Curiosidades históricas: la primera huelga de la humanidad — Omnivoraz

Curiosidades históricas: la primera huelga de la humanidad

Un artículo sobre la reivindicación de los derechos de los trabajadores.

En este artículo nos remontamos tres milenios y medio, hasta el antiguo Egipto, para conocer cómo la alimentación provocó la primera huelga de trabajadores de la historia. Con el objetivo de entender la importancia de los hechos acaecidos, comenzamos por derribar las falsas creencias que nuestra sociedad tiene sobre aquella gran civilización.

Las grandes construcciones egipcias, como las pirámides o las esfinges del Valle de los Reyes, entre muchas otras, no fueron levantadas por esclavos. Aunque en algún momento los faraones echasen mano de esta mala práctica humana, lo cierto es que el funcionamiento del sistema era mucho más complejo que el de la esclavitud. La mayor parte de la sociedad egipcia eran agricultores, pero, debido a que sus ciclos de cosecha estaban ligados a las crecidas del río Nilo, disponían de mucho tiempo libre a lo largo del año. Durante esos períodos de inactividad, la clase dirigente —nobles, sacerdotes y faraón— solía encontrar una ocupación para esas manos ociosas —nunca ha sido bueno para las élites tener al pueblo desocupado y pensando—.

Por una parte estaban las grandes guerras, en las que, aunque no eran frecuentes, se podían realizar levas entre los agricultores en ocasiones puntuales. Sin embargo, la mayor ocupación de este extracto social era la construcción, que estaba promovida por el Estado, o lo que es lo mismo, por el faraón y su séquito. Promotor y, por tanto, pagador, el rey de Egipto encargaba la obra a los maestros pertinentes, que, a su vez, contrataban a estos campesinos. El salario variaba en función del trabajo desempeñado, y las condiciones de vida también. Por ejemplo, los canteros gozaban de más derechos que los porteadores, además de un mejor sueldo. A mayores, en torno a la obra en cuestión se levantaba una pequeña ciudad-campamento, donde los asalariados dormían y en la que también había panaderos, barberos, médicos, etc.

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Los faraones que buscaban mayor renombre entre su gente también aportaban los servicios y el alimento a los empleados. Este fue el caso de Ramsés III, quien, tras la caída del Imperio hitita al norte de Egipto y gracias a su posición estratégica entre el mar Rojo y el Mediterráneo, se lucraba con el comercio de especias del sur. Con el bolsillo lleno, Ramsés se dejó llevar por la fiebre constructora de templos, tumbas y palacios. De hecho, en el poblado constructor de Deir el-Medina —nombre actual—, incluso algunos agricultores abandonaron su antigua profesión para dedicarse en exclusiva a la construcción, mucho más lucrativa. Pero, hacia el año 1166 a. C., había temporadas en las que la manutención para los obreros se retrasaba entre quince y veinte días, lo que llevó a los trabajadores a un punto de inflexión que derivaría en la primera huelga de la historia.

En protesta por los retrasos, todos pararon de trabajar y, al ver que esto no solucionaba su problema, decidieron ir en masa al palacio de Ramsés, su señor, para manifestarle de primera mano su descontento. En los escritos de la época se recogen sus protestas y demandas: «Tenemos hambre y estamos sedientos», «Solo trabajaremos si se nos da nuestra parte del pago en comida»… Aunque el faraón escuchó las plegarias, había realizado tantos cambios en la Administración que su poder entre los altos cargos del imperio era tan frágil como para ser víctima de varios intentos de asesinato.

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Los trabajadores egipcios fueron los primeros de una larga lista de valientes que solo reivindican lo que es suyo, el derecho a una vida digna mediante un trabajo honrado.

El culpable de la falta de comida en Deir el-Medina fue el visir de Tebas, que se dedicaba a acumular alimentos para especular o, directamente, extorsionar. Pero la fragilidad de Ramsés, sumada a esta corrupción —contra la que luchó a lo largo de todo su reinado—, tuvo como consecuencia la inacción, y cuando el pueblo no tiene comida se busca la vida como puede. Los tesoros enterrados con sus faraones se convirtieron en un buen recurso para conseguir sustento, así que las profanaciones de tumbas aumentaron bruscamente. Llegados a este punto, la población se dio cuenta antes que nadie —al sufrirla— de que esa corrupción llevaría a su fin al mayor imperio de su tiempo. Ramsés III fue el último de los grandes faraones egipcios; a partir de ese momento, y hasta las futuras invasiones, todo sería cuesta abajo.

La corrupción, sea en la época que sea, siempre genera hambre en los más humildes y, sin duda, es la primera de las causas de que un país decaiga o se autodestruya. Los trabajadores egipcios fueron los primeros de una larga lista de valientes que solo reivindican lo que es suyo, el derecho a una vida digna mediante un trabajo honrado. Esto siempre es bueno para cualquier Estado, puesto que, cuando no funciona así, el humilde sufre y el rico aumenta su riqueza, logrando que la economía estatal se apalanque en mantener esas fortunas a costa del sudor de la mayoría, sin conseguir ningún avance social, económico o científico.