Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

José Manuel Rodríguez: «El paisaje de la Ribeira Sacra continuará vivo solo si hay gente viviendo en él, y viviendo de su trabajo»

Una entrevista a José Manuel Rodríguez González, presidente del Consello Regulador da Denominación de Orixe Ribeira Sacra.

La forma de cultivar uvas y elaborar vinos en la Ribeira Sacra se conoce como «viticultura heroica», un término que alude a las dificultades físicas que entraña trabajar los viñedos en terrenos con pendiente muy acusada. Salvo en zonas muy concretas, es casi imposible para el viticultor utilizar maquinaria agrícola —ni siquiera un pequeño tractor—, siendo las sulfatadoras a gasoil, junto con los raíles por los que suben y bajan las cajas de uvas durante la vendimia, lo único mecanizado del trabajo en la viña. Todo lo demás —poda, atado de cepas, vendimia, etc.— debe hacerse a mano, moviéndose por cuestas de lo más pronunciadas.

El CERVIM —Centro de Investigación, Estudio, Salvaguarda, Coordinación y Valorización de la Viticultura de Montaña— es el organismo que regula y promociona la viticultura heroica, a la que está adscrito menos del 5% del vino producido en Europa. Esto se debe a que, entre sus requisitos, figura que los viñedos estén situados a más de quinientos metros de altitud, y que la pendiente del terreno sea al menos del 30%. Unas duras condiciones que en la Ribeira Sacra se cumplen sobradamente, e incluso se aprovechan para un ya consolidado turismo de paisaje.

Más allá de conceptos como «maridaje», «terroir», «filtrado», «carga de taninos», o cualquier otro que asocie el vino con el placer del paisaje, la tierra o la gastronomía, existe una realidad de gestión y administración que ninguna bodega puede eludir si quiere seguir produciendo. ¿Cuánto cuesta producir un litro de vino? ¿Cuántos euros le supone al bodeguero comercializarlo? ¿Qué cantidad se paga en tasas e impuestos? ¿Qué subvenciones pueden conseguir las bodegas? Toda una serie de condicionantes de índole fiscal, económica y administrativa que hacen que la viticultura, en esta zona donde confluyen los ríos Miño y Sil, sea aún más heroica que en otras zonas. Por ejemplo, estos bodegueros y cosecheros no cobran ningún tipo de subvención de la PAC —Política Agraria Común—. Sorprendentemente, a pesar de cómo cuidan la tierra, no se tiene a bien concederles ayudas.

Para intentar comprender este «misterioso» hecho, así como otras circunstancias que influyen sobre el componente económico de la producción de vino, hablamos con el presidente del Consello Regulador da Denominación de Orixe Ribeira Sacra, José Manuel Rodríguez González —Sober, Lugo, 1957—, que lleva más de veinte años escuchando las quejas de los viticultores y defendiendo sus intereses. Nos recibe en su despacho en las oficinas del Consello —dentro del Centro de Interpretación do Viño de Monforte de Lemos—, en un caluroso día de final de primavera. Y para él, si bien atender a la prensa es importante, más lo es prepararse para proteger las viñas de los hongos e insectos que les podían atacar en las semanas siguientes.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

Trabajar y mantener vivo un paisaje sin ayudas ni subvenciones

Sorprende que, a pesar de los cientos de horas que pasan en el viñedo, ustedes no reciban las ayudas de la PAC, tanto por la cantidad de perceptores que hay en España —y la polémica que han suscitado los nombres de algunos de ellos—, como por el hecho de que ganaderos o agricultores en su misma zona sí las reciban. ¿Cómo es posible? ¿Están trabajando para corregir esta situación?

Debe quedar claro que es una decisión estrictamente política. Lo más parecido a una subvención que tuvimos por nuestro trabajo fue hace más de diez años, cuando la Administración autonómica utilizó fondos europeos para desarrollar un programa con el que se financiaban las cuotas que los viticultores pagamos por producir. Se aplicó en las cinco Denominaciones de Origen del vino en Galicia, aunque muchos no estábamos de acuerdo. Recuerdo que, cuando empezamos con la Denominación de Origen Ribeira Sacra, una televisión irlandesa vino a hacer un reportaje, y una de las primeras cosas que preguntaron fue cuánto pagaba la UE —Unión Europea— por mantener estos viñedos y paisajes. Si ya entonces se quedaron alucinados con que no cobrásemos nada, imagínese lo que pueden pensar veinticinco años después, cuando la cosa sigue igual.

