Curiosidades históricas: el origen de la Navidad — Omnivoraz

Curiosidades históricas: el origen de la Navidad

Un artículo sobre la magia del solsticio de invierno.

Nuestra cultura celebra la Navidad a medio camino entre lo cristiano, lo pagano, lo familiar y el consumismo típico de estas fiestas. Todo ello girando en torno al 25 de diciembre, fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret que damos como válida, aun a sabiendas de que no lo es. En cualquier caso, es una época del año en que la felicidad nos embriaga y la magia nos sostiene. Ese encanto que nos hace flotar es el mismo que durante milenios unió a todas las culturas del hemisferio norte en la celebración del solsticio de invierno o, lo que es lo mismo, de la noche más larga del año.

Actualmente no parece tener mucho sentido celebrar la noche más larga del año, pero sí lo tenía para todas las culturas ancestrales. Hasta hace pocos siglos, nuestros antepasados celebraban que el sol vencía a la oscuridad y que, después de meses con días menguantes y noches crecientes, este proceso se invertía dando lugar a más luz y más calor, fundamentales para que todas las plantas reinicien su ciclo. Con el fin de «atraer» esos dos elementos para favorecer el crecimiento de los cultivos de cereales invernales, se ofrecían oraciones y sacrificios al Sol en lugares como Stonehenge —conjunto megalítico cuyos elementos están perfectamente alineados con la salida y la puesta del Sol durante los solsticios de invierno y de verano—. Al contrario de lo que a menudo se cree, esos sacrificios no eran una locura de sangre ofrendada a los dioses, sino que también tenían una razón de ser mucho más poderosa: la comida era tan escasa en invierno que, durante el solsticio que marcaba su inicio, sacrificaban la mayor parte de sus animales para no gastar con ellos los alimentos almacenados. Además, claro está, el frío estacional les permitía conservar mejor su carne.

Al mismo tiempo festejaban que el vino y la cerveza ya estaban fermentados, lo que significaba que se podían empezar a beber sin miedo a que se estropeasen. Y, para rematar una fecha tan señalada, esta época del año también era el momento del apareamiento de muchos animales, del cual saldrían nuevos alimentos durante la primavera.

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Hasta hace pocos siglos, nuestros antepasados celebraban que el sol vencía a la oscuridad.

Por todo lo anterior, podemos considerar que el festejo del solsticio tiene unas raíces muy agrícolas, algo que se vio favorecido con la llegada del óptimo climático —condiciones de temperatura y lluvia ideales para la agricultura—. Durante los siglos i y ii d. C., esta fiesta fue pasando de ser agrícola a urbana. En la Roma imperial se celebraba, entre el 22 y el 25 de diciembre, el Festival del nacimiento del Sol victorioso, en el que se rendía culto al dios favorito de sus legionarios: el Sol Invictus, denominado así porque siempre renacía en el solsticio. Con el apogeo del cristianismo y la decadencia imperial, las oligarquías cristiana y romana decidieron establecer la fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret coincidiendo con esa celebración. La creencia en la magia del solsticio estaba tan arraigada que ni la propia Iglesia fue capaz de suprimir esta fiesta, así que, como con tantas otras, lo mejor que pudo hacer fue aprovecharla en su beneficio. Como el solsticio no coincidía el mismo día todos los años, finalmente se estableció el 25 de diciembre.

Lo que está claro es que en estas fechas existe un factor común, presente a lo largo de la historia de la Humanidad, que es la creencia en algo sobrenatural, divino o etéreo que lo envuelve todo durante los últimos días del año. Llamémosle como le llamemos —magia, fe, ilusión, amor o, simplemente, vacaciones—, debemos disfrutar nuestro particular solsticio de invierno, pues es el inicio de un nuevo ciclo vital para el campo, y quizás también para nosotros.


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