Un futuro incierto (II): la oscura verdad
Un relato de Alarico de Roque, ganadero.
Gala se mantiene ajena al mundo exterior mientras imparte su clase de historia. Siempre le había gustado la enseñanza, y se le da muy bien, por lo que pone gran pasión en su trabajo. Allí de pie, delgada, pero de constitución fuerte, mira de frente a sus alumnos con unos ojos verdes que parecen encenderse al inicio de cada hora de docencia:
«Es muy importante que tengáis claro y sepáis diferenciar las distintas etapas históricas: la Edad Antigua, que comienza con la primera escritura y termina con la caída del Imperio romano; la Edad Media, que empieza con las invasiones bárbaras y concluye con la caída de Constantinopla; la Edad Moderna, que se inicia con el descubrimiento de América y finaliza con la separación de las primeras colonias americanas; la Edad Oscura y la actual era de la luz. Hoy nos centraremos en la Edad Oscura, que comienza con la fatídica Revolución francesa. Repasemos este período con más detenimiento: Francia era un país que abarcaba, más o menos, la actual provincia europea de la Prepirenaica. En el año 1789 estalló aquella revuelta del populacho, y ya sabéis lo que implica una revolución, ¿no?».
Se escuchan risas de evidencia moral entre los alumnos, y Gala continúa: «Exacto. Descontrol, muerte, caos, y la pérdida total de la buena vida, como la establecida en nuestra era. Eso fue lo que el pueblo quiso para sí mismo, de ahí que nuestros sabios dirigentes abolieran lo que aquellos franceses llamaron “democracia”, y que solo trae consigo el desorden social. Pero la gente adoraba aquella forma de gobierno casi como a un dios, y la mecha encendida por esa revolución se extendió por todo el planeta progresivamente. Esta etapa recibió el nombre de Edad Oscura, precisamente porque fueron pocos los momentos de luz, como los que intentó instaurar el general francés Napoleón a través de sus conquistas.
Bonaparte implantó un modelo único de Estado allí donde triunfaba mediante la unificación de normas, ideas y modos de producción, y eliminó aquello que, más tarde, los de principios del siglo xxi llamarían “identidad de un grupo social”, cuando a lo que realmente se referían era al desarreglo de la sociedad humana. Sin embargo, vio su sueño truncado por la rebelión de nuestros antepasados españoles de la Transpirenaica, conocida por aquel entonces como península ibérica. Aún no sabemos por qué lo hicieron, pero fue un desatino, sin duda, ya que durante las guerras con Napoleón se creó la Constitución española, uno de los grandes errores que, dos siglos más tarde, subsanaron los que fueron nuestros salvadores».
El entusiasmo con el que Gala ejerce su profesión capta la atención de los estudiantes de manera hipnótica: «Pensemos por un momento en esas constituciones que proliferaban durante la Edad Oscura: reconocían por escrito una serie de derechos proporcionados a un vulgo que no podía ni debía acceder a ellos, pues no eran más que ideas que solo generaban mayores problemas sociales. La gente corriente, como nosotros, se los creía; primer gran error. Además, hablaban de libertades; segundo error».
Los alumnos cruzan miradas incómodas, y la profesora continúa: «Esas libertades condujeron al mundo a un mayor caos y la humanidad sufrió un gran retroceso. La libertad es, por definición, la facultad que tiene una persona para decidir lo que quiere o no quiere hacer, y cuándo. Hoy en día comprendemos que si el mundo funcionase así no tendríamos ni comida, como ocurrió en algún tiempo de esa época. Por suerte, con el paso de los siglos aquella adoración a la democracia fue cayendo en desuso y el pueblo fue dejando de ejercer su reconocido derecho a votar para elegir a sus representantes. Así fue cómo los auténticos poderes, las corporaciones multinacionales, pudieron tomar el control que sería nuestra salvación».
Es tal el énfasis que pone en sus explicaciones que, transcurridos treinta minutos, necesita atar su pelo negro azabache en una coleta para sentir algo de fresco en la nuca: «En algunos momentos hubo más ráfagas de civismo. Por ejemplo, en 1929 los protomercados empezaron a tomar el mando de aquella locura que habían sido los años 20, algo que, tras muchos intentos, culminaría en 2008. A finales de la primera década del siglo xxi, los buenos empresarios que gestionaban el mercado mundial decidieron tomar las riendas para terminar con la anarquía. Poco a poco, consiguieron que la humanidad fuese entrando en razón y que la población se diese cuenta de que habían estado viviendo por encima de sus posibilidades.
