Curiosidades históricas: Samhain — Omnivoraz

Curiosidades históricas: Samhain

Un artículo sobre la celebración celta del eterno ciclo vital.

Cuenta una antiquísima leyenda celta que desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre se celebraba una fiesta llamada Samhain, una de las cuatro más importantes de aquella indómita cultura.

Esta celebración marcaba el final de la temporada de recolección, pero también el inicio de los días cortos y las noches largas del invierno. Durante tres días se festejaban las buenas cosechas, que eran ofrecidas a los espíritus de sus antepasados como agradecimiento por haberlas propiciado, por las enseñanzas que les habían transmitido y por haberles ayudado ahuyentando los malos espíritus.

El año celta se dividía en dos estaciones: la oscura y la clara. El Samhain daba comienzo a la primera, con meses de días menguantes, noches crecientes, lluvia y temperaturas frías. En esta fecha, anclada estratégicamente a medio camino entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno —cuyo nombre significa literalmente «fin de la estación clara» o «fin del verano»—, se aprovechaban los productos frescos del momento, como los nabos, que se vaciaban para encender en su interior velas que iluminasen las puertas del hogar. Así, los espíritus de sus ancestros podían encontrar sus antiguas moradas fácilmente para ayudar a sus descendientes, intercediendo por ellos para alejar los malos espíritus y propiciar una estación oscura corta y apacible. Más tarde, los nabos serían sustituidos por las hoy en día típicas calabazas, una tradición irlandesa exportada a Estados Unidos. Observado en su conjunto, todo esto no es más que la representación y la adoración del eterno ciclo vital girando alrededor de la tierra que nos alimenta.

Esta celebración enraizó con fuerza en todo el territorio donde la cultura celta estaba presente, pero la llegada del cristianismo provocó un choque cultural y religioso del que los celtas no salieron bien parados. En el año 615 d. C., el papa Bonifacio IV estableció el 13 de mayo como día de fiesta por todos los mártires, santos y antepasados del cristianismo, buscando, sin duda, la destrucción del Samhain para poder someter a la fe a todos los antiguos territorios del Imperio romano. Pero mayo era un mes de luz para la subterránea cultura céltica, el de la celebración de su atávica Beltane, por lo que la imposición papal chocó de tal manera que no se respetó. Esto llevó al papa Gregorio III, en el año 741 d. C., a establecer el 1 de noviembre como fecha universal del Día de Todos los Santos.

Ese acercamiento consiguió que la gente asistiese más y con mejor carácter a la celebración, pero con restricciones, pues para la Iglesia romana solo era conmemorativa, lejos de la idea del ciclo vital de todas las cosas que aún permanecía en muchas áreas de Europa. La asimilación de estas festividades para aglutinar costumbres bajo el bastón del papa fue concluida por Gregorio IV en el año 840 d. C., bajo mandato de obligado cumplimiento de la fiesta de Todos los Santos el día 1 de noviembre y de su vigilia durante la noche del 31 de octubre, la cual quedaba abierta a los usos de la zona. Así llegaron a nuestros días las tradiciones celtas de la noche de Samhain, en la que no cerramos un ciclo, sino que lo continuamos. Con el paso de los siglos, la traducción literal al inglés de esta vigilia, All Hallow’s Eve, dio lugar a la contracción gramatical anglosajona Halloween, que los ingleses y, sobre todo, los irlandeses llevaron a las colonias americanas y que, desde hace unas décadas, parece inundar el mundo desde Estados Unidos.

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Nadie ha podido cambiar una celebración tan arraigada como el Samhain, en la que se rendía culto a nuestros predecesores, a la tierra que nos sustenta y al cielo que la fecunda.

Por otra parte, en ese sincretismo religioso y festivo aplicado por la Iglesia romana para aumentar la influencia sobre sus seguidores, los próceres de las zonas con mayor raigambre celta intentaron conservar parte de sus ideales en una celebración fuera del influjo papal. De ahí surgió, posiblemente, el magosto, una reunión por clanes sin fecha fija en la que confluían sus ideologías religiosas y sociales: familia, tierra, cielo, fuego y alimentos propios de la época, como las castañas asadas sobre el fuego purificador. Y todo ello al aire libre, bajo un cielo protector y sobre la Madre Tierra, dando gracias al cielo por las cosechas y esparciendo las cenizas sobre un terreno que pasaría por el duro invierno, con la esperanza de que los restos del fuego mantuviesen el calor del suelo para la futura siembra.

Nadie ha podido cambiar una celebración tan arraigada como el Samhain, en la que se rendía culto a nuestros predecesores, a la tierra que nos sustenta y al cielo que la fecunda. Aunque quién sabe… Porque también contaban las leyendas celtas que estas eran noches para guardarse de los malos espíritus, noches en las que las puertas al mundo de las hadas se abrían para confundir a los incautos que olvidaban sus raíces… Así que coged vuestras calabazas, vaciadlas, preparad una buena crema con su pulpa y colocad su cáscara en la ventana, para que vuestros difuntos vuelvan a proteger a aquellos que tienen presentes sus orígenes.