández ejercen la profesión veterinaria desde hace más de treinta y cinco años. Un trabajo que inicialmente realizaron en solitario —durante cinco años el primero y diez el segundo—, hasta que se conocieron y creyeron que el asociacionismo era la oportunidad de mejorar sus condiciones laborales y, en consecuencia, su calidad de vida. Una acertada decisión que dura ya veintisiete años, y a la que más tarde se sumó su actual socio —Alberto—, con quien constituyeron la sociedad limitada Centro Veterinario Tineo —Tinéu, Asturias—.

En las últimas casi cuatro décadas han ido diversificando su negocio, adaptándose a los cambios del sector ganadero —lácteo y cárnico—, y ampliando también sus servicios a la clínica de pequeños animales. Actualmente dirigen un equipo de catorce veterinarios cuyo radio de acción abarca cuarenta kilómetros a la redonda, una distancia que parece multiplicarse por lo escarpado de las carreteras en esta zona del occidente asturiano —algo que, afortunadamente, también ha mejorado desde que comenzaron su andadura profesional—.

Próximos a retirarse de la vida laboral, su amplia experiencia en el sector no les hace ser muy optimistas en cuanto al futuro que le espera, no solo a la ganadería y a su profesión, sino al mundo rural en general. Hablamos distendidamente con ellos para saber por qué.

¿El sector ganadero está pasando por su peor momento?

José Manuel Fernández [J.M.F.]: En esta zona lo peor aún está por venir, porque se está jubilando todo el mundo y no hay relevo. Raro es el mes en que no me encuentro con ganaderías que van a vender las vacas.

¿Cuál creéis que es el principal factor que lleva a esa falta de relevo generacional?

J.M.F.: La baja natalidad. La mayoría de las familias tiene un hijo, o dos como mucho, que han estudiado y se han ido. El tipo de ganadería familiar que existía cuando yo empecé a ejercer está ya prácticamente muerto. Los precios de la leche, de los terneros y de la carne están tirados, y la gente no ve su esfuerzo recompensado. Sin rentabilidad no hay nada.

José Agüera [J.A.]: El problema, en general, es que siempre intentamos compararnos con los demás. Si el que se queda en la ganadería va a tener una calidad de vida peor que un compañero de estudios o un vecino que se dedique a otra cosa, preferirá cualquier otro empleo. No tienen una compensación económica por la cantidad de horas que trabajan diariamente, sin vacaciones ni fines de semana libres. Si obtuviesen rentabilidad, quizás se podrían permitir pagar a alguien para que les sustituyese un día o dos a la semana, o quince días de vacaciones.

«Cuando se cierra una escuela en un pueblo, nunca más se vuelve a abrir».

Tampoco es fácil quedarse a vivir en territorios donde no se dispone de unos servicios básicos adecuados. En este sentido, ¿destacáis alguna carencia?

J.M.F.: En esta zona el tema sanitario está más o menos cubierto. El mayor problema es la educación. Cuando se cierra una escuela en un pueblo, los niños tienen que venir al colegio a Tinéu, y ya se sabe que escuela que cierra nunca más se vuelve a abrir. Sin embargo, es más complicado todavía si esos niños necesitan clases de apoyo, porque no tienen más transporte que el escolar. Para un ganadero que vive a veinte kilómetros de la villa es un sacrificio traer y recoger a sus hijos, aunque tenga una explotación rentable.

Además, esta zona es la peor comunicada. El 80% de la población asturiana vive en la zona central, el triángulo Oviedo-Avilés-Gijón, y el resto de la autonomía está vacía. ¡Mira los que quedamos! No somos nada.

Por otra parte, las telecomunicaciones también son deficientes. Aunque los jóvenes dominan las gestiones que tienen que hacer por Internet, lo cierto es que no hay una cobertura adecuada, ni siquiera para los teléfonos móviles.

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«Si el rural se queda vacío, después vendrá la cerilla. Los políticos deberían encontrar el modo de meter dinero en los bolsillos de los ganaderos, pues en realidad también son jardineros».

¿Qué creéis que se podría hacer para fijar población en las áreas rurales?

J.M.F.: Hace tiempo que me ronda por la cabeza la idea de que Hacienda podría establecer una bonificación en la declaración de la renta para aquellas personas que viven en el rural. Si un chaval joven o una pareja tiene dinero, se adapta, sobre todo si se ha criado en el pueblo, porque podría permitirse salir de casa. No sería un gran coste para el Estado; al fin y al cabo, el sector ganadero supone entre un 2% y un 3% del PIB —Producto Interior Bruto—, pecatta minuta.

