Curiosidades históricas: Enriqueta Otero Blanco
Día Internacional de las Mujeres Rurales.
El Día Internacional de las Mujeres Rurales, que se celebra el 15 de octubre, fue establecido por las Naciones Unidas con el objetivo de reconocer la inestimable labor social y de seguridad alimentaria que realiza casi la mitad de la población rural del mundo. Una jornada de conmemoración, poca cosa, sin duda, para una parte tan importante de la sociedad asentada en lo rústico: abuelas, madres, hijas, esposas o compañeras y, sobre todo, incansables trabajadoras anónimas, sin voz en demasiadas ocasiones.
Sin embargo, las mujeres rurales no son solo aquellas que trabajan la tierra con sus manos, sino que hay mucho más tras esas dos palabras que, si bien son significativas por sí solas, juntas representan un factor imprescindible para el desarrollo de cualquier país. También son mujeres rurales todas y cada una de las que se esfuerzan por el mantenimiento o el avance de este ámbito —a menudo tan olvidado— en un amplio abanico de actividades cruciales dentro y fuera de las fronteras del agro. Entre esas silenciadas tareas destaca con fuerza la enseñanza, a la que se dedicó Enriqueta Otero Blanco, maestra de vocación e indomable de corazón. En este artículo os contamos su historia, conscientes de que estas líneas se quedarán cortas para una mujer de enorme espíritu y mayores convicciones.
Enriqueta Otero nació el 26 de febrero de 1910 en el municipio lucense de Castroverde. Desde muy joven mostró decisión en sus actos y una gran pasión por enseñar a otros sus conocimientos. Tras finalizar sus estudios en Lugo, ejerció como profesora en la escuela de San Cosme de Barreiros, donde no se conformó con ser una maestra al uso, así que en poco tiempo creó la compañía de teatro O Punteiro do Carrinho. Con sus representaciones en A Fonsagrada, Corcoesto, Montefurado, Santo Estevo de Gormaz, Pontevedra, Vilagarcía de Arousa y Cabana de Bergantiños llevó la cultura allí donde era más difícil y necesaria.
Después de unos maravillosos años como maestra, actriz, directora y quién sabe cuántas profesiones más, aprobó las oposiciones de magisterio, que la llevarían a un destino muy diferente a todo lo que había visto hasta entonces: Madrid. Mientras desempeñaba con creces su trabajo en la capital española, comenzó a acercarse a las raíces de la cultura madrileña de preguerra; un intercambio de ideas tras el que decidió ingresar en el Partido Comunista de España —PCE—. En la plenitud de su carrera profesional tuvo lugar el golpe de Estado, con la consecuente Guerra Civil; pero como Enriqueta no era mujer cobarde, y menos aún una persona que viese pasar la acción, se enroló en la 1.ª Brigada Móvil de Choque, con la determinación que la caracterizó toda su vida, defendiendo sus ideas y luchando contra un fascismo que traía entre sus pretensiones apagar el fuego con el que brillaba el movimiento feminista, del que ella formaba parte. Lejos de su tierra y en un medio que no era el suyo, cogió con fuerza el puesto de coordinadora en el hospital de Carabanchel para el que fue designada, en el que se desenvolvió con gran pericia. También en este aspecto se puede apreciar la influencia de su origen, buscando lo práctico y funcional —como una casa de campo en Castroverde—. Su valía le hizo alcanzar el rango militar de comandante y durante los últimos meses de la guerra fue recluida en la madrileña cárcel femenina de Ventas, de la que huyó capitaneando a un grupo de reclusas en una fuga que la llevaría de regreso a su medio: el rural gallego.
Enriqueta no se acobardó ante la victoria del bando nacional y la represión que se imponía. Fue colaboradora y pieza fundamental para la vertebración de la guerrilla de los maquis como resistencia gallega ante el rodillo fascista en el país, pero en San Valentín de 1946 fue apresada y condenada a muerte por la policía del régimen franquista. Cuando todo parecía perdido para María das Dores —su nombre de guerra—, el dictador Francisco Franco, ante la presión internacional y sin sus derrotados aliados Hitler y Mussolini, se vio obligado a conmutar su pena. Así, vagó por España, de prisión en prisión, durante diecinueve años, hasta que en 1966 fue liberada y se le restituyó su puesto de maestra, justo un año antes de su jubilación.
Durante su corta reincorporación a la educación puso en marcha un proyecto educativo llamado «O Carriño», que consistía en transmitir conocimientos universitarios a todas aquellas personas que, por falta de medios, no podían acceder a ese nivel de la enseñanza. La sede de esta iniciativa ambulante estaba en una palloza del parque lucense Rosalía de Castro.
No contenta con todo lo que llevaba a cuestas, se presentó como candidata a las primeras elecciones democráticas al Parlamento por el PCE, del cual se fue separando progresivamente por diferencias fundamentales para ella.
El 31 de octubre de 1989 fallecía en el hospital de Lugo esta increíble mujer, recordada por haber sido la secretaria personal de Dolores Ibárruri «La Pasionaria», pero que fue eso y mucho más, una joven que solo deseaba ver un rural donde la educación no fuese una quimera. Enriqueta Otero hizo todo lo posible y lo imposible por llevar a cabo lo que mejor se le daba, enseñar, pero vio truncada su misión por una guerra de la que no escapó y un régimen contra el que luchó sin más escudo que sus ideales. Una mujer rural a la que, ideologías políticas aparte, todas y todos deberíamos rendir tributo.