En España hay diecisiete Comunidades Autónomas que deciden destinar su presupuesto a aquello que consideran más interesante. En Galicia se ha decidido históricamente que nuestros viñedos no son interesantes y que se deben financiar otras cosas. Bien, es una opción. En Canarias, en cambio, el gobierno regional decide que se dediquen al cuidado de las vides, anualmente y por cada perceptor, alrededor de mil setecientos euros por hectárea de fondos europeos y, a mayores, se aportan fondos propios de la Comunidad Autónoma —unos quinientos euros por hectárea—. En los últimos veinte años, aquí se han aplicado cuatro grandes planes europeos: Los Leader I y II, el Leader Plus y ahora el GDR —Grupos de Desarrollo Rural—. Ninguno de ellos ha reconocido la identidad propia de este territorio, y se ha fragmentado la zona en lugar de actuar sobre el conjunto. Esto se mantiene hoy en día con hasta cinco GDR que abarcan territorio dentro de la propia Denominación de Origen —bien íntegramente, bien compartida con otras áreas—, y ha sido un lastre, incluso a nivel turístico, al incluir espacios que nada tienen que ver con lo que hacemos.

Esos planes europeos han dejado seis millones de euros anuales en la Ribeira Sacra, es decir, quince mil euros diarios, durante veinte años, para desarrollar proyectos empresariales que no solo no se ven por ningún lado, sino que el sector del vino —producción y comercialización— no ha visto prácticamente ni un euro de ese presupuesto. Como mínimo, y siendo suaves, podemos decir que no se han gestionado bien esos fondos. Se han arreglado calles en zonas urbanas, se han acondicionado las mismas fuentes y caminos en varias ocasiones, o se han construido miradores, pero no se ha enfocado claramente el destino real de ese dinero.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

En Galicia se ha decidido históricamente que nuestros viñedos no son interesantes y que se deben financiar otras cosas.

¿Podría influir en esa ausencia de ayudas el pequeño tamaño de los viñedos, especialmente los de los propietarios que solo venden uvas y no elaboran vino?

No lo creo. Hay parcelas más pequeñas que los viñedos que, simplemente por cultivar un poco de pasto o de cereal, sí reciben las ayudas de la PAC. Repito que es una cuestión de voluntad política.

Quiero explicar que, por ejemplo, la candidatura de la Ribeira Sacra a ser Patrimonio de la Humanidad viene dada por el paisaje que conforman los viñedos. Y lo mismo sucede con el turismo. Sin nuestros bancales llenos de cepas no vendrían a visitarnos, y no se llenarían los establecimientos de hostelería porque nadie va a visitar o a invertir en un territorio abandonado. Toda la industria del turismo está basada en el paisaje vitivinícola, por lo que sería lógico que se destinaran ayudas a mantenerlo vivo. La primera casa de turismo rural de Galicia se creó aquí —Torre Vilariño, en O Saviñao, Lugo—, y hoy ya tenemos más de seiscientas plazas en las casas que funcionan en esta zona. Pues bien, para mantener el paisaje que atrae al turista no solo no hay ayudas, sino que todo son obstáculos. Así, un bodeguero que quiera tener electricidad, agua, teléfono o recogida de residuos en su bodega tiene que pagar mucho más que cualquier otra empresa ubicada en otro tipo de terreno dentro del mismo ayuntamiento. Por no hablar de todas las trabas burocráticas que dilatan los procesos y crean un trastorno al bodeguero.

Todos los reconocimientos que nos lleguen por el cuidado del paisaje no son más que palmaditas en la espalda. El paisaje de la Ribeira Sacra continuará vivo solo si hay gente viviendo en él, y viviendo de su trabajo. Si eso no se entiende, si no se actúa en consecuencia, esto va camino del abandono. ¡Ojo! No estamos diciendo que se vuelva al volumen de población que había en la ribera hace cuarenta años, porque eso sería volver al hambre. Tener el campo trabajado no significa que diez personas vayan a arar a mano una hectárea, sino que haya una ordenación del territorio, una regulación que permita trabajar en condiciones. Que la gente vuelva al campo o lo abandone son ciclos. Eso lo hemos visto en los últimos doscientos años, en los que ha habido tierras que han estado sucesiva y alternativamente produciendo o paradas.