Si el rural se queda vacío, después vendrá la cerilla, como en Portugal. Por eso creo que los políticos deberían encontrar el modo de meter dinero en los bolsillos de los ganaderos, pues en realidad también son jardineros. Desde que yo empecé a ejercer, hace treinta y siete años, hasta hoy, ha aumentado la vegetación en el monte. Aquí tenemos la suerte de que en las fincas que se abandonan no hace falta plantar árboles, ya crecen solos, pero cuando viene un incendio arrasa todo. Hasta el momento las casas van librando porque alrededor del pueblo está limpio de árboles, pero cuando no quede nadie arderán todas.

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«En Francia la gente de la ciudad tiene a gala consumir productos rurales. Compran directamente a los productores. Eso aquí no existe».

Además, si el rural se queda vacío, ¿quién producirá nuestros alimentos?

J.A.: El sector primario es estratégico. No vale traer la carne más barata de Brasil porque, si dejas de producirla, luego ya será ese país quien le ponga el precio. Lo mismo pasa con la leche, y con todo. La población quiere comer, siempre. Ya se comentaba hace años que el sector primario tenía muchísimo futuro porque, si para el año 2050 se duplicase la población mundial, para mantener el mismo porcentaje de personas que pasan hambre habría que duplicar la producción de alimentos. Era lógico, pero eso no sucede. Al final son los distribuidores los que fijan los precios y los que establecen cuánto cobra el sector primario, que va a seguir igual de pringado que siempre, pues no hay una normativa que les ayude.

J.M.F.: En Francia la gente de la ciudad tiene a gala consumir productos rurales. Compran directamente a los productores, que tienen sus tiendecitas donde venden sus propios productos, ya sea queso, yogures u hortalizas. Eso aquí no existe.

¿Qué opinión os merecen los movimientos radicales animalistas, antiespecistas y veganos? ¿Son un potencial problema para el sector?

J.M.F.: Creo que hablan desde la ignorancia, que no conocen lo que es el mundo rural ni la ganadería. El primer interesado en que sus vacas estén bien es su dueño, el ganadero. Como comentaba antes Agüera, los consumidores se acordarán de esto cuando llegue el día en que en España no haya producción, venga todo importado y en el supermercado tengan que pagar el doble o el triple.

¿Vamos camino de esconder los establos y que el consumidor solo vea vacas en pastos?

J.A.: En la ganadería cárnica no va a haber ningún problema, porque las vacas están cada vez más en el pasto y menos en las estabulaciones. En la láctea, todo lo contrario. Solo hay que ver las grandes explotaciones en EE.UU., que abastecen a la población de una producción de leche. Ese puede ser el problema aquí. La instalación de macroexplotaciones de veinte mil vacas, como la que está prevista en Soria, es una amenaza real a la ganadería familiar. Igual que los grandes cebaderos de pollos o de cerdos, ya no vale tener mil, hay que tener cien mil para obtener rentabilidad.

J.M.F.: Vuelvo a repetirlo, el consumidor no sabe de qué va esto. Es como querer hortalizas en invierno que no sean de un invernadero de Almería; pues no las vas a tener, o vendrán de otro país. Al precio que tiene la leche, solo es viable en plan industrial. La leche ecológica, o de pasto no ecológica al 100%, tendría que duplicar o triplicar su precio.

¿Cómo encaja eso en la creciente demanda de productos ecológicos y de proximidad?

J.A.: El futuro de la alimentación ecológica va a depender muy exclusivamente del poder adquisitivo. Estaba en apogeo antes de la crisis económica, con la que casi desapareció. Ahora que parece que salimos un poco adelante, vuelve a potenciarse el consumo de productos ecológicos.

J.M.F.: No todos los productores van a ser ecológicos, pero algunos sí. Este tipo de productos tienen su nicho de mercado y, al ser más caros, lógicamente van a ser consumidores con mayor poder adquisitivo, y un poco informados. Pagan más por ciertos productos que saben que fueron cultivados de una determinada manera y no quieren que les engañen. Están más atentos a que no les vendan por ecológicos productos industriales.

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«La calidad ya estaba aquí. Antes la huerta era ecológica de verdad».

Realmente la producción ecológica no es algo nuevo, esa calidad ya existía en el rural. ¿Qué pasó? ¿No se supo sacarle ventaja competitiva?

