
Precios y valores
Una opinión de Luis Parrulo, antropólogo.
Treinta años de caída o estancamiento de los precios en el sector agroganadero han desembocado en protestas masivas por toda España. Han tenido que juntarse las enormes pérdidas económicas en toda la actividad del campo para que se haga visible un problema que les ahogaba día a día, mes a mes y año a año. Luis Parrulo, antropólogo de la Universidad de Upsala, ironiza sobre los artífices ocultos de esta situación: gente que vive del campo, pero sin doblar el espinazo. Demasiado listos como para trabajar y demasiado pobres como para ver en qué acabarán sus acciones.
Diferentes informes de las organizaciones agrarias que recogen datos del Ministerio de Agricultura establecen que los productos agrícolas españoles multiplican su precio 4,83 veces desde que salen de la explotación hasta que llegan al consumidor. En los productos ganaderos esa multiplicación es de 3,05. Es el llamado Índice de Precios en Origen y Destino de los Alimentos —IPOD—. Para entendernos, un par de ejemplos: se paga al productor de aceitunas en verde una media de 0,76 euros por kilo y, cuando llega al consumidor final, asciende a 6,33 euros, es decir, aumenta su precio en origen en un 533%. En el caso de la leche de vaca, que tanto abunda —de momento— en Galicia, el precio en origen se multiplica 2,52 veces y el incremento porcentual es del 152%.
No queda otra que sacarse el sombrero ante los intermediarios, primeros compradores, almacenistas, distribuidores, tratantes y demás eslabones de la cadena comercial, cuyo mérito es hacer circular la mercancía. Cobran infinitamente más por subir un producto a un camión, meterlo en un plástico o colocarlo en una estantería de un supermercado que lo que ganan el agricultor y el ganadero que dedican todo el año a cuidar la tierra y los animales.

Mover los productos agroganaderos es lo que tiene mérito. Saber timar con los precios, engañar con los pesos y medidas, sobornar a quien sea necesario…
Algunos nostálgicos dicen que eso no es justo y que no debería ser así porque quien trabaja el campo es quien más arriesga, quien más tiempo y esfuerzo dedica, quien debe pasar más controles y quien garantiza la existencia de todos los demás eslabones. Mentira podrida.
Mover los productos agroganaderos es lo que tiene mérito. Saber timar con los precios, engañar con los pesos y medidas, sobornar a quien sea necesario, destruir la imagen de la competencia, apretar y apretar al productor para sacar un céntimo más… y hacerlo todo con la mejor sonrisa y como si estuviesen haciendo un favor. Eso no tiene precio. Un subidón de adrenalina constante, la satisfacción del tiburón después de cobrar la pieza. Una adicción que lleva a querer más y más, y que fomenta el más noble de los valores humanos: la ambición.
Sin ser muy constante ni tener demasiados conocimientos, cualquiera puede plantar un campo, ordeñar una vaca o recoger unas frutas. Ya se hacía en la prehistoria. No es algo difícil, por lo que no debe ser recompensado más allá del mínimo para que se siga haciendo y, si alguien no está conforme, puede dejarlo y a otra cosa, que ya habrá quien tome el relevo.

Es la puesta en valor de lo que sacamos de la tierra y de los animales lo que realmente merece la pena, lo que demuestra el genio humano, lo que da la medida de la pasta de la que está hecho cada uno.
Saquear los fondos de los GDR —Grupos de Desarrollo Rural—, cobrar todo tipo de subvenciones y dedicarlas a la buena vida, organizar eventos en los que el agricultor es el protagonista y guardarse en el bolsillo los recursos financieros o montar empresas para recibir ayudas públicas y no llegar ni a abrirlas, entre otras lindezas, son obras maestras únicamente al alcance de unos pocos elegidos. Probablemente sea un don divino con el que solo nacen los mejores, pero nos queda la ilusión de que, con esfuerzo y sin escrúpulos, también podemos llegar a triunfar.
Dice un proverbio chino que el secreto para una vida feliz es cultivar un huerto. ¡Incautos! La verdadera felicidad es que otro cultive el huerto y tú te lleves el beneficio. Así que menos protestas frente al Ministerio y más moverse entre bambalinas. Menos usar el tractor y más manejar la calculadora. Eso sí que ayudará a llenar la España vaciada: agricultores y ganaderos se endeudarán de forma que sus hijos y nietos seguirán ligados a la tierra para poder pagar la deuda. Y veremos llegar a nuestros pueblos una legión de albañiles y mecánicos para crear y atender las mansiones y coches de los especuladores. Herbicida a los escrúpulos y fertilizante al pelotazo. Precios por un lado y —falta de— valores por otro: la fórmula del éxito.