Siendo una necesidad justificada el recibir ayudas de la PAC, y de otro tipo, ¿no ha habido desde el propio sector ningún movimiento unitario para reclamarlas? ¿No se han unido nunca bodegueros, viticultores, sindicatos agrarios y representantes políticos de la zona para solicitarlas?

Debo decir que tengo la impresión de que nuestro sector, aquí en la Ribeira Sacra, es visto con cierta envidia. Tal vez porque fuimos nosotros los que pusimos a este territorio en el mapa, los que lo dinamizamos. Es un hecho constatado, y quizás por eso se cree que podemos funcionar sin respaldo. Se habla mucho del envejecimiento poblacional, que es una realidad, y nosotros estamos invirtiendo nuestros propios medios para combatirlo, generando empleo y oportunidades. Por eso reclamamos un mínimo reconocimiento, alguna ayuda que certifique que las administraciones son conscientes de nuestro esfuerzo, que nos digan que saben que estamos ahí.

Quiero añadir que todas las demás zonas adscritas a la viticultura heroica reciben ayudas económicas públicas, incluso Vallay, que al encontrarse en Suiza no pertenece a la UE y no tiene derecho a PAC. Nuestro caso es único, desgraciadamente para nosotros.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

Entonces, ¿el conjunto del sector del vino no ha hecho nada para revertir esa situación?

Algo que hemos hecho fue llevar a los alcaldes de la zona, y a los miembros de los GDR, a conocer zonas donde sí se ha apostado por destinar los recursos europeos a potenciar la viticultura. Por ejemplo, estuvimos en la Cinque Terre —Italia—, donde se introdujeron sistemas de raíles para transportar las uvas, traídas de agua y redes eléctricas. Todo ello pagado íntegramente por la Administración, y con el mantenimiento como único coste para los bodegueros y viticultores.

El nuestro es un sector de trabajo que deja poco tiempo para ir detrás de una pancarta a protestar. Lo que hacemos es recordarle periódicamente a la Administración que estamos aquí. Con la declaración de la Ribeira Sacra como BIC —Bien de Interés Cultural— presentamos diez reclamaciones, de las que fueron atendidas las nueve que dependían de la Consellería de Cultura e Turismo. La décima, en la que pedíamos una línea de ayudas directas a las alrededor de mil hectáreas de viñedo que hay aquí, con un importe de unos mil euros por hectárea, fue rechazada. Estamos hablando de un millón de euros anuales, que podría llegar a dos si incluimos las parcelas de frutales. No son cifras fuera de la realidad, ni mucho menos, y servirían para apuntalar el futuro no solo de las bodegas y los viñedos, sino de esos cientos de empleos que dependen del turismo y la gastronomía. La Administración conoce de sobra estos datos, y debería actuar en consecuencia.

Por otro lado, los alcaldes tienen la obligación de cuidar las infraestructuras que garanticen que el turista se vaya satisfecho de aquí. Hay miradores a los que no se puede llegar en coche por el mal estado de las pistas, carreteras tomadas por la maleza, una señalización deficiente, o incluso basura acumulada en algunas zonas de los ríos. También es sabido que no hay ningún lugar de concentración turística en la Ribeira Sacra en el que haya aseos públicos. Estas deficiencias contrastan con el espectáculo visual de los viñedos, bien cuidados y alineados gracias al trabajo del viticultor. Estas son cosas básicas que se cuidan mucho en otras zonas de Europa y España, porque marcan la «calidad» del territorio.

Vistas las desventajas, ¿podría haber algún beneficio en esta situación? ¿Concede más libertad de acción el no cobrar ayudas públicas, o puede ser incluso un alivio no depender de ellas en caso de recortes, como se prevé en la nueva PAC?