J.M.F.: Creo que hemos andado para atrás. Efectivamente, la calidad ya estaba aquí. Antes la huerta era ecológica de verdad, se abonaba con estiércol, el que no tenía vacas se lo pedía al vecino, y no había herbicidas. Cuando yo era niño, los alrededores de Tinéu eran huertas, la gente sembraba sus patatas y hortalizas. Todo eso se murió.

¿Creéis que las administraciones pretenden que el mundo rural se muera ya?

J.A.: No es que lo pretendan, sino que son muy cortoplacistas. Los políticos solo miran lo que les puede dar votos para las siguientes elecciones, independientemente de lo que esté bien o mal hecho. No llevan a cabo ninguna medida si consideran que les va a restar votos, por muy buena que sea.

En esta situación, y dada la relación directa con el sector ganadero, ¿qué futuro le veis a vuestra profesión?

J.M.F.: El veterinario rural desaparecerá.

¿Por qué? ¿Vuestra calidad de vida fue en declive en la misma medida que ese sector?

J.M.F.: Para nosotros no, porque reaccionamos a tiempo y nos asociamos. Esto nos permite trabajar a turnos, tener días libres y pequeñas vacaciones. De no ser así, ya habríamos dejado la profesión y nos dedicaríamos a cualquier otra cosa, porque lo que ganas no compensa el trabajo. Los ganaderos también han cambiado en cierta medida su forma de trabajar. Una vez que terminan sus quehaceres, no están tan pendientes de si una vaca pare o no, lo que nos supone menos salidas nocturnas por urgencias.

J.A.: También seleccionan más las terneras que van a ser madres y los toros que les van a poner en el cruce, lo que reduce los problemas en el parto. Lo que sucede es que nosotros partimos de una situación mucho peor y siempre fuimos mejorando nuestro sistema de calidad de vida, así que nosotros lo aceptamos, pero los jóvenes no.

«Tuvimos un trabajador durante dos meses, hijo de ganadero, que cuando se fue me dijo que mi vida no la quería a ningún precio».

¿Os cuesta encontrar gente para trabajar?

J.A.: Sí. Algunos empiezan y tardan poco tiempo en dejarlo, incluso por otros trabajos completamente diferentes. Tienen diversas razones, algunos prefieren vivir en la zona centro, y otros no soportan este ritmo de trabajo. Tuvimos un trabajador durante dos meses, hijo de ganadero, que cuando se fue me dijo que mi vida no la quería a ningún precio.

¿La veterinaria es vocacional o no es?

J.A.: Tiene que serlo. De la facultad salen veterinarios a punta de pala, pero que quieran dedicarse a las vacas no hay. Volvemos a lo mismo que comentábamos antes sobre los ganaderos jóvenes: la gente se compara con los de su edad y se cuestiona por qué su calidad de vida va a ser peor. Y también está el hecho de que los ganaderos se quejan de que están mal, pero si pueden hacer que los demás estén igual también lo aplican.

¿Lo vuestro fue vocacional?

J.A.: Sí, mis padres tenían vacas, y en aquel tiempo la veterinaria era una profesión bien considerada. Además, yo no concebía vivir en una ciudad, así que era más fácil vivir en un pueblo siendo veterinario.

J.M.F.: Por mi parte también fue totalmente vocacional, aunque mi padre era minero y cuando empecé veterinaria no había visto nunca parir a una vaca.

Si pudieseis volver atrás en el tiempo, a cuando os matriculasteis en la facultad, ¿volveríais a estudiar veterinaria?

J.A.: Yo no. Me gusta la profesión, por eso sigo ahí después de treinta y seis años, pero no compensa… La vida pasa.

J.M.F.: Yo sí sería veterinario otra vez, pero no de vacas, y mucho menos de mascotas. Es más, sabiendo lo que sé ahora, si volviese a tener veinte años, probablemente sería ganadero. De hecho, cada vez hay más veterinarios ganaderos.

¿Y no lo habéis intentado?

J.M.F.: Hace un par de años, José y yo empezamos con nuestro propio cebadero de terneros, y tenemos unos ciento veinte animales.

J.A.: A mayores, mi hermano y yo tenemos una explotación de cabras lecheras.

¿Ese trabajo sí os satisface?

J.M.F.: Claro. Vas el día que te toca, estás dos horas allí y estás feliz. No te estresas porque no es lo que haces habitualmente, corriendo de aquí para allá.

