Curiosidades históricas: el roscón de Reyes
Un artículo sobre un postre con mucha historia.
¿Qué tienen en común el general cartaginés Aníbal Barca, el rey francés Luis XV y un tontolaba? En este artículo descubriréis cómo el roscón de Reyes fue su eje común.
En los últimos días del año 217 a.C., el general cartaginés Aníbal Barca se enseñoreaba de la península itálica tras haber derrotado al cónsul romano Cayo Flaminio en la batalla del lago Trasimeno, gracias a su novedosa táctica de la media luna envolvente. La población de Roma temblaba ante el solo nombre de Aníbal, la ciudad eterna estaba agitada. En esta situación, el Senado romano nombró dictador a Quinto Fabio Máximo, hombre de aplomo y gran retórica, aparte de su amplia experiencia previa como cónsul, que sabía que la forma de calmar al pueblo era con pan y circo. Así pues, tomó la decisión de extender la celebración de las ofrendas y sacrificios a Saturno durante varios días, festividades que serían conocidas a partir de entonces como las saturnales —Saturnalia, en latín—.
Fabio encargó a los cocineros romanos crear nuevas comidas para estas fiestas, una de las cuales era una torta de trigo con trozos de higos secos y dátiles regada con miel. Con ellas mantenía distraída a la población mientras le llenaba el estómago a cargo del erario, e iniciaba su estrategia militar defensiva frente al temido Aníbal, cuyo ejército le superaba en número. El cartaginés contaba con casi 50 000 soldados a los que había que alimentar, pero si Roma gastaba sus cosechas en dar de comer a su pueblo, evitaba que las tropas púnicas accediesen fácilmente a los alimentos. Al mismo tiempo que esos devotos romanos realizaban sus sacrificios —también humanos— en las saturnales, al tener su estómago lleno, Quinto Fabio Máximo evitaba revueltas —sabido es que casi todas las revoluciones de la historia llegan por una agitación social y, sobre todo, por el hambre—. Esta guerra de desgaste fue apoyada más tarde por el brillante general romano Publio Cornelio Escipión «el Africano», que, con sus grandes dotes de estratega, cortó la línea de suministros de Aníbal desde Hispania para luego atacar la mismísima Cartago y acabar con la derrota total de los cartagineses en la batalla de Zama.
Durante el siglo iii, en pleno auge del Imperio romano y casi olvidado el miedo a Aníbal, se empezó a esconder un haba dentro de la torta de trigo y miel de las saturnales, creándose una especie de juego en el que quien la encontrase pasaba a ser el señor de la casa durante un día, fuese cual fuese su clase social. De este modo, el mundo se volvía del revés durante estas festividades y, si les tocaba, los patricios tenían que servir a sus esclavos. Esta costumbre perduró durante muchos siglos, manteniéndose aun con las invasiones germanas, el desmembramiento del Imperio romano y la invasión musulmana, momento en el que se perfeccionó la forma redonda del popular dulce y, puesto que ya hacía siglos que la torta había perdido su apellido de Saturnalia, empezó a recibir el nombre de roscón.
Los árabes también modificaron el juego de la torta y añadieron en su interior una moneda como premio para quien la encontrase, mientras que aquel que hallase el haba debía llevar a casa o cocinar otra torta. Además, en la parte comestible, los maestros reposteros de al-Ándalus añadieron a la receta manteca de almendra y agua de azahar. Con estos nuevos ingredientes, la torta se extendió por toda la península ibérica —ya que también había maestros reposteros musulmanes en los reinos cristianos—, con la peculiaridad de que para los cristianos se elaboraba con manteca de cerdo —lo que la hacía más calórica— y para los musulmanes con manteca de almendra.
En la cultura popular de la época medieval, vemos que en el Reino de Navarra quien encontraba el haba era llamado «el tonto del haba», por la felicidad de hallar la legumbre, pero teniendo que pagar el próximo roscón. Esa expresión se fue transformando con el paso del tiempo hasta dar lugar a la contracción que hoy conocemos como «tontolaba». Fue en este período cuando la forma de la torta comenzó a tener un hueco en su interior que, junto con los higos y dátiles esparcidos sobre ella como piedras preciosas engastadas y el tono dorado del baño de miel, hacían que simulase una corona casi a la perfección, de ahí que su nombre fuese derivando en «roscón del rey».
El «monárquico» postre no sufrió más modificaciones hasta comienzos del siglo xviii, cuando Luis XV heredó la corona de Francia a la edad de cinco años. Como el rey-niño se aburría habitualmente en la corte, su cocinero personal —de origen aragonés— quiso crear un dulce que hiciese las delicias de su paladar y consiguiese despertar su imaginación, así que tomó la receta de aquel conocido roscón y le añadió huevos y azúcar. Además, para mayor deleite del pequeño soberano, escondió dentro de ella una figurita de un rey que permitía ser monarca por un día a aquel de sus compañeros que la encontrase, y a Luis XV ser solo un niño. El cocinero se encargaba de que esto sucediese siempre así.
Inicialmente, el roscón del rey se consumía durante toda la Navidad. Con el paso de los siglos y el establecimiento del 6 de enero como fecha de la adoración de los Reyes Magos de Oriente, se convirtió en el postre típico de esta celebración y pasó a denominarse «roscón de Reyes».
El roscón de Reyes siguió evolucionando según los gustos del momento. Aunque algunos cambios llegaron a nuestros días, otros se quedaron en el camino. Pero lo que sí llega cada año por Reyes, junto con el roscón, es la ilusión creada por un juego que, mezclado con este rico dulce, hace las delicias de nuestras sobremesas durante los primeros días del año. Por lo tanto, y aun a riesgo de quedar como un tontolaba, debemos dar gracias a Aníbal por asustar tanto a Roma, y a un aburrido Luis XV buscando un entretenimiento.