Es un consuelo, sí. Estamos aquí a pesar de algunas administraciones. En España el concepto que suelen tener los políticos es el de control. El ruido está bien en política, da resultados electorales, pero las empresas no queremos ruido. Es cierto que la falta de ayudas nos da libertad, la cual nos hemos ganado a pulso, por cierto. Pero unas ayudas de mil euros por hectárea, como pedimos, dan para pagar los tratamientos fitosanitarios y poco más. Además, son subvenciones que reclamamos para el productor, para quien mantiene el territorio, no para comercializar el vino, y tanto para los que pertenecen a la Denominación de Origen como para los que no, porque sin ellos no habría este paisaje y cuidado del territorio.

Precios, mercados, organización y puesta en valor

Es opinión común que el precio de la uva está demasiado bajo —entre 1 euro y 1,5 euros por kilo en los últimos años—, sobre todo si se compara con otras zonas de Europa. ¿Se puede actuar en ese sentido o el mercado no lo permite?

La uva más cara del mundo es la de Champagne, con un sistema de regulación de precios fijado en la década de los años sesenta del siglo pasado. Establece que el kilo de uva se paga a un tercio del precio medio de las botellas de ese año. Nadie más hace esto.

En La Mancha es habitual que haya protestas por el precio de la uva, que experimenta bajadas muy acusadas, pero es una cuestión de negocio. Nadie puede exigirle a la empresa un determinado precio por su uva, porque no la va a comprar si no puede vender el vino. Reglas de mercado. Además, la producción de uva está regulada. No es como la de las patatas, que oscila en función de la cantidad de cosecha. Aquí se ha dicho que es obligatorio recoger toda la uva y no es así, porque eso hace bailar los precios, y ni los distribuidores ni los hosteleros pueden estar jugando todos los años con el precio del vino.

Ribeira Sacra ha conseguido un incremento moderado pero continuo del precio de sus vinos, y se ha hecho ganando nuevos mercados, llegando a donde no llegábamos. Es una regla básica: cuanta más demanda haya de nuestras botellas, más cobraremos por ellas. El que nos deslomemos subiendo y bajando cuestas, apliquemos el sulfato colgados de una cuerda, o vayamos a vendimiar en barca, no es algo que interese al consumidor que se sienta en el restaurante y pide un Ribeira Sacra. Si el vino no le gusta no lo volverá a pedir. Tampoco se va a crear una ONG —Organización No Gubernamental— para apadrinar nuestros vinos. Lo que hay que hacer es poner en marcha medidas que fomenten el crecimiento ordenado de la Denominación de Origen, potenciando el cuidado del territorio y la comercialización y promoción del vino. Ese es el trabajo del Consello Regulador. Si las bodegas no venden más vino y más caro es porque no pueden.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

Que un solo bodeguero alcance precios altos es para felicitarlo, pero no redunda en beneficio del conjunto.

¿Es posible que se haya creado la imagen de que el de Ribeira Sacra es un vino barato y sea difícil revertir esa situación?, teniendo en cuenta tanto el trabajo que cuesta producirlo como la calidad, avalada por los críticos, que ofrece.

Es algo relativo. Actualmente, nuestros vinos están en las zonas más visibles de los lineales de los supermercados, en los dos de arriba y a la altura de los ojos del cliente. Nuestras botellas comparten espacio con los Rioja, Ribera del Duero o Somontano. Cuando empezamos estábamos en la parte baja de la estantería, y eso si es que estábamos. Con nuestros vinos jóvenes nos hemos hecho un hueco entre los mejores. Claro que hay que seguir mejorando nuestra posición, y eso pasa en buena medida por la imagen que se tenga del Ribeira Sacra. Por eso insisto tanto en trabajar sobre la impresión que se lleven los visitantes que vienen aquí. Si se sienten cómodos, si tienen buenos servicios, harán una publicidad positiva de la zona y, además, podrán comprobar y difundir lo laborioso de nuestra viticultura. Esto ayudará a que se pueda seguir subiendo el precio, ya que se valorará más el trabajo que hacen bodegueros y viticultores. Los detalles y las sensaciones acaban influyendo en la venta del vino.

