Curiosidades históricas: el solsticio de verano — Omnivoraz

Curiosidades históricas: el solsticio de verano

Un artículo sobre las raíces de la noche más mágica del año.

El solsticio de verano era el momento más trascendental del calendario para muchas de las culturas antiguas y, sin duda, es la noche más mágica del año para la nuestra. La actual celebración del San Juan no deja de ser un conjunto de leyendas y ritos de nuestros ancestros —en gran parte olvidados—, pero ¿cuáles son sus verdaderas raíces? En este artículo os contamos de dónde proviene este festejo y por qué ha sobrevivido hasta hoy.

Explicado científicamente, el solsticio de verano es el instante exacto en el que se produce el cambio de estación —de primavera a verano— y, con él, la noche más corta del año en el hemisferio boreal y la más larga en el austral. Esto sucede variablemente entre el 20 y el 22 de junio y, a partir de ese momento, en la mitad norte de la esfera terrestre las horas nocturnas empiezan a crecer y las diurnas a decrecer. Sin embargo, las temperaturas aumentan en esta parte del planeta, en la que el Sol se percibe más próximo a la Tierra debido al ángulo con el que inciden sobre ella su luz y su calor o, dicho de otra forma, el astro rey alcanza su cénit en el hemisferio norte durante este solsticio. La ciencia ha demostrado, no descubierto, todos estos datos, ya conocidos —a su manera— por distintas culturas desde hace milenios.

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Con el descubrimiento de la agricultura, lo que era un rito de adoración mutó en una ceremonia en la que se pedía al Sol que no se apagase completamente.

El solsticio de verano comenzó a ser venerado en la prehistoria. Para los Homo sapiens, y quizás sus antecesores o nuestros parientes próximos, como los neandertales, la noche estaba llena de peligros que acechaban en la oscuridad, por eso una de corta duración era adorada. Con el descubrimiento de la agricultura, lo que era un rito de adoración mutó en una ceremonia en la que se pedía al Sol que no se apagase completamente, pues, sin conocer los motivos reales, aquellos primeros agricultores sabían que a partir de aquel momento las noches se harían más largas y los días más cortos. Pero la agricultura se extendió, se domesticaron más plantas y se empezaron a realizar ciclos de cultivo de invierno y de verano.

La estructuración de los cultivos por temporadas trajo consigo la necesidad de saber cuándo se debía sembrar y cuándo cosechar, lo que impulsó a aquellas civilizaciones a establecer fechas límite. Así, en la transición de la prehistoria a la historia —nacimiento de la escritura— también se comenzó a medir el tiempo. Puesto que el solsticio de verano marcaba el momento en el que todos los cultivos de invierno debían haber sido cosechados y los de verano debían estar sembrados, la ceremonia de celebración de este instante mágico adquirió también la dualidad de ser agradecimiento al Sol por las buenas cosechas y petición de fortaleza y productividad para las siguientes siembras. A partir de ahí, con la intención de ayudar al Sol, que en esta época entra en fase descendiente, surge la idea de encender hogueras durante el solsticio de verano —posiblemente en el culto a Zoroastro de los sumerios, civilización de la que se cree que provienen la mayor parte de los ritos asociados a este solsticio—. Bajo la creencia de que su calor y su luz le darían energía al astro rey para que no fuese derrotado por la noche —de lo que se deriva la fiesta que tiene lugar seis meses más tarde, con el solsticio de invierno, en la que el Sol es proclamado vencedor—.

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Una vez que ya conocemos la base de esta celebración, toca hacer un repaso de cómo evolucionó culturalmente hasta llegar a la que hoy llamamos noche de San Juan. Las migraciones humanas de raíz indoeuropea por el territorio euroasiático derivaron en la aparición de diversas culturas y civilizaciones que desarrollaron, cada una a su manera, los ritos del solsticio de verano. En la cultura celta la festividad se dividió en dos: por un lado, la Beltane, que se celebraba el 1 de mayo con grandes hogueras, para venerar la unión del cielo y la tierra que daba lugar a la extraordinaria fecundidad de la primavera; además, este día marcaba el momento en el que las cosechas invernales debían estar recogidas. Y, por otro, el solsticio, en torno al 20 de junio, una fiesta en la que se pedía a los dioses y a los espíritus menores de la naturaleza la fertilidad de las tierras y de las parejas. Puesto que para los celtas celebrar la unión de las parejas en la noche de Beltane era una ofensa a los dioses, las que se habían formado en aquella festividad se unían en esta fecha, que, a su vez, establecía el límite temporal para la siembra de los cultivos estivales. Esta división y el aparente adelanto de los ritos del solsticio al primero de mayo también vienen dados por la latitud que ocupaban los celtas, pues las fechas de siembra y de recolección no eran las mismas que en la antiquísima Sumeria.

