El mercado del miedo — Omnivoraz

El mercado del miedo

Una opinión de Alarico de Roque, ganadero.

Desde que el ser humano es consciente de su fragilidad, el miedo ha sido su ángel protector: nos vuelve prudentes y, en situaciones de riesgo, nos ayuda para poder actuar usando el instinto de conservación en todo su amplio espectro. Podemos decir, sin el más mínimo temor a equivocarnos, que el miedo ha sido una pieza fundamental para la evolución humana en el juego de la supervivencia. Sin embargo, el capitalismo a lo bestia que sufrimos «en silencio» en el último siglo ha convertido el miedo en un mercado libre. Y con «libre» no me refiero a que cada uno tiene el miedo que quiere —que también—, sino a que el miedo se ha transformado en un producto más de este brutal capitalismo.

Pensemos por un instante qué sería del mercado de valores sin el miedo: una línea plana con leves ondulaciones cada varios meses. No obstante, al usar el miedo como arma arrojadiza, las líneas del valor de las bolsas mundiales se parecen más a los Pirineos que a los Ancares. Indudablemente, es un arma excelente para cualquier especulador. El miedo no solo actúa en los mercados virtuales, sino que son muchos los sectores que se mueven a su son, pero, con toda seguridad, cuando mejor funciona este «artefacto» es cuando toca nuestro instinto de conservación.

La salud —la nuestra y la de los que nos rodean— es siempre lo que más nos importa, aunque a veces no seamos conscientes de ello, y, por lo que parece, en esta pandemia que nos azota sin contemplaciones, las distintas Administraciones han utilizado este miedo en su propio beneficio. Primero nos hicieron creer que esta era otra epidemia más que llegaría a Occidente debilitada y sin consecuencias aparentes. Ahí nuestro nivel de miedo bajó a los pies para, una vez que el SARS-CoV-2 arribó en nuestra burbuja, elevarse por encima de nuestras cabezas, hasta niveles nunca vistos en nuestra sociedad. Seguramente, ni deberíamos haber estado tan tranquilos al principio ni tan alterados en su auge, pero, como ya he dicho, el miedo es un mercado libre y, como tal, nosotros solo somos sus peones.

El miedo es un mercado libre y, como tal, nosotros solo somos sus peones.

Hasta aquí todo parece un control político, pero ¿qué pasa cuando un Estado se detiene casi en su totalidad? Las grandes fortunas dejan de ingresar sus grandes beneficios, el Estado debe endeudarse para procurar que el sistema sanitario funcione y que no veamos la forma de esconder un cadáver, el de la sanidad pública, la cual habían ido desmantelando poco a poco, para provecho de la privada. Todo esto nos coloca en una posición muy complicada. ¿Cómo escapamos de este jaque en toda regla? Volvamos a mover el miedo, para que el eje sobre el que giran nuestras preocupaciones pase de ser la salud a la economía. Ante la frase más repetida durante los últimos meses: «No podemos volver a parar el país», nuestro instinto de supervivencia pasa de enfocarse en la mascarilla y el frasco dispensador de gel hidroalcohólico a hacerlo en nuestro trabajo y nuestros ingresos.

Cierto es que, por lo visto, tenemos vacunas en ciernes, que el tratamiento para la COVID-19 se va adaptando a las necesidades y que un alto porcentaje de los últimos contagios presentan síntomas más leves. Parece que hayamos perdido de vista la pandemia, pero está aquí, y no se va a ir con la subida del producto interior bruto —PIB— ni del IBEX. Aun así, nuestros miedos se centran en la economía y, por supuesto, en la vuelta al cole, esa porción de seudorregreso a la normalidad que, por la posibilidad de contagio, a muchos nos asusta y otros critican, mientras ellos mismos se saltan buena parte de las normas sanitarias —individuales y colectivas—.

Incluso en algunos momentos, como en los últimos días del primer estado de alarma decretado en España, hubo quien incidía en el miedo a la pérdida de derechos civiles. Esto no deja de ser paradójico, ya que eran los mismos que llevan años tratando de coartarlos. Simultáneamente, la reivindicación: «Queremos libertad para nuestros derechos» quedaba en una extraña consonancia con el ofrecimiento: «Menú de pizza o hamburguesa para los niños sin recursos». Toda una declaración de derechos civiles… Pues todos sabemos que ingerir comida rápida diariamente es el pilar de una buena alimentación —sarcasmo—.

Pero centrémonos de nuevo en nuestro eje, ese miedo que ha dejado de ser algo propio para convertirse en un instrumento con el que dirigirnos. El temor que nos empuja a pedir la mejora de la sanidad pública también nos lleva a colapsar los teléfonos de emergencias con todas las consultas posibles; una «pequeña» contradicción cívica… Además, es el mismo que se usa para que un ayuntamiento que, antes de la pandemia, disponía de cuatro médicos de familia y un pediatra sufra, a la vez y en plena ola infecciosa, el recorte —supuestamente económico— de dos de esos profesionales de atención primaria, una jubilación cuya plaza vacante no se cubre, una baja cuyo puesto no se ocupa porque la Administración ha decidido esperar a su alta y un pediatra de vacaciones. Nos quedamos compuestos y sin médicos. Eso sí, las consultas telefónicas son atendidas, no sabemos por qué facultativo.

El mercado del miedo — Omnivoraz

Tenemos que reapropiarnos de nuestro miedo, para que nadie nos diga qué debemos o no debemos temer en cada momento.

Quizás el miedo que nos impide visitar más el centro de salud sea el mismo que aprovecha la Administración pública para colarnos el primer recorte de lo que consideraron, prematuramente, la pospandemia —pues continuamos inmersos en ella—. O tal vez sea que un ayuntamiento rural sigue sin tener ninguna importancia para una Administración como la gallega, que, en la primera ola, vio cómo el coronavirus tenía menos incidencia aquí que en otros lugares de España debido a la dispersión geográfica y a la, todavía importante, población rural. En cualquier caso, lo cierto y constatado es que, al borde del inicio del curso escolar, no había ni un solo médico que pudiese hacer un diagnóstico serio. Al menos yo he conservado —y conservo— mi miedo instintivo, y no tengo pensado cederlo a la manipulación.

Debemos replantearnos muchas cosas con esta pandemia: el valor de lo que dejamos atrás, las políticas que nos han impuesto hasta ahora, qué es realmente importante y qué no lo es. Pero, sobre todo, tenemos que reapropiarnos de nuestro miedo, para que nadie nos diga qué debemos o no debemos temer en cada momento. Lejos de creer que esto será un camino de rosas, sé que económicamente va a ser muy duro, pero que eso no nos haga menoscabar los valores y las acciones que nos dan la tan preciada dignidad.

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