El objetivo no es que alguien venda cien botellas a cien euros cada una, sino que el precio medio en toda la Denominación sea alto. Que un solo bodeguero alcance precios altos es para felicitarlo, pero no redunda en beneficio del conjunto. También es importante que nos valoremos a nosotros mismos. En la Ribera del Duero no se pagan menos de doce euros por visitar una bodega y, si incluye cata y pinchos, no baja de veinte. Aquí seguimos teniendo la sensación de que las visitas tienen que ser gratis, que estamos obligados a regalarlas, pero no es así. El trabajo y la atención tienen un precio. Eso sí, hay que hacerlo de forma profesional para que quien nos visite se lleve la mejor impresión, porque eso ayudará a vender más y en mejor condición.

En la Ribeira Sacra hay muchas pequeñas bodegas pero, a diferencia de muchas otras Denominaciones de Origen, nunca han funcionado las cooperativas. ¿A qué se debe? ¿Serían una buena opción para el futuro?

Las cooperativas en el sector de la viticultura nacen de la necesidad de vender la uva cuando, por distintas circunstancias, no se llega al comprador. Aquí nunca ha habido esa necesidad. El viticultor particular siempre ha tenido a quien vender su uva. Por ejemplo, en las Rías Baixas hubo que acudir a fórmulas cooperativas por el rápido e importante aumento de la producción y el consiguiente exceso de oferta, pero aquí eso nunca pasó.

En un sector en el que la singularidad y la diferenciación son valores en alza, las grandes extensiones tienen difícil conseguir esa imagen. Por otro lado, los canales de comercialización se han globalizado, y resulta igual de fácil para una pequeña bodega que para una gran cooperativa enviar una caja de vino a Japón. Es un producto que tiene la capacidad de entrar en cualquier mercado, y ser grande o pequeño no supone ninguna ventaja o desventaja. De hecho, en todas las Denominaciones hay algunas bodegas muy grandes, algunas medianas y muchas pequeñas. Volviendo a Champagne, son 32 000 hectáreas y 29 000 viticultores, y todos tienen su espacio y su mercado. Los principales críticos y expertos en gastronomía buscan siempre ese pequeño proyecto, que se diferencia del resto, para darlo a conocer.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

¿Pero no serían las cooperativas una buena fórmula para que los viticultores obtuvieran el mejor precio al concentrar la producción?

En un espacio tan competitivo como este en el que nos movemos no veo lógica la presencia de cooperativas. Esas figuras pueden permitirse trabajar con números que en empresas privadas serían de bancarrota. No puedes vender un producto sin un precio claro, y luego ir liquidando con los socios según se vaya vendiendo, porque estarías perjudicando a ese valor de producto diferenciado. Tampoco está demostrado que, al reunir mucha producción, vayas a poder fijar el precio que quieras. Eso dependerá de la calidad del producto y de tu capacidad de comercialización y gestión. Además, también es significativo que no lograsen funcionar las experiencias cooperativas que hubo en Ribeira Sacra —en los ayuntamientos de Brollón y Sober—.

¿Existen fórmulas alternativas a las bodegas tradicionales y a las cooperativas que no se estén aplicando, o que no tengan proyección pública?

Lo que está dando buen resultado son las agrupaciones comerciales para momentos determinados. Hoy se acude a muchos eventos como ferias o certámenes, y hay muchas bodegas, incluso de diferentes Denominaciones de Origen, que acuden juntas para optimizar inversiones y recursos.

También resulta cada vez más habitual que se hagan compras conjuntas de elementos de uso común como etiquetas, cajas para vendimiar o determinados tipos de botellas. Esto permite reducir costes, pero manteniendo cada uno su identidad. Incluso se está aplicando en las Rías Baixas un modelo en el que varias bodegas aportan una parte de su producción y lanzan un vino bajo una marca común. Desde luego, veo más positivo ese tipo de acciones puntuales que la fusión para crear una gran cooperativa.

Derechos de producción y otros gastos administrativos

Algo bastante desconocido para el gran público es el hecho de que los productores de uva tienen que pagar unos derechos de producción, algo similar a la cuota láctea que pagaban los ganaderos. ¿Cómo funciona este proceso?

Ya que cita el ejemplo lácteo, aquí funciona de diferente forma. La cuota láctea daba derecho a producir leche sin importar dónde o cómo. En nuestro caso, el derecho va asociado a un terreno concreto. La UE dispone de un número limitado de derechos asociados a un número determinado de parcelas, y luego los estados miembros deciden cómo se reparten esos derechos. En España, las Comunidades Autónomas son las que hacen ese reparto.

La normativa europea contempla que los Consejos Reguladores tengan la capacidad de solicitar el aumento o reducción de la cantidad de viñedos en función de sus necesidades. Eso sí, tiene que ser aprobado por la UE, porque cualquier aumento o disminución de volumen de uva acaba influyendo en el mercado del vino. Es una forma de regular para que no haya grandes oscilaciones, aunque también es un problema. Hay Comunidades Autónomas en las que se están cerrando bodegas y dejando de cultivar viñedos, pero los respectivos gobiernos no quieren liberar esos derechos, que se pierden para que puedan ser utilizados en otras Comunidades. Es un error, ya que legalmente se puede recuperar en el futuro lo que se libere hoy, además de que se frena el crecimiento en otras zonas.

En otro sentido, y a diferencia de lo que pasaba con la leche, el productor de uva no va a tener el problema de exceder la cuota, porque el Consejo Regulador ya se encarga de velar porque eso no suceda. Aparte de que las cuotas están fijadas con bastante realismo, es decir, calculando lo que verdaderamente puede rendir una parcela.

El trámite es sencillo. Basta con dirigirse a la Xunta de Galicia y solicitar derechos de plantación de viñedo. Luego ya decidirá el productor si quiere entrar o no en una Denominación, pero la adjudicación de los derechos es facultad exclusiva de la Comunidad Autónoma. Los precios son muy variables en función de la procedencia original de los derechos. Ha habido casos de hasta cinco mil euros por hectárea, y otros de solo quinientos euros. Ahí no se puede generalizar.

Otro problema es que se dan demasiados casos de personas que abandonan la viticultura y no dan de baja los derechos. Esto altera el registro de parcelas vitivinícolas, porque se contabilizan terrenos que ya no están en producción. O al revés, muchas pequeñas plantaciones que se van creando sin informar a la Administración. Al cabo de los años, esto genera un cierto desequilibrio.

Como digo, desde el Consejo Regulador sí que podemos garantizar el cumplimiento con esos derechos reconocidos a los viticultores adscritos a la Denominación de Origen. Hay una trazabilidad absoluta: un inspector nuestro puede llegar a una bodega, coger cualquier botella de cualquier caja y, en la contraetiqueta, ya ve a qué partida de embotellado pertenece. Luego el viticultor tiene que demostrar con documentos todos los pasos seguidos desde el viñedo hasta el embotellado. Ribeira Sacra está acreditada desde hace tres años por la ENAC —Entidad Nacional de Acreditación— para realizar esos controles, así se garantiza la trazabilidad. Cada cierto tiempo, un controlador acude a las bodegas para inspeccionar los controles y registros que se hayan efectuado en un período concreto. Sabemos cuándo va a presentarse, pero no a qué bodegas ni qué partidas se van a inspeccionar. Por eso somos muy estrictos con los productores adscritos a la Denominación, y con ello podemos garantizar el cumplimiento de las cuotas, entre otros parámetros.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

¿Qué otros gastos administrativos afrontan los productores que pertenecen a la Denominación de Origen Ribeira Sacra?

Pues, por ejemplo, el Consejo Regulador se autofinancia mediante una tasa de siete céntimos de euro que las bodegas pagan por cada botella. Además, el bodeguero paga la emisión de la contraetiqueta —alrededor de dos céntimos de euro por botella—. Luego también hay que asumir una tasa por los controles que realizamos, y que suponen una garantía para bodegueros y consumidores. Estos son los tres parámetros por los que podemos cobrar en base a la normativa de los Consejos Reguladores. Teniendo en cuenta que la producción anual es de unos cinco millones de botellas, el Consejo recauda cerca de 400 000 mil euros, con los que puede garantizar su funcionamiento interno, realizar el trabajo de control, y dedicar entre 150 000 y 200 000 euros a actividades de promoción de los vinos. En ese sentido, y sin desmerecer el trabajo de otras entidades públicas y privadas, quiero destacar que es el Consejo el que realiza la mayor actividad promocional.

A diferencia de otras bebidas alcohólicas, como por ejemplo los licores, los productores de vino no pagan un impuesto especial por elaborar alcohol —al contrario de lo que sucede en Francia—. Ahora bien, esto se está revisando y veremos en qué acaba. A nosotros no tendría por qué afectarnos demasiado, si se hace con realismo, pero en lugares como La Mancha, donde se manejan unos márgenes muy pequeños, puede ser un problema serio.

Cabe decir que puede haber bodegas que enfrenten gastos inesperados derivados del sistema de control que nos impone la ENAC. Cuando detectamos que algún bodeguero está incumpliendo algún parámetro, le notificamos que hay un problema, pero es él quien tiene que detectar cuál es el problema y cómo solucionarlo, lo que puede suponer un gasto en dinero y tiempo. El sistema está diseñado así, nos guste o no.

Entrevista con José Manuel Rodríguez González — Omnivoraz

Recordemos que el viñedo de la Ribeira Sacra se abandonó porque dejó de ser rentable, y hoy se está recuperando porque vuelve a serlo.

La Ribeira Sacra no es ajena al despoblamiento rural, y también lo padece. Parece inevitable la pérdida de mano de obra en unos viñedos en los que es imprescindible. ¿Puede suponer un problema económico la necesidad de contratar una mano de obra que venga de fuera y que precisa cierta especialización?

Hay varios datos importantes. Primero, las bodegas grandes están plantando cada vez más viñedos. Segundo, en los últimos años hemos perdido casi mil viticultores, pero se ha mantenido el número de hectáreas en producción, así como la cantidad de uva recogida y de vino elaborado. Hace seis años, el llamado grupo A1 de productores —que concentran el 40% de la superficie total de viñedo— lo formaban más de doscientos viticultores; dos años después eran poco más de cincuenta. Es decir, se está experimentando una concentración de la producción y de la propiedad del terreno, lo que conlleva que desaparezcan muchos pequeños viticultores mientras que los grandes y medianos adquieren más dimensión. Y, para hacer frente a esa nueva dimensión, necesitan mano de obra. Hoy hay más gente trabajando en los viñedos que hace unos años, y con un mayor nivel de profesionalización. De este modo, lo que se incrementa el coste de esa nueva mano de obra se compensa con una mayor producción y un trabajo más profesional. Tampoco debemos olvidar que, al igual que en el resto de Europa, si no hay mano de obra aquí vendrá de fuera, porque la gente necesita trabajar.

Recordemos que el viñedo de la Ribeira Sacra se abandonó porque dejó de ser rentable, y hoy se está recuperando porque vuelve a serlo. A lo largo del tiempo, el ser humano se adapta al territorio de la forma que más beneficiosa le resulta. Tal vez en el futuro se cambien las vides por cerezos, y no será un problema siempre y cuando se garantice la presencia humana, el cuidado del territorio y la actividad permanente y sostenida.


La falta de ayudas económicas directas, las tasas e impuestos, los precios relativamente bajos, el coste de las infraestructuras necesarias para producir o la necesidad de contratar mano de obra son problemas que hasta ahora los viticultores y bodegueros de la Ribeira Sacra han afrontado con innegable éxito. Esto no significa que estén superados, sobre todo cuando se combinan con plagas o fenómenos meteorológicos que, cíclicamente, castigan las cosechas de uva en esta zona privilegiada de Galicia.

Producir vino es un negocio y, como tal, conlleva una administración y gestión que hay que combinar con el trabajo en el viñedo, que en la Ribeira Sacra es muy dificultoso. Pero además, sobre los productores de estos ayuntamientos recae la responsabilidad de mantener una actividad y un paisaje del que dependen el turismo y la hostelería de la comarca. Con frecuencia se oye a los empresarios de esta zona hablar del riesgo de «morir de éxito», a raíz del boom turístico de los últimos años. Aprender de la paciencia y capacidad de observación de los cuidadores de las viñas puede ser la clave para conjurar los riesgos. El futuro dirá.


LEE TAMBIÉN:

Ribeira Sacra, donde nada es más sagrado que el vino

Reportaje con Humberto Loureiro Argullós, sumiller y asesor en la Ribeira Sacra