J.A.: Sí. No tienes la presión de tanto «dueño». En la explotación de cabras tenemos cuatro empleados, y mi hermano trabaja allí a diario. Yo voy cuando libro y, aunque me fastidia los descansos, me relajo. Me gusta y aplico mis conocimientos, intento planificar, ver qué mejoras podemos hacer.

Los propios ganaderos comentan a menudo que existe una falta de unión en el sector, ¿creéis que en eso han ido a peor?

J.A.: Sí, hay demasiada individualidad, demasiado ego. Ahora los sindicatos ya no funcionan como hace treinta o cuarenta años.

J.M.F.: Además, en los años ochenta también había más unión en los pueblos, se ayudaban más. Recuerdo haber ido a atender partos y contar con la ayuda de los vecinos, pero ahora tiene que arreglarse cada uno.

¿Empezaron a considerarse competidores?

J.A.: Más que competencia es envidia.

J.M.F.: Eso es, que «no vayas a ser más que yo».

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«No concibo una relación con el ganadero sin el respeto mutuo».

En vuestro trabajo ¿os sentís valorados por los ganaderos?

J.M.F.: Nosotros sí, los jóvenes no. Aun así, al ganadero le cuesta mucho decir gracias, parece que te ha mantenido él, y dice que te ha puesto rico. Los veterinarios jóvenes que van llegando aquí, aun siendo competentes, tienen el hándicap de que el ganadero está habituado a nosotros y, en un principio, desconfía más de ellos, digamos que tienen que ganárselo. No se dan cuenta de que los veterinarios jóvenes también tienen que coger experiencia, ¿o cuándo aprenden?

J.A.: Yo sigo pensando que somos un mal necesario. Los ganaderos quieren resultados. Mientras no haya problemas se olvidan de que haces las cosas bien, es lo normal, para eso te llaman y te pagan. Pero si algo va mal enseguida somos los responsables. Esa presión existe aún con nosotros, que somos más veteranos. Parece que no diferencian entre el que va allí con una gran facilidad de palabra a venderles cualquier cosa, que no vale para nada, y tú, que les estás aconsejando en una gestión que puede beneficiarles enormemente. Te ganas su confianza, pero tienes que demostrárselo. Por eso, cuando han seguido alguna de mis recomendaciones y les ha ido bien, también se lo recuerdo. No concibo una relación con el ganadero sin el respeto mutuo.

¿Cómo es la relación con otros veterinarios de la zona?

J.A.: Nos llevamos bien, es una relación bastante fluida. Cada uno tiene sus clientes y, si uno se enfada o se cansa de ti, cambia de veterinario y punto. No pasa nada, unos van y otros vienen, además tampoco hay mucho movimiento. Son temas bastante superados, salvo por algunos jóvenes, que piensan que van a comerse el mundo y tiran los precios. Eso no es bueno para nadie. Si para sacarte el sueldo en vez de ocho o diez horas diarias tienes que trabajar doce, pues vaya. Los grupos más veteranos de la zona no andamos con esas historias, buscando clientes, mejorando precios.

J.M.F.: Bastante tenemos con hacer nuestro trabajo. Nosotros tenemos que procurar vivir de nuestra profesión.

Vuestros precios, al igual que los de la leche, se han mantenido más o menos estables durante los últimos quince años, ¿es un daño colateral del sector en el que trabajáis?

J.A.: No, yo creo que el sector veterinario es así. No es una cuestión del margen que pueda tener el ganadero, pues trescientos euros al año no lo hacen ni rico ni pobre, sino de nuestra mentalidad. Nos cuesta un poco cobrarles mucho porque salimos de ahí y, sobre todo, sabiendo que los jóvenes se lo harían más barato.

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«La alarma social que hay en España por lo de los medicamentos no proviene de la ganadería de vacuno, en la que el consumo de antibióticos está al nivel de cualquier otro país europeo, sino de la porcina, la avicultura o la cunicultura».

¿Cómo os afecta la nueva normativa para el uso veterinario de antibióticos y medicamentos?

J.M.F.: Hasta cierto punto está bien, pero creo se ha enfocado mal desde el momento en que autorizaron a vender los medicamentos de uso veterinario como si fuesen de la droguería. Entiendo que tenga que haber un control, pero no pueden atosigarnos con el papeleo, porque nosotros tenemos que curar las vacas y, ahora mismo, nos lleva más tiempo cubrir los papeles y hacer las recetas. Nadie nos paga eso.

