Loa a la mujer rural — Omnivoraz

Loa a la mujer rural

Un texto de Alarico de Roque, ganadero.

Manos encallecidas y brazos fuertes, refugio protector que ofrece abrazos reconfortantes, belleza que traspasa manicuras de escasa duración. Vestidos que dejan entrever cuerpos moldeados por el duro trabajo, cubiertos por capas de ropa con las que resistir las temperaturas invernales a la intemperie. Peinados que se conservan al borde de la precariedad bajo gorros que esconden ilusiones. Miradas cálidas a pesar del cansancio. Espaldas doloridas sobre las que se sostiene la familia. Mujeres rurales.

Agricultoras que trabajan la tierra, siembran y recogen. Un ciclo de fecundidad que, desde la noche de los tiempos, la mujer ha sabido entender como nadie. Ganaderas que cuidan a los animales con el mimo necesario para que salgan adelante y, aun así, conservan la humanidad en todo momento. Ellas aplican en el campo lo que es fundamental en todas partes: el sentido común, buscando la mejor manera de producir buenos alimentos sin agredir el tan tocado medio ambiente. La perfecta conjunción del ser humano con la naturaleza. Y mucho más. Con irreprimible regocijo veo cómo médicas y enfermeras que ejercen su profesión en las áreas rurales luchan por una sanidad pública digna; profesoras que de granos de arena crean montañas para, aun sin esos recursos de los que se dispone en otros lugares, enseñar a las niñas y a los niños de estas áreas que, con trabajo y esfuerzo, pueden conseguir todo lo que se propongan; panaderas ambulantes que se convierten en confidentes de sus clientes; veterinarias que son también psicólogas de un sector abatido, mientras con sus manos ayudan a un ternero a nacer o diagnostican con pericia algo que a todos se nos había escapado. Profesionales rurales.

Ellas son el corazón que late para mantener vivo nuestro mundo rural, que es el eje central sobre el que gira toda sociedad que se precie.

Ellas desempeñan, además, una pluriactividad pocas veces reconocida, nunca debidamente remunerada: cocineras —da igual para cuatro que para cuarenta—, contables, limpiadoras y un largo etcétera. Mujeres capaces de transformar una casa en un hogar, el mismo que gestionan con mano de hierro, la misma que se llena de ternura para repartir cariño a todos sus habitantes y es especialmente delicada con niños y ancianos. Porque algunas también son madres —¡qué gran cargo!—, y muchas son hijas —naturales o por vínculo— que se encargan de atender las necesidades de unos padres que ya no pueden valerse por sí mismos, dándoles el afecto tan anhelado en la vejez. Centinelas rurales.

Ellas son el corazón que late para mantener vivo nuestro mundo rural, que es el eje central sobre el que gira toda sociedad que se precie: el campo que nos alimenta, los bosques que son el pulmón de este planeta, el agua que mana de la tierra para que no se extinga la vida, las generaciones que nos dieron lo que tenemos y las que deberán vivir con lo que les dejemos. Y, aun así, siguen siendo las más olvidadas, a pesar de mi lamento.