En la cultura clásica —Roma y Grecia—, los festejos del solsticio de verano tenían gran importancia. Los antiguos griegos celebraban el inicio de un nuevo año y las Bufonias, en las que se veneraba a Zeus con sacrificios y a Prometeo —el dador del fuego en contra de los dioses— con hogueras cargadas de leña verde y grasa, para generar tanto humo que llegase hasta el Olimpo y los dioses no se olvidasen de la existencia de los hombres. A mayores, este era el mes de los sacrificios y la adoración a Deméter, diosa de la agricultura que, a pesar de ser a menudo olvidada por la historia mitológica, fue de las más veneradas. En la antigua Roma, desde tiempos de la monarquía y hasta el establecimiento del cristianismo, en el día del solsticio se celebraba la boda entre los reyes del panteón romano, Júpiter y Juno —de la cual toma su nombre el mes de junio también en nuestra cultura—, y durante esa noche no se dormía, pues la alegría de unas siembras finalizadas y de unas prometedoras siegas llenaba la ciudad de gente con ganas de festejar. Se encendían fuegos para dar fuerza a Júpiter —dios identificado con el Sol— y que su decaimiento hasta el solsticio de invierno no fuese total, de manera que propiciase unas buenas cosechas. El 24 de junio —nuestro San Juan— era el día del dios Jano —es curioso ver que hasta en el nombre se parecen—, señor de los solsticios y amo de las puertas, ya que en la creencia grecolatina el solsticio de verano era la puerta por la cual los hombres pasaban al mundo de los dioses, mientras que en el solsticio de invierno el proceso se invertía.

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Con la llegada del cristianismo, la variedad de ritos y festejos se asimilaron bajo el yugo de una religión que pretendía imponerse hasta en las fiestas más arraigadas.

Con la llegada del cristianismo, la variedad de ritos y festejos se asimilaron bajo el yugo de una religión que pretendía imponerse hasta en las fiestas más arraigadas, y a la que no le quedó más remedio que suplantar y hacer suyos todos estos rituales. Para la festividad del San Juan se apoyó en un pasaje del Evangelio de Lucas en el que narra que Zacarías, padre de San Juan Bautista, sintió tanta alegría al nacer su hijo de Isabel, su mujer ya anciana y supuestamente estéril, que se dedicó a encender hogueras por los alrededores de su casa para que todos los vecinos fuesen a conocer el milagro de la buena nueva. Solo faltaba establecer una fecha. Mientras que el calendario solar de la cultura maya contaba el tiempo a la perfección, de manera que los equinoccios y los solsticios tenían lugar el mismo día anualmente, la imperfección del calendario lunar, con años bisiestos para reajustar el desfase de días, hace que los cambios de estación varíen de de un año a otro. Así, ante la imposibilidad de fijar la fiesta del santo Bautista ligada al solsticio de verano —debido a esa variación—, se impuso la celebración del San Juan el 24 de junio. De ahí que las hogueras se enciendan a medianoche, coincidiendo con el final del día siguiente al solsticio más tardío —aunque últimamente las prisas por festejar nos hayan llevado a prender el fuego horas antes—.

En definitiva, queridos omnivoraces, tal y como acabáis de leer, el San Juan es una mezcla de ritos ancestrales procedentes de diferentes culturas, las cuales, simplemente, adoraban este día por su gran valor astronómico, ya que era una ayuda fundamental para poder proveerse de sus tan preciados alimentos. Una noche unida a la tierra, al cielo y al tiempo que marca un cambio de estación de vital relevancia a lo largo de toda la historia de la agricultura y hasta el día de hoy.