Curiosidades históricas: el origen del carnem-levare o carnaval
Un artículo sobre la historia de la fiesta pagana por excelencia.
En este artículo retrocedemos al origen de esta popular fiesta que hunde sus raíces en lo más profundo y brumoso de la historia.
Los inicios del carnaval se remontan, probablemente, a los albores de la civilización, pues encontramos indicios de celebraciones similares, hace más de 5000 años, en la antiquísima Sumeria o en Egipto, donde los festejos en honor al toro Apis —dios solar de la fertilidad y heraldo de dioses mayores— eran muy similares a los de hoy, con gente disfrazada y un cierto desenfreno. Pero, sin duda, donde encontramos un origen del carnaval actual es en las festividades grecorromanas, como las saturnales, las bacanales y las lupercales —Saturnalia, Bacchanalia y Lupercalia, en latín—. El carnaval heredó, por decirlo de alguna manera, elementos de todas ellas que, con el discurrir de los siglos, se fueron transformando en lo que conocemos actualmente.
En las saturnales —como su propio nombre indica— se pedía a Saturno la bendición de las siembras invernales, preparándose para abandonar la mengua de los días y recibir el solsticio de invierno. Eran una de las fiestas más concurridas en la Roma arcaica, ya que era una ciudad eminentemente agrícola y, al terminar las siembras, los atareados agricultores tenían tiempo para la celebración y el descanso. Con la Roma imperial fueron transmutando en unas fiestas más urbanas, en las que, mediante juegos, como el de la haba escondida en una torta de trigo —en el que aquel que la encontrase pasaba a ser el señor de la casa por un día—, se veía a patricios disfrazados de esclavos y viceversa. Con el tiempo, casi todos los romanos aparcaban sus blancas togas para vestir con llamativos colores. Se disfrazaban de lo que no eran durante el resto del año.
Las bacanales eran festividades en honor a Baco —dios de la fecundidad y del vino—, para las que las sedas llegadas de Oriente fueron un gran condimento. En ellas se comía y bebía siempre en exceso, y las orgías sexuales estaban a la orden del día. En un principio fueron muy discutidas, porque eran celebradas por y para las mujeres que, durante la adoración a Baco, se permitían a sí mismas hacer lo que los hombres ya podían hacer durante todo el año. Esto era algo inaceptable en Roma, una sociedad tan machista que pronto comenzó a elucubrar la teoría de que en esas fiestas se ideaban planes políticos, traiciones y demás, por lo que acabaron siendo menos privativas y más suaves.
En el siglo iv, con la persecución cristiana de lo pagano, las bacanales se fusionaron con ciertos elementos de las saturnales en la celebración de las lupercales, que tenían lugar el día 15 del romano mes de febrero. Este festival era una mascarada en la que los jóvenes —llamados Lupercos— sacrificaban un macho cabrío en el Lupercal, la gruta sagrada dedicada a Luperco —dios protector de la fertilidad y los rebaños— en la que Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba. Aprovechaban la piel del animal para confeccionar unos taparrabos —única vestimenta que portaban— y unas tiras de cuero que usaban a modo de látigo —las Februa, que dieron nombre al mes de febrero—. Con esta indumentaria, se adentraban en Roma por la Vía Sacra, en dirección al foro, e iban azotando a todo ciudadano que se les ponía por delante —sobre todo mujeres, pero también hombres—, como un acto de purificación que aseguraba la fertilidad de los azotados. Muy posiblemente, los tradicionales peliqueiros de Laza o los cigarróns de Verín —ambos pueblos de la provincia de Ourense, famosos por sus carnavales tradicionales— derivan de aquellos Lupercos, pero con una sutil impregnación de la cultura céltica.
Si bien es cierto que casi todas las festividades de hoy en día provienen del paganismo, se dice que el carnaval es la fiesta pagana por excelencia.
Si bien es cierto que casi todas las festividades de hoy en día provienen del paganismo, se dice que el carnaval es la fiesta pagana por excelencia. De hecho, en el mismo siglo, frente a lo que aún hoy cataloga como una «fiesta no católica» y en sus ansias de traer la cordura al pueblo, esta Iglesia estableció, justo después del carnaval, la celebración de la Cuaresma —tiempo de preparación para la Pascua, de ayuno, penitencia y recogimiento, en el que se conmemoran los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto y su lucha contra las tentaciones—. La postura católica se suavizó con las invasiones germanas, al mismo tiempo que el carnaval iba adquiriendo más tintes de protesta contra una Iglesia controladora que de adoración a dioses paganos.
Ante la imposibilidad de prohibir estos festejos, durante la Edad Media la Iglesia puso en marcha su maquinaria de marketing y propuso para ellos el nombre de carnem-levare, del latín vulgar, que significa «abandonar la carne». Curiosamente, este es un precepto de obligado cumplimiento para los cristianos el día que comienza la Cuaresma —Miércoles de Ceniza— y todos los viernes de este período. Posteriormente, el nombre derivó en la palabra «carnaval». Durante el Renacimiento, con el bloqueo turco al comercio con Oriente y con las ingentes y monumentales obras del Vaticano ya iniciadas, la necesidad de ingresos por parte de la Iglesia propició la venta masiva de bulas. De este modo, quien pudiese permitirse pagar la bula de carne —dispensa papal de no comerla en ciertos días— podía infringir esa norma durante la Cuaresma.
En esa época también podemos encontrar el porqué de la gastronomía típica del carnaval. Ante su incapacidad para pagar aquellas bulas, el pueblo llano usaba esta fiesta como diversión, protesta y excusa para comer la carne que no podría ingerir en los días de abstinencia. Además, conviene recordar que, en la mayor parte de las zonas católicas, la carne conservada en salazón durante el invierno no soportaba la llegada del calor. Esto refuerza la teoría sobre la elección de los platos característicos de estas fiestas: ricos en carnes saladas acompañadas de las verduras de temporada. Es el caso del cocido en Galicia, donde el carnaval tradicional, llamado Entroido, tiene gran importancia, ya que ha contribuido a conservar la riqueza cultural de los pueblos rurales en los que se festeja, como Xinzo de Limia, Laza, Verín, Viana do Bolo o la comarca del Ulla, entre muchos otros. Las peculiaridades de esta celebración en cada uno de esos lugares han hecho del suyo un Entroido singular e inimitable. Desde Omnivoraz os invitamos a conocerlos y a disfrutarlos.
Pese a las variaciones que ha experimentado durante siglos, la base del carnaval llega a nosotros más o menos intacta, ya que de día comemos un buen cocido, aderezado con los productos típicos de cada zona, mientras que por la tarde-noche nos disfrazamos por diversión o por protesta. Quizás esta última, en sus distintas formas —según el lugar, y habitualmente satírica—, sea su rasgo más característico.
Para terminar, si hacemos un repaso rápido por esta historia, podemos afirmar que el carnaval actual conserva los disfraces de las saturnales, el desenfreno de las bacanales, la fecha y algunos elementos de las lupercales, su carácter protestatario ante el poder hegemónico —en su momento de la Iglesia—, y la gastronomía en la que se procura aprovechar los sanos productos de la huerta y las carnes saladas que no podrán soportar el calor que se aproxima. O puede que, simplemente, hayamos sabido conservar un espacio en nuestras vidas en el que, gracias a los disfraces, podemos ser —esto es: comer, decir, sentir y hacer— lo que no nos atrevemos a ser el resto del año, sin las máscaras.