El cierre de los mercados y la aritmética del coronavirus — Omnivoraz

El cierre de los mercados y la aritmética del coronavirus

Una opinión de Alarico de Roque, ganadero.

Cada día que pasa vemos nuevas medidas anti-COVID-19, unas acertadas y otras que sufrimos en silencio. Ante esta segunda ola —para otros la tercera y para algunos incluso la cuarta—, derivada de aquel grito populista de «salvemos la Navidad», volvemos a sentir que muchas de ellas son puro maquillaje para una situación descontrolada aplicado por los mismos que ahora —tarde, mal y a rastras— intentan controlarla. Según «el libro del gobernante», en todo paquete de medidas es imprescindible la búsqueda del chivo expiatorio —si es uno, bien, pero si son más, mucho mejor—. Este personaje es la víctima perfecta, si la población se lo cree. Casi un año después del comienzo de esta pandemia en España, los favoritos de nuestros múltiples garantes de la legislación siguen siendo la hostelería y los mercados alimentarios al aire libre. Hagamos un esfuerzo y desmontemos esta caza de brujas del siglo xxi.

La hostelería

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En cuanto el número de casos asciende, este sector es el primer damnificado. Bares, cafeterías y restaurantes; esos lugares oscuros donde solo habitan seres de la conspiración y la paranoia, donde los contagios surgen por el simple hecho de poner un pie en su umbral. ¿En serio? ¿Cuántos de vosotros lleváis a cabo la desinfección y el control que se realizan en una cafetería? Cliente tras cliente, se desinfectan la mesa y la copa. Sin duda, es por el bien común, pero también porque va en ello su economía, porque ser el punto de origen de un brote es una acusación que acabaría con su negocio.

Por supuesto, todos somos conscientes de que, durante estas Navidades, en absolutamente todos los hogares se puso en marcha el mismo protocolo preventivo que en el bar de nuestro barrio, ¿verdad? Este abrir y cerrar locales de hostelería propicia que cada vez más gente joven —y no tan joven— asidua a las teorías conspiranoicas se reúna en lugares con muchas menos barreras anti-COVID-19, lo que favorece un mayor contagio. Me imagino que algunos de esos hosteleros deben sentir verdadera impotencia cuando reciben pedidos a domicilio para grupos y saben que es cuestión de tiempo que se vuelvan a cerrar sus puertas, antes que las de esas casas en las que no hay ningún tipo de sentido común —el mejor de los controles—.

Los mercados alimentarios al aire libre

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Distintas Administraciones tienen la peculiar idea de que estos son lugares de máximo riesgo, donde el coronavirus campa a sus anchas, o eso nos quieren hacer creer —no sé qué es peor—. Una vez más, la buena alimentación y los productores que abastecen directamente a estos mercados y, en muchos casos, a la hostelería se convierten en el último eslabón de la cadena, y el primero económicamente prescindible.

Desde el minuto uno de la pandemia solo hay una afirmación en la que todos los expertos han estado de acuerdo: los espacios abiertos son mucho más seguros que los cerrados —aunque, respecto de estos últimos, los portavoces de diversos organismos oficiales se resistieran a admitir la permanencia del virus en el aire y, con ello, la importancia de ventilar adecuadamente—. Entonces, ¿por qué se cierran los mercados al aire libre y se deriva la venta de los productos con los que en ellos se comercia a áreas cerradas con calefacción e hilo musical?

Además, esta incongruencia normativa aporta otro «expediente X» en nuestra compra semanal. Supongamos que quieres comprar tomates:

En el supermercado, compras un tomate que una persona cultivó, otra lo recogió para envasarlo después y otra lo transportó hasta las instalaciones del distribuidor. Otro intermediario lo hará llegar al supermercado, donde otras manos lo almacenan y otras lo colocan en el punto de venta, por el que pasan una infinidad de clientes. Si bien estos se habrán desinfectado las manos en la entrada del establecimiento, en su recorrido por los pasillos se habrán sonado la nariz o habrán sacado el móvil del bolsillo para contestar esa llamada tan urgente o un mensaje que no puede esperar. Esas manos también toquetean distintos tomates hasta dar con el idóneo para el uso que pretende hacer de él. Así que, finalmente, compras el tomate que quieres y vas a la caja, donde otras manos lo cogen para pesarlo y meterlo en la bolsa que te llevas a casa. Allí, supongo —y espero— que desinfectarás tu compra antes de guardarla.

El cierre de los mercados y la aritmética del coronavirus — Omnivoraz

En un mercado o plaza de abastos con puestos al aire libre, el tomate que compras ha sido cultivado y transportado hasta el punto de venta por la misma persona que el día anterior lo estaba recogiendo de la tomatera. En gran parte de los casos, antes de que se te ocurra meter tu mano en su cesta para toquetear, él o ella te preguntará cómo vas a prepararlo, porque, como es quien mejor conoce su producto, te puede aconsejar cuál es el ideal. Así, las únicas manos que separan la tomatera de tu cocina son las que meten el tomate en la bolsa que te llevas a casa. Aun así, recuerda que debes desinfectar tu compra.

La suma de vectores de transmisión está muy clara en ambos casos, y la aritmética de contagios con una simple regla de tres, también. Entiendo que nuestros dirigentes son, en su mayoría, «de letras», pero cabe recordar que pagan a sus asesores para que sepan esto… y sus jefes les hagan caso.

Por si fueran pocos los motivos obvios de cada una de las víctimas propiciatorias por separado, conviene que tomemos distancia y las observemos en conjunto para darnos cuenta del despropósito: la hostelería se cierra porque son locales cerrados dedicados al ocio en los que es más fácil contagiarse a pesar de las medidas higiénicas, mientras que los mercados, proveedores de alimentos frescos, justo por lo contrario; son espacios abiertos donde la Administración no puede —o no quiere— constatar las medidas higiénico-sanitarias de las que disponen. ¡Ah! La contradicción… Otra gran amiga de los tiempos actuales y de nuestros mandatarios. Claro que, parafraseando la despedida de aquella gran película: «Siempre nos quedará el hospital Isabel Zendal». Por cierto, viendo su funcionamiento, me parece todo un insulto a esa extraordinaria enfermera coruñesa.

Por todo lo anterior, sigo sin poder comprender el motivo de esta persecución; a menos que sea la necesidad de encontrar el chivo expiatorio que desvíe las culpas de una mala —o ausente— gestión de esta epidemia que se alarga en el tiempo, además de por la inconsciencia, el egoísmo y la insolidaridad de muchos, sobre todo por no tomar las decisiones correctas en el momento adecuado.

Solo existe un modo de que esta inercia se invierta, y es el despertar del consumidor: tú. Por mucho que reclame el agricultor de O Rosal —Pontevedra— que camina sobre el alambre de las decisiones políticas, nunca va a ser tan escuchado como el clamor de los consumidores que sostienen este sistema capitalista que una más que anunciada pandemia pone en serio jaque. Como consumidor, tienes el poder de cambiar la perspectiva y sus consecuencias, que nos afectan a todos.