Lucía — Omnivoraz

Lucía

Un relato de David Casal.

Lucía tiene treinta y seis años. Nació y vive en un municipio no muy lejos de Lugo, de Santiago y de A Mariña. Tiene veinte vacas para ordeñar y las escasas novillas y secas que puede mantener durante el año.

Lucía estuvo en la escuela taller aprendiendo jardinería y también hizo el ciclo de administrativo en Formación Profesional —FP—. Pero, como a tantos de su generación, la crisis de 2008 la dejó sin posibilidades de acceder a empleos relacionados con su formación y, como algunos de su generación, se quedó con la pequeña explotación familiar. Cuando todo apuntaba a que las jubilaciones de sus padres llevarían al cierre de la granja, esta chica tomó las riendas, sin saber muy bien cómo funciona el sector de la leche. Pensó que las ayudas a la incorporación serían un buen punto de partida. Ahora no sabe si está arrepentida.

En casa hay una abuela con los achaques de la vejez agravados, pero, como el ambulatorio del ayuntamiento solo tiene médico dos días, tienen que llevarla frecuentemente al hospital de Lugo. Lucía no tiene hermanos, su madre no conduce y su padre perdió una pierna por la diabetes. Suerte que su madre limpia, hace la comida, trabaja la huerta, mantiene a las gallinas y los conejos y aún está para ordeñar cuando no queda otra o arrimar un poco de hierba. Porque la chica puede atender a las vacas y llevar las cuentas y el papeleo de la granja, pero no le llegan las horas para hacer las cosas de casa. Hasta tiene que organizarse para realizar pagos, porque la única oficina bancaria de su municipio abre cada vez menos días y menos horas.

Lucía — Omnivoraz

La chica puede atender a las vacas y llevar las cuentas y el papeleo de la granja, pero no le llegan las horas para hacer las cosas de casa.

Luci, como le llaman sus amigas, a las que tiene cada vez menos tiempo para ver, dejó el grupo de danza gallega en el que llevaba desde que iba al colegio. Ni puede ir a ensayar ni a actuar. Tampoco tiene tiempo ni ganas para buscar pareja o formar una familia. Le han hablado de apps y páginas de citas, pero no se fía. Aparte de que de poco le iban a servir con los problemas de cobertura que hay en su parroquia; el móvil funciona cuando le parece e internet de cuando en vez. Salir de noche le resulta cada vez más difícil y extraño.

Las vacas de casa salen a pastar todos los días que se puede y, cuando no, comen la hierba en el establo y un poco de pienso de ese que es cada vez más caro. Vienen dando sus veinticuatro litros, que no está nada mal. De vez en cuando hay que comprar algo de paja y hierba seca. Y nunca sabe cuánto va a subir la luz. Con lo que cobra por la leche y las pagas de sus padres y de su abuela, van saliendo adelante, sin ahorros, con imprevistos, con algún susto, privándose a veces, pero manteniéndose.

Lucía ordeña en dos turnos, de mañana y tarde. Con la misma ordeñadora manual y el mismo circuito que usaba su padre. Por ahora el esfuerzo físico y el frío non le pasan factura, aunque, en ocasiones, parece que un día quiere doler una mano o que la espalda ya no se dobla como antes…

Hace lo posible por ir a todas las reuniones del sindicato y de la asociación de vecinos. La subida del Impuesto sobre Bienes Inmuebles —IBI—, los eólicos que les quieren plantar en el monte común, la bajada de precios de la leche, la subida de la luz… temas que la agobian y que no llega a comprender a qué obedecen. O, tal vez, prefiere no pensarlo. Es socia de la cooperativa, como lo fueron sus padres, aunque no tiene muy claro por qué.

Alguna vez caviló en que podría hacer queso o mantequilla, o incluso yogures; ¿pero cómo? Los bancos no le van a dar lo que necesitaría y tampoco tiene con quien asociarse. El otro vecino ganadero tiene ciento setenta vacas y rara vez le ve el pelo. Por lo que dicen, tiene créditos para pagar toda su vida.

Lucía — Omnivoraz

Lucía no es un caso extremo. Encarna la realidad y la explicación de la tan cacareada España vaciada.

Lucía no es un caso extremo. Encarna la realidad y la explicación de la tan cacareada España vaciada. Sin servicios públicos cerca de casa, sin ingresos que hagan justicia a su esfuerzo, sin una oferta de ocio y recreo que le permita evadirse unas horas, sin ninguna certeza sobre lo que traerá el futuro… A la casa de las Lucías de toda Galicia nunca va a ir un consejero ni un equipo de prensa. No encarna un modelo de éxito de esos que son uno de cada mil y que los políticos citan siempre para decir que «fijan población en el rural, porque el futuro está en lo rural». Lucía y los que viven y trabajan como ella están mal pagados, escasamente asesorados, ignorados por la Administración y la población urbana y pisoteados por una industria que les presenta como favor lo que en realidad es un abuso.

Y Lucía no pide tanto. Ni siquiera pide. Solo anhela.