J.A.: Se tarda más en hacer ese papeleo que el tratamiento en sí, además de que supone entre dos y tres horas diarias a mayores del trabajo que estamos realizando. Quieren usarnos a los veterinarios para controlar los antibióticos, cuando desde hace treinta años se los dieron a manga ancha a cualquiera. Peor todavía, a finales de los años ochenta se publicó una ley por la que cualquier español podía tener una comercial veterinaria, salvo que fuese veterinario o familiar directo de uno. Nosotros aquí controlamos alrededor del 10% de los medicamentos que llegan a las ganaderías, así que tendrán que poner el punto de mira en otro lado. La alarma social que hay en España por lo de los medicamentos no proviene de la ganadería de vacuno, en la que el consumo de antibióticos está al nivel de cualquier otro país europeo, sino de la porcina, la avicultura o la cunicultura. Apretando al sector ganadero de vacuno no van a conseguir nada, o al menos nada más que generar un mercado negro de medicamentos porque, si los autorizados no funcionan, seguirá existiendo una estratagema para poder curar a los animales sabiendo que hay algo para hacerlo.

¿Esta situación os ha llevado a introducir algún cambio en vuestro trabajo?

J.A.: Nosotros nos implicamos bastante en la medicina de prevención, no solo por la retirada de antibióticos, sino porque en las ganaderías también van gastando más en prevenir que en curar. Intentamos prevenir lo más posible, tanto a nivel metabólico en las vacas de leche como procesos respiratorios, diarreicos, etc. Hay que evitar problemas, y el ganadero tiene claro que los animales sanos producen más que enfermos. La cuestión es saber cómo cobrar este servicio, como nos pasa con todo nuestro asesoramiento.

J.M.F.: Sí, el asesoramiento del veterinario no lo pagan.

¿Veis como una amenaza a vuestro trabajo el progresivo incremento de ganaderos que realizan por su cuenta tareas propias del veterinario?

J.M.F.: Si cobrásemos ese otro trabajo, no. Nunca tuve miedo a eso porque, si fuese tan fácil ser veterinario, ¿a qué fui yo a la facultad?, ¿y mis años de experiencia? El ganadero pequeño depende más del veterinario, te llama más porque sabe menos. «Los medianos» creen que ellos lo saben todo. Pero, a partir de cierto número de vacas, vuelven otra vez a depender más del veterinario, y son los que más nos necesitan.

J.A.: El ganadero se da cuenta de que necesita al veterinario. Si te quitan las inseminaciones a lo mejor hasta te viene bien, porque es una rutina que igual te fastidia el día con los horarios. Eso te permite especializarte más en otras cosas, que son las que te van a pedir.

«El sector lácteo en España pasa por tener muchos menos primeros compradores. Uno de los problemas es, precisamente, la gran cantidad de cooperativas que hay en Galicia».

¿La situación del sector lácteo en Asturias sería distinta si no existiese Central Lechera Asturiana? ¿Fue algo positivo?

J.M.F.: Sí. Central Lechera tiene la cualidad de dar estabilidad a los ganaderos, que saben que les recogen la leche y a un precio más justo que a otros. La gran mayoría de los que no pertenecen a Central Lechera, si pudiesen, lo harían. En ese sentido también fue algo positivo para sus colaboradores. Nosotros prestamos servicios a Central Lechera, como calidad de leche o reproducción, y nos da una estabilidad económica. Hay que ser agradecidos en este mundo.

J.A.: El sector lácteo en España pasa por tener muchos menos primeros compradores. Uno de los problemas es, precisamente, la gran cantidad de cooperativas que hay en Galicia. Tienen que vender la leche, por lo que es el distribuidor quien fija los precios, a los que tienen que adaptarse las grandes industrias. Central Lechera Asturiana es comparable a una pequeña cooperativa europea. Si en España hubiese diez grandes empresas que comprasen y vendiesen a un nivel parecido, fijarían un precio mínimo de venta a distribución, con pequeños márgenes, no grandes diferencias.

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«Sobrevivirán las explotaciones familiares que crezcan, que sean empresas, es decir, las que tengan empleados y el dueño sea el gerente».

¿Creéis que hay que cambiar algo, o el sector ganadero se acaba?

J.M.F.: La explotación familiar se termina. Sobrevivirán las explotaciones familiares que crezcan, que sean empresas, es decir, las que tengan empleados y el dueño sea el gerente, quien diga lo que hay que hacer.

¿De esa manera vuestra profesión también tendría más futuro que el que nos comentabas anteriormente?

J.M.F.: Es probable. Por lo menos el veterinario sería un empleado más, igual que el que ordeña, o un empleado ya cualificado.