La situación llegó a un punto clave a finales de 2019. El mundo volvía a ser un tanto libertino, cuando se inició una brutal pandemia, causada por un coronavirus entonces desconocido que se propagaba rápidamente, afectando al sistema respiratorio. A principios de 2020 moría mucha gente de todas las nacionalidades, y ya eran varios los países que habían declarado el estado de alarma ante la crisis sanitaria provocada por la llamada COVID-19. Ninguno de aquellos gobiernos democráticos era capaz de frenar los contagios, y algunas estimaciones cifraron los fallecidos en más de doscientos millones. La depresión que vino después destruyó gran parte del tejido económico mundial, pero ya en 2022 se reinstauró la cordura: nuestros salvadores impusieron un estado de alarma permanente y, para conseguir que se respetase, expandieron por el mundo la señal del 5G».
En esta ocasión, las risas del alumnado la interrumpen: «Ya, ya… Sé bien que ahora nos parece una tontería con nuestra 15G, pero en aquel tiempo supuso un gran avance para controlar, a través de esta tecnología, a una población que debía estar confinada en sus casas, en vez de realizar tantas manifestaciones y expresiones públicas multitudinarias».
«¿Qué es eso de las manifestaciones?», pregunta uno de los estudiantes. «No es más que otro de los desajustes de la sociedad en la Edad Oscura. Cuando el pueblo no era capaz de acatar una norma o decisión de sus dirigentes, salían todos juntos a la calle para protestar contra ellos, cargados con carteles y banderas».
Las caras de asombro y miedo son unánimes, y Gala trata de tranquilizarles: «No os despistéis con las salvajadas que hacían nuestros antepasados. Los que estaban decididos a salvarnos de todo aquello convencieron a los gobiernos, mediante medidas económicas, para que abandonasen sus políticas públicas y permitiesen que las multinacionales ejerciesen el control de la sanidad, la alimentación y la enseñanza.
Crearon lo que hoy es el pilar fundamental que rige nuestra sociedad: las Listas de Mérito al Civismo —LISMACIS—, que, como ya sabéis, es la puntuación que obtenemos basándose en nuestro comportamiento social, gasto en medicamento y consumo de proteínas. Y, lo más relevante de todo, para modernizar un campo demasiado atrasado, impulsaron normas que propiciaron cambios radicales, tales como la eliminación de las contaminantes granjas familiares y la creación de las nuevas factorías de pseudoproteínas animales y vegetales, más respetuosas con el medio ambiente. De este modo, lograron hacer desaparecer el hambre de todo el hemisferio superior, en el que nosotros vivimos.
Paralelamente, promovieron las nuevas plantaciones y la reforestación con árboles de rápido crecimiento. Esto favoreció enormemente a nuestras industrias productoras de celulosa, sin las que no tendríamos la mitad de las comodidades de las que disponemos actualmente, además de que el planeta estaría saturado de CO2, pues aquellas pequeñas granjas nunca se habían preocupado por la contaminación».
Gala mira el implante horario de su antebrazo y se da cuenta de que la clase está tocando su fin, por lo que debe ir apresurándose a cerrar el tema por hoy: «A pesar de todo eso, en la década de 2030 se produjeron revueltas en el campo, aquellas manifestaciones de las que os he hablando antes, encabezadas por unos alocados agricultores y ganaderos. Afortunadamente, por aquel entonces nuestras protectoras multinacionales ya se habían asociado en «El Ojo», la organización que mira por todos nosotros, y fueron capaces de alimentar a la población gracias a sus colonias en el hemisferio inferior.
Con las medidas adoptadas lograron, por fin, acabar con la monstruosa democracia y, puesto que aquellas rebeliones de campesinos por todo el mundo habían provocado una tremenda escasez de alimentos, los gobiernos cedieron su seguridad a «El Ojo», que, paulatinamente, fue restableciendo el orden social y alimentando a la población a través de sus propios medios de producción. Tras ese proceso, los gobiernos se diluyeron, dando paso a la gestión de «El Ojo», formada por esos grandes empresarios que velan por nuestra seguridad con gran tesón.
Esto es todo por hoy, chicos. Para la próxima clase quiero que estudiéis el período histórico que abarca desde 1936 a 1943, y cómo el visionario Adolf Hitler intentó imponer por vía militar, la única posible por aquel entonces, un orden mundial de cordura y luz semejante al que disfrutamos actualmente».
Al terminar su jornada laboral, Gala sale de la academia Monbaysant como cualquier otro día, sin saber que para nada sería uno rutinario. De camino al transporte que la llevará a casa, recibe un mensaje en su dip —diminutivo de dipegraz o dispositivo personal de grafeno— que proviene del hogar para ancianos en el que reside su abuela Florence. No duda en cambiar sus planes, previo aviso a las autoridades, aunque esa tarde cambiará también su vida, para siempre.
Recoge su escasa ración de proteína animal, un CAP200G —doscientos gramos de carne procesada—, con un vaso de derivado lácteo, y la devora en un santiamén. Aún tiene hambre, pero no puede permitirse pagar otra, ya que, si gasta más créditos, su abuela será expulsada del hogar para ancianos. Se sube al transporte cívico que pasa por delante de la residencia y allí se baja.
Al entrar en el centro, la reciben las dos enfermeras de siempre. Como si jamás hubieran tenido contacto con ella, le dicen sin rodeos: «Su abuela se muere. Debe usted cubrir todos los impresos para su final». Conteniendo las lágrimas, pues sabe que expresar sus sentimientos en público le puede costar al menos diez créditos, Gala comienza con los trámites en su dip. Cuando termina, les pregunta: «¿Puedo verla ahora?». Con el permiso concedido, se dirige a la estancia común donde duermen todos los residentes y allí la encuentra, tumbada en una cama.
«Hola, abuela. ¿Cómo estás?». La mujer, de pelo cano y marcadas arrugas, abre sus ya diminutos ojos y esboza una sonrisa al ver a su nieta: «Mi querida Gala… Me muero… Ahora debes ser valiente, tu momento ha llegado». Confundida, le responde: «¿A qué te refieres? No entiendo…». Florence le hace un mínimo gesto con la mano: «Apaga tu dip, cariño, y ponlo lejos, donde no pueda oírnos». Gala asiente y obedece: «De acuerdo. Listo, dime».
La anciana toma aire, lo más profundamente que su débil estado le permite, y le dice: «Escúchame bien y espera a que termine, pues ya no me quedan fuerzas. El mundo en el que vivimos es una mentira, y la historia que has estudiado y que enseñas también. Solo es una forma de control que «El Ojo» ejerce sobre nosotros. Te voy a dar las coordenadas de un lugar al que deberás ir; allí encontrarás un dip libre con el que podrás descargar la información de lo sucedido realmente desde el comienzo de lo que conoces como Edad Oscura, pero también muchas otras cosas con las que podrás decidir tu futuro. Acércate, pequeña».
Gala se inclina sobre su abuela, que eleva levemente la cabeza para susurrarle al oído y, al instante, vuelve a dejarse caer sobre la almohada: «Con esa información podrás elegir entre seguir aquí subyugada o ser libre». Como por instinto, la joven profesora mira a su alrededor rápidamente y le responde inquieta: «¡Abuela, no digas esa palabra o nos excluirán a las dos de las LISMACIS!», consciente de que usar ciertas palabras, como «libertad» o cualquiera de sus variantes, fuera del ámbito académico acarrea el castigo de la exclusión de esas listas y, en consecuencia, la expulsión del hemisferio superior.
«Hazlo, cariño… Ten el valor que yo nunca tuve». Gala abraza a su abuela, pero cuando intenta hablarle de nuevo ya se había ido. La persona que la había criado acababa de morir, y el dolor que siente es desgarrador. Aunque está a punto de romper a llorar, se percata de que, si lo hace, sus créditos menguarán, lo que le impedirá pagar el final de su abuela.
No ha pasado más de una hora desde que Florence falleció y ya está empaquetada en su nicho de alquiler. Tras depositar una rosa blanca y besar la puerta del lugar donde sus restos reposarán para siempre, Gala se aleja caminando lentamente, pensativa y algo turbada. Ella nunca le había mentido, y nunca lo haría. Entonces, ¿por qué le había dicho esas cosas?: «Hay algo raro en todo esto».
En ese momento, un camión gris se detiene a su altura. Son dos agentes de las autoridades que, nada más bajarse del vehículo, le preguntan por qué su abuela le había hablado con una de las palabras prohibidas. Se queda estupefacta. Aún no alcanza a comprender cómo podían saberlo cuando uno de los guardianes le explica que habían escuchado la conversación a través de su dispositivo personal de grafeno. Reaccionando ágil e inteligentemente, ella le contesta que solo eran los desvaríos de una anciana justo en el momento antes de su muerte.
El otro guardia saca su dipegraz del bolsillo para comprobar tanto la hora en la que Florence había dicho la palabra ilícita como la de su fallecimiento. Al finalizar, se gira hacia su compañero y asiente con la cabeza. El que había permanecido a su lado la mira fijamente a través de su monp —monóculo pulsómetro— para tratar de detectar alguna alteración en ella, pero Gala logra mantener la calma. Al cabo de un minuto, que a ella se le hace eterno, los agentes le comunican que todo está en orden y que puede continuar: «Pero no se separe de su dip». Se suben al coche y se van de inmediato.
Esa noche Gala no puede dormir, por más que lo intenta. La pequeña estancia de ocho por ocho metros en la que vive —cómodamente para el uso actual— no le deja pensar. Entonces recuerda las coordenadas que le dio su abuela. Sin más cavilación, deja su dip encima de la cama, para evitar el control de «El Ojo», y se echa a andar ciudad arriba, procurando esquivar las cámaras que vigilan las calles.
Al llegar al lugar indicado, no puede creer lo que ve. Se encuentra ante un edificio abandonado y clausurado desde hace muchos años. Delante de la entrada, dos leones de piedra la miran con ojos atemporales. Según dice la historia, allí se había ubicado el Parlamento de aquel territorio de la península ibérica llamado España.
Las coordenadas la sitúan justo en uno de los leones. No hay nada más que llame su atención. Al acariciar la fría piedra de una de sus patas, Gala nota cómo una de las uñas se mueve, pero nada ocurre. Después de todo, quizás fuese cierto que Florence había delirado en sus últimos minutos de vida.
Ya se dispone a regresar a su minúsculo hogar cuando ve a alguien en la penumbra creada por una de las enormes columnas de la entrada. Aunque se asusta, no echa a correr, pues sabe que, en cualquier caso, no es una buena idea: «Lo siento. Sé que no debí salir, pero no conseguía dormir». Una voz masculina le pregunta: «¿Has movido la uña?». Ella asiente en silencio. «¿Cómo se llamaba tu pérdida?». «Florence», le responde. «Bien. Lo lamento mucho, Gala. Acompáñame». Con las piernas temblorosas y sin entender absolutamente nada, le sigue hasta el interior del monumental edificio.
Una vez dentro, el hombre misterioso enciende una luz tenue que permite a Gala ver su rostro: «Soy Jesús, y conocía bien a tu abuela. Nos ayudó mucho en momentos muy duros». Ella le pregunta sorprendida: «¿A quién?, ¿cómo?», pero no obtiene la respuesta que esperaba: «Hoy solo te llevarás esto, lo verás, y mañana decidirás». Extendiendo el brazo, pone a su alcance un dipegraz y añade: «Si quieres ser libre, yo te ayudaré». Gala lo coge y se va. Con un temor como nunca antes había sentido, apura el paso para regresar a su vivienda.
La duda la consume, así que, tan pronto cierra la puerta, enciende aquel dispositivo clandestino. En la pantalla aparece un icono: «La verdad». Pulsa sobre él y comienza a leer. Tras pasar la noche en vela, Gala no sale de su asombro. Lo que ella sabía, prácticamente todo lo que enseña en sus clases de historia sobre la denominada Edad Oscura, es mentira. No tarda en sacar sus propias conclusiones: la realidad del cambio de aquel período a la era de la luz no había sido una salvación por parte de la oligarquía dominante, sino su afianzamiento.
También pone en duda la información que tenía hasta ese momento sobre la famosa pandemia de la COVID-19, como que no fue tan dura como les habían contado, o incluso si habría sido liberada por esas mismas multinacionales para poder hacerse con el control total de la población. Con este objetivo, los políticos, resultado de aquella democracia, eran usados por esas grandes corporaciones para que creasen leyes proclives a sus necesidades.
Con estos nuevos datos, la profesora se da cuenta, además, de que las hambrunas habían sido deliberadamente provocadas por las multinacionales para eliminar la última de las libertades de aquella sociedad, que era elegir su modo de alimentarse: «Claro, así consiguieron que ningún agricultor ni ningún ganadero pudiese aguantar el ritmo de caída de los precios, hasta el punto de que estas malditas corporaciones llegaron a comprar las cooperativas de productores para incluirlas en sus macroempresas. De esta manera, lograron dominar la totalidad de la alimentación de la sociedad y fulminar a los pequeños agricultores y ganaderos a base de decretazos. Mientras la fuerza de la democracia residía en las ciudades, donde nadie se preocupaba por saber lo que pasaba en el campo, en este tampoco vieron la tormenta que se les venía encima hasta que fue tarde, y no supieron transmitir a la población urbana que la necesidad de conservar sus modos de producción repercutiría directamente en su alimentación. Una pena…».
Inconscientemente, Gala pensaba en voz alta, intentando asimilar lo que acababa de descubrir: «Es lógico. ¿Cómo puedo dominar a la población absolutamente? Coartando su libertad. ¿Y qué libertad hay mayor que la de decidir sobre mi alimentación? Ese fue el motivo por el que las multinacionales dieron el paso, porque la gente empezaba a ser consciente de la existencia de una democracia de la alimentación. Por eso las crisis, las pandemias y las normas… Aquello se les iba de las manos».
Envuelta en semejante huracán de conocimiento y emociones, que van desde el desconcierto a la rabia, Gala no se da cuenta de que, horas antes, había dejado su dip «oficial» encima de la cama. Un despiste que tendrá consecuencias inimaginables para ella, pues todo lo que está pensando y diciendo en este momento va en contra de aquellos que dominan el mundo gracias a tener a la población adormecida mediante sus artimañas de comunicación e imposición.
Continuará…