A sabedoría da muller rural — Omnivoraz

La sabiduría de la mujer rural

Un texto de Alarico de Roque, ganadero.

—A mi madre.

Entro en la finca que nos alimenta. Siento que me muevo a cámara lenta, como queriendo parar el tiempo sin poder hacerlo. Me arrodillo en el suelo y aprieto con mi mano un puñado de tierra negra. La acerco a la nariz mientras voy cerrando los ojos, y dejo que su aroma estimule mi olfato. Con el corazón todavía arrítmico, aflojo el puño y la tierra resbala entre mis dedos, cayendo de vuelta al suelo en compañía de una morriñosa lágrima.

Con los ojos cerrados puedo sentir a mi madre con claridad; cómo disponía el terreno baldío después del inverno; cómo distribuía mentalmente los distintos frutos para que unos protegieran a los otros, o para que todo quedara hecho a escuadra: «Lo bien hecho no tiene vuelta», me decía cuando yo le sacaba importancia a una curva que retorcía alguna de sus rectas. Una vez que la tierra estaba trabajada, ella buscaba la semana ideal para abonarla, con la mínima pérdida de nutrientes, y ya estaba todo listo para empezar a plantar y sembrar. Yo ayudaba tímidamente en una labor que, guiada con un tono de comandante, parecía más prever una ola de escasez que un año de buena cosecha. Aquí un ejemplo de la hartura nacida del hambre: «Planta siempre para que sobre. Nunca sabes cómo va a venir el año, y vale más una patata apañada que cien compradas»; lo que hoy se conoce como soberanía alimentaria y que jamás escapó a su intuición.

Con los ojos cerrados puedo sentir a mi madre con claridad; cómo disponía el terreno baldío después del inverno.

El arco iris, con su hermosura tan atrayente, y el cuco nos avisaban de que era la hora de sachar y arrancar las hierbas que molestaban a los alimentos que estaban creciendo. Recuerdo con gran morriña que poca gente le valía para sachar su lado del terreno, únicamente aquellas personas que lo hicieran sin levantar tierra al aire y sin lastimar las raíces. Días infinitos de sacha, botella de agua y trabajo sacado adelante sin ningún herbicida. Cuando los primeros alimentos llegaban a la mesa, era la mujer más contenta que yo pudiese imaginar. En su cara, sin necesidad de una sola palabra, podías entenderlo todo: esos alimentos salen de nuestro esfuerzo y crecen con nuestro sudor; qué mejor fin que hacer con ellos unos almuerzos siempre frescos y sanos, llenos de ternura. Y enseguida te explicaba que los repollos se daban mejor en tal finca o los pimientos en tal otra: «Por supuesto, para tener humedad, la Decoita, pero para las patatas no hay como el Tallón. Eso sí, ninguna como Veiga do Hórreo, pues lo que está a la puerta rápido se coge». Ella sola podría sembrar y alimentar a toda la familia, y lo haría con tanta alegría como de costumbre, aunque le encantaba enseñar cuándo y cómo se debe hacer, esas cosas que deben pasar de generación en generación intactas.

A sabedoría da muller rural — Omnivoraz

Campesina por herencia, mi madre supo hacer de su trabajo algo más que una monotonía de arado y sacha. Siempre.

Campesina por herencia, mi madre supo hacer de su trabajo algo más que una monotonía de arado y sacha. Siempre. Daba gusto ver cómo aquel terreno baldío se convertía en un vergel que competía y ganaba a cualquier área de productos frescos de un supermercado. Hoy nos toca a otras y a otros transmitir el mismo amor a la tierra, el mismo arte de cultivarla, la misma pasión por recoger sus frutos, desvalorizados por un precio impuesto por personas que nunca han cogido un puñado de tierra.

Con dolor, pero con la dignidad que te enseñan a mantener desde pequeño en el campo, su última tarea en la Decoita fue precisamente aquella en la que cuidaba de que resultase perfecta: dar una buena sachada las patatas y arrimarles tierra a las plantas. Hasta que no pudo más, ese fue su sino. Y, sin poder coger una herramienta, todavía se deleitaba desgranando ervillas, sentada al lado de sus nietos, a los que instruía en ese pausado proceso que tanto le gustaba: alimentar a su familia con el trabajo de sus manos. Mujer, madre y abuela rural.

A sabedoría da muller rural — Omnivoraz

Dicen en mi aldea, no por machismo, sino por sabiduría, que la huerta siempre fue cosa de mujeres. Ellas fueron y siguen siendo las encargadas de hacer y transmitir esa labor, y creo que no me arriesgo si digo que es así en la mayor parte del mundo. Ellas son las que nos alimentan, de las que aprendemos el valor de comer lo que cultiva uno mismo y, sobre todo, las que nos dejan el mejor legado posible: una dignidad solo comparable al fruto de su trabajo. Vayan estas líneas por todas esas mujeres, y especialmente por la que me transmitió todos estos valores y sentimientos, pues, además de mi cuerpo, ella también alimentó mi espíritu.