Hace muchos siglos, uno de los muchos reyes del Imperio Persa tenía un sueño que se repetía con frecuencia. En él veía impávido como todos sus dientes se le caían en cuestión de minutos. Ofuscado, mandó llamar al mejor interpretador de sueños de toda Persépolis, al que contó su sueño rogándole que le explicase su significado.
La forma de cultivar uvas y elaborar vinos en la Ribeira Sacra se conoce como «viticultura heroica», un término que alude a las dificultades físicas que entraña trabajar los viñedos en terrenos con pendiente muy acusada. Salvo en zonas muy concretas, es casi imposible para el viticultor utilizar maquinaria agrícola —ni siquiera un pequeño tractor—, siendo las sulfatadoras a gasoil, junto con los raíles por los que suben y bajan las cajas de uvas durante la vendimia, lo único mecanizado del trabajo en la viña. Todo lo demás —poda, atado de cepas, vendimia, etc.— debe hacerse a mano, moviéndose por cuestas de lo más pronunciadas.
El sector del vino es uno de los pocos que resultan rentables en la agricultura. De hecho, en muchas zonas de España es posible vivir de la producción de uva sin necesidad de elaborar vinos, y con un margen de beneficio suficientemente alto tanto para el cosechero como para el bodeguero que vende las botellas. En Galicia, la Ribeira Sacra se ha hecho famosa en los últimos tiempos. Numerosos turistas son atraídos por sus paisajes, potenciados por la presencia de los viñedos en bancal. A diferencia de la mayoría de Denominaciones de Origen, aquí no hay grandes bodegas ni plantaciones. Todo está muy atomizado, y se produce más para autoconsumo y venta a granel que para vinos embotellados y etiquetados. Pero las cepas siguen dando fruto y el pequeño agricultor sobrevive. Es un modelo tan único y diferente como el vino que produce. En este reportaje nos centramos en el vino tinto elaborado principalmente con uva de la variedad mencía, mezclada con otras en menor cantidad. Queremos saber por qué es diferente, cómo debemos beberlo y cuáles son sus ventajas e inconvenientes.
Con ocasión del preestreno de O que arde (Lo que arde) en Navia de Suarna —Lugo—, hemos tenido la oportunidad de conocer un poco más a su protagonista masculino, Amador Arias, y su experiencia cinematográfica de la mano de Oliver Laxe. Si crees en la casualidad, podrás pensar que esta es la palabra que define nuestro encuentro con el actor en el que, mientras coge un cigarro, comparte con nosotros la anécdota de cómo su mechero «de gasofa de la de ahora» se encendió solo al caer de pie en el suelo cuando lo sacó del bolsillo. Pero en Omnivoraz no creemos en la casualidad, y comprendemos que todo comenzó como debía ser: con fuego. Sentados en unas escaleras al lado de la plaza del pueblo, en la que ya se arremolinaban el público y la prensa asistente al evento, mantuvimos con él una distendida conversación que resultó ser todo un making of del filme.
Benedicta Sánchez, la actriz protagonista de O que arde (Lo que arde) —Oliver Laxe, 2019—, causó sensación a su llegada a Navia de Suarna —Lugo— para el preestreno del filme. Esta mujer de ochenta y cinco años, que no tuvo reparo en bailar una muiñeira en el Festival Internacional de Cine de Cannes, no necesitó más que pisar la plaza del pueblo lucense para verse rodeada de gente ansiosa por conocerla y, por supuesto, por capturar ese momento en fotografías que ya quedarán para el recuerdo de una jornada muy especial para la comarca de Os Ancares. Voluntariosa y afable, habló con Omnivoraz de su vida, sus principios y su pasión por la naturaleza, un perfil que ahora compartimos con vosotros esperando que lo disfrutéis.
Sin duda, para nosotros Oliver Laxe —París, 1982— es el cineasta gallego del momento —y posiblemente del futuro—. El pasado mes de mayo ocupó las páginas de los medios de todo el país con su tercer largometraje, O que arde (Lo que arde), al ser doblemente galardonado en el 72.º Festival Internacional de Cine de Cannes con el Premio del Jurado y el Premio a la Mejor Creación Sonora de la sección Un Certain Regard —Una Cierta Mirada—, siendo además el primero en lengua gallega proyectado en el festival francés.
Amador Coro sale de la cárcel, en libertad condicional, tras cumplir dos tercios de su condena por haber provocado un incendio. Nadie le espera, pero regresa a su casa, en las montañas lucenses de Os Ancares, donde volverá a convivir con Benedicta —su madre—, Luna —su perra— y sus tres vacas. Ajenos a las mofas de los vecinos, madre e hijo viven en tranquila armonía con la naturaleza, hasta que la virulencia del fuego